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Estamos a unos días de que inicien las Convenciones Nacionales Republicana (18-21 de julio en Cleveland) y Demócrata (25-28 en Filadelfia). En esta calma chicha del proceso electoral estadounidense, pareciera que ha transcurrido una eternidad desde que arrancaron las primarias y el electorado, a pesar de contar ya con las dos opciones a votar, sigue igual de polarizado y balcanizado que hace un año. Con casi cuatro meses de campaña general por delante, también faltará —ciertamente medido en términos político-electorales— otra eternidad para conocer el resultado en las urnas el 8 de noviembre. Pero en el ínterin, el camino a la Casa Blanca pasa ineludiblemente, como cada cuatrienio, por la aduana de las convenciones. Por ello este es buen momento, particularmente por el carácter quincenal de esta columna, para calibrar cómo llegan ambos partidos y candidatos al arranque formal de sus campañas y al anuncio que harán sobre las candidaturas para la vicepresidencia en la víspera de sus respectivas convenciones.
El GOP se presenta en Cleveland profundamente dividido, no sólo porque su primaria a 17 bandas atomizó apoyos y puso al descubierto fracturas ideológicas significativas entre moderados, conservadores y radicales, sino por la intentona del liderazgo para descarrilar —hasta bien entrado marzo— la candidatura de Trump. Y si a ello sumamos —en el contexto de una caída notable de éste en las encuestas— la teoría de la conspiración en boga que versa que una vez declarado como candidato, Trump renunciará aduciendo que el “sistema” está decantado en su contra, Cleveland podría ser un estrepitoso principio del fin. La campaña además arranca con despidos y renuncias en el equipo y niveles ínfimos de recaudación, y por ende gasto, sobre todo en estados bisagra. El candidato presidencial más impopular en décadas y con los negativos más altos en EU, Trump, exagera los problemas que hoy enfrenta el país y los regurgita en una caricatura absurda y simplista de declive y fracaso. Ha surfeado una ola de profunda insatisfacción entre el estadounidense promedio y ha entendido el malestar y miedo prevalecientes entre el electorado mejor que cualquier otro republicano. Por ello la respuesta a quienes presuponen —en EU y también México— que se correrá al centro, como habitualmente sucede en ese país en comicios presidenciales una vez iniciada la contienda general, radica quizá en el apoyo abrumador que sus propuestas generan entre quienes conforman la base dura de su apoyo: 73% favorece una veda al ingreso de musulmanes a EU, 85% está a favor de construir un muro con México y 90% quiere deportar a los casi 12 millones de indocumentados lo más rápido posible. Crea en ellas o no, Trump difícilmente moderará estas posiciones. La insurgencia trumpiana no es la continuación de la revolución populista más reciente en el GOP —el movimiento del Tea Party— y de una camada más de políticos lanzada al poder a través de éste; es su sucesora.
Por su parte, los demócratas no pueden llegar a Filadelfia cometiendo el mismo error del liderazgo del GOP, que fue subestimar a Trump. Clinton es la política con los negativos más altos sólo por detrás de éste. Y la investigación del FBI sobre el uso de su servidor electrónico como secretaria de Estado (como “poco escrupuloso” lo calificó el director de esa agencia), si bien la acaba de eximir de culpa de cara a la campaña, abonará, particularmente entre votantes independientes, las percepciones de que no es confiable. Para Clinton, Filadelfia será clave para zanjar la brecha generacional al interior del partido y obtener el endoso sin cortapisas de Sanders. Éste le hereda un ala progresista con renovado tono muscular y una nueva generación de votantes enchufados a esa agenda, con un modelo de recaudación basado en simpatizantes contribuyendo cantidades pequeñas pero constantes que, más que dinero, generan vinculación personal con la campaña. Si es exitosa en esta tarea y además elige a un vicepresidente que la equilibre política y regionalmente, Clinton podría materializar el escenario que más teme el GOP: convertir la elección en un referéndum sobre Trump.
La campaña que arrancará a fines de mes será dura y desagradable y va a tener momentos impredecibles. Sin embargo, las proyecciones en este momento en el colegio electoral (la instancia que en realidad determina quién ocupa la Casa Blanca) le dan a Clinton 353 votos contra 184 de Trump (se necesitan 270 votos para ganar la elección presidencial). John Breaux, ex senador demócrata de Luisiana, dice que “es posible que las personas quieran salir un rato con un individuo alocado pero que es improbable que se quieran casar con él”. Esperemos que, en esta antesala de las convenciones, tanto Breaux como las proyecciones del colegio electoral no se equivoquen.
Consultor internacional