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El cintillo de periódico —por cierto apócrifo— que supuestamente rezaba Neblina en el canal, ¡el continente aislado!, no sólo forma parte del imaginario colectivo del Reino Unido; ilustra la proverbial insularidad británica así como su perene ambivalencia con respecto a los vínculos que han atado a la nación a lo largo de la historia con el resto de Europa. Pero cuando los británicos acudan a las urnas este próximo 23 de junio a depositar su voto y decidir si se marchan o no de la Unión Europea, el resultado podría ser, al igual que con ese encabezado célebre, que quienes en realidad se queden aislados sean ellos.
El referéndum, el llamado Brexit, convocado por el primer ministro David Cameron (quien se opone a la salida) esencialmente como respuesta al bloque anti-UE de su propio partido, encierra un altísimo riesgo para el Reino Unido, Europa y el resto del mundo. Encuestas divulgadas este fin de semana pasado muestran lo cerrado que está el voto, con 44% a favor de permanecer en la UE contra 42% que se opone. La mayoría de los británicos lo hará con la vista puesta en cuestiones internas y el impacto que tienen para su bienestar temas como la política migratoria europea, la profundización de la zona euro y los efectos de su regulación en el mercado financiero británico. Sería un error pensar que un Reino Unido al borde de escindirse de la UE es solamente una expresión singular en Europa, la manifestación de una insularidad en ocasiones peculiar o excéntrica y frecuentemente euroescéptica. En una encuesta Pew levantada en 10 países de la UE, incluyendo algunos de los más eurófilos, una mediana del 51% tenía una visión favorable de ésta. En la última encuesta del Eurobarómetro en las 28 naciones de la unión, 45% opinan que la UE va en la dirección incorrecta, comparado con 23% que opinan lo contrario. Lamentablemente, la campaña en contra del Brexit no se ha distinguido por su eficacia. Privilegiando la naturaleza transaccional de lo que está en juego (“menos exportaciones británicas a Europa” o “caída en los precios de la vivienda”), no ha fomentado la visión internacionalista, abierta, cosmopolita y de principios que Gran Bretaña encarna. No sorprende por ende que los británicos estén prácticamente divididos a la mitad sobre si permanecer o no.
El voto llega además en momentos de incertidumbre global, con la economía mundial en un potencial punto de inflexión peligroso, y con populistas y demagogos en EU y Europa asumiendo posiciones xenófobas, cuestionando alianzas y un sistema internacional basado en reglas. Qué duda cabe que un Brexit sería maná del cielo para la agenda aislacionista y nacionalista de Trump. Y terminar con la membresía de 43 años del Reino Unido en la UE exigiría la renegociación de sus acuerdos financieros, económicos, comerciales y sociales con el resto de Europa así como con naciones con las cuales la UE tiene tratados de libre comercio, incluyendo México. Las negociaciones de un acuerdo comercial entre EU y la UE, el TTIP, estarían contra las cuerdas sin la participación de Londres.
La decisión la semana próxima también tendrá profundas implicaciones para su política exterior y papel internacional. Ya en una columna en esta página el año pasado, yo advertía del riesgo que encierra un Reino Unido ensimismado. A pesar de que participa en el llamado grupo de los Cinco Ojos (las cinco naciones angloparlantes del mundo que cooperan estrechamente en materia de inteligencia), la salida británica de la UE afectaría su papel como correa de transmisión en la política trasatlántica de cooperación en seguridad y combate al terrorismo. Y es previsible que un voto favorable al Brexit detone nuevamente otra onda independista en una Escocia pro-europea que no desea quedarse al margen de la UE, y que en esta ocasión seguramente llevaría a la fragmentación del reino, ya no digamos a la profunda vulnerabilidad de la UE misma. Las fuerzas sombrías de la historia europea —nacionalismo, fragmentación, demagogia y xenofobia— simplemente se dispararían.
John Donne, poeta inglés del siglo XVII, memorablemente escribió, “Ningún hombre es una isla”. El aislacionismo tampoco es opción en el siglo XXI; ningún país se puede blindar de los efectos de la interconexión global, ya sean el cambio climático, crimen organizado, ciberamenazas o movimientos de migrantes y refugiados. Aquellos que pretenden volver las manecillas del reloj a una edad de oro perdida no entienden que las naciones que hoy se replieguen de la globalización detonarán mañana consecuencias económicas y geopolíticas graves. Como un mexicano que creció y se educó de joven en Gales, en el Reino Unido, le pido a los británicos resistir los cantos de sirena de quienes postulan el retorno a un pasado de “aislamiento esplendido”.
Consultor internacional