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A Fernando Solana
P.T. Barnum, el gran empresario circense del siglo XIX, decía “siempre déjalos deseando más”. Si la cuarta Cumbre sobre Seguridad Nuclear que cerró este viernes en Washington resulta ser el capítulo final de la agenda nuclear de Barack Obama, ciertamente estaremos en presencia de la máxima de Barnum. Poco después de tomar posesión en 2009, Obama articuló una agenda ambiciosa para reducir la amenaza de armas nucleares y contener su proliferación. En Praga, durante su primer gran discurso sobre política exterior ya como presidente, postuló como objetivo un mundo desnuclearizado, la ratificación del Tratado de Prohibición Total de Ensayos Nucleares y un nuevo acuerdo de reducción de armas nucleares con Rusia. Su visión era la correcta y logró vincular de manera exitosa principios e idealismo con objetivos concretos y pragmatismo. Y ha habido progreso a partir de entonces. Desde que iniciaran las cumbres convocadas por Obama, un nuevo tratado con Rusia entró en vigor; las sanciones contra Corea del Norte por sus ensayos nucleares y de misiles siguen en pie; una docena de países ya no cuentan con material fisil; y, finalmente, se logró un acuerdo nuclear con Irán.
Impresionante sin duda, pero se queda corto con respecto al cambio paradigmático que Obama buscaba impulsar. El Senado, polarizado y en manos del Partido Republicano, se ha negado a ratificar el tratado de prohibición de pruebas nucleares. La intención de alcanzar un nuevo instrumento internacional para prohibir la producción de material fisil para armas nucleares no ha producido los resultados esperados. Rusia rechazó recortes reales y significativos en ambos arsenales nucleares como paso previo para incluir a todas las demás potencias nucleares. Y esta última cumbre no logró que toneladas de uranio enriquecido o material radioactivo en más de 25 naciones quedasen aseguradas, o que la red de acuerdos bilaterales o ad hoc para ese propósito fueran sustituidos por estándares universales, verificables y mutuamente aplicables. Muchos de estos fracasos son atribuibles a la intransigencia rusa o politización republicana de la seguridad nacional estadounidense. Pero el peor daño es autoinfligido. A partir del discurso de Praga y a medida que la atención del presidente se fue enfocando en otros temas y prioridades, su promesa de mantener un arsenal nuclear “seguro, confiable y eficaz” se transformó en un plan de un billón de dólares para sustituir en su totalidad el arsenal nuclear estadounidense de la guerra fría. Como suele ocurrir con burocracias alrededor del mundo, programas gubernamentales avanzaron en piloto automático y lo que era un esfuerzo de mantenimiento se convirtió en uno de sustitución para cada arma en el arsenal nuclear, con nuevas capacidades y misiones. Al final del día, los burócratas —muchos de ellos nombrados por el presidente— y la industria armamentista se convirtieron en el peor enemigo de Obama.
México ha sido una pieza de este esquema; desde la primera cumbre en 2010, fue invitado a participar por Obama. Ello obedece al papel clave que jugamos para la seguridad de EU en función de una frontera terrestre de más de 3 mil km, el gigantesco volumen de productos y vehículos que la cruzan diariamente y de sus imperativos de seguridad a partir de 2001. Pero la invitación también habla del papel histórico de México en la desnuclearización a raíz del emblemático Tratado de Tlatelolco, proscribiendo las armas nucleares en Latinoamérica y el Caribe. Y hago este apunte por Fernando Solana, uno de los mejores servidores públicos en la historia reciente de México, con quien y por quien ingresé al Servicio Exterior Mexicano, participando a su lado en la negociación que posteriormente concluiría en 1994 con la adhesión de Brasil, Chile y Argentina a dicho tratado. Esa agenda de no proliferación debe seguir siendo prioritaria para nuestra política exterior. Pero más importante aún deben ser los esfuerzos mexicanos por abonar la seguridad de nuestra región, cerciorándonos del control efectivo de todo el material radioactivo o enriquecido en territorio nacional. La cumbre en Washington nos da una hoja de ruta para seguir participando de manera prioritaria en esa agenda clave para Norteamérica.
Dicen que la fortuna favorece a los valientes, y Obama apostó y bien por la agenda que ha impulsado. Aún puede tomar decisiones para demorar el despliegue de algunas nuevas armas de EU, como los misiles crucero o balísticos intercontinentales de última generación. No podemos desinventar las armas nucleares en el mundo. Son como la pasta de dientes; una vez que se saca del tubo no hay manera de volverla a meter. Pero no es demasiado tarde. Mediante mayor creatividad multilateral y la innovación tecnológica, EU y México podríamos trabajar juntos para acercarnos a esa visión de Praga.
Consultor internacional