Bienvenidos a la guerra civil del Partido Republicano. Con los resultados de las primarias y asambleas en marzo, Donald Trump se está acercando a los delegados requeridos para la nominación republicana en la convención nacional en Cleveland en julio. Pero en paralelo, los esfuerzos del liderazgo del partido para descarrilarlo se han multiplicado de manera notable en días recientes. Indistintamente de la vertiente ideológica a la que pertenecen o de sus vínculos con políticos o bloques del partido, se está dando un realineamiento en masa, motivado por un objetivo común: frenar la candidatura de Trump. Este esfuerzo por contenerlo y derrotarlo al interior del Partido Republicano se manifiesta en dos vertientes: una campaña negativa y la alquimia electoral.

A horas de conocerse los resultados del llamado supermartes, el liderazgo republicano y el capital que fondeó sobre todo a las candidaturas del gobernador Scott Walker y de Jeb Bush, se movilizó contra Trump. En Wall Street se formó un nuevo comité de acción política republicano con la encomienda explícita de hacer todo lo posible por impedir que Trump sea nominado. El comité ha sido financiado con un fondo semilla de 3 millones de dólares provenientes de la esposa del multibillonario y fundador de TD Ameritrade, Joe Ricketts, y cuyo primer objetivo es apoyar a Rubio en Florida y evitar que Trump gane esa primaria clave el 15 de marzo (junto con la de Ohio ese mismo día, podrían decantar el resultado de la precampaña republicana). Se sabe que han pedido a Paul Singer, fundador de Elliot Management, Meg Whitman, CEO y Presidente de Hewlett Packard y al propietario de los Cubs de Chicago, Todd Rickets, para que encabecen los esfuerzos de recaudación. Su argumento principal es que una victoria de Trump en noviembre sería desastrosa para los mercados y la economía y exportaciones de EU, el capital humano y su vitalidad económica y social. Y es en estos esfuerzos, por cierto, donde de la mano del sector privado estadounidense, pueden estar las semillas de una estrategia mexicana para contener a Trump.

Además, ha trascendido que la Coalición Judía Republicana, un grupo poderoso de donadores al partido, hastiados de Trump y su parsimonia en desmarcarse de grupos extremistas y supremacistas blancos, se reunirá para decidir si apoyan o no al partido en caso de que gane la nominación. Varios otros líderes republicanos, como el gobernador de Massachusetts o Mitt Romney, han dicho que no apoyarán bajo circunstancia alguna a Trump. Y cerca de cien ex funcionarios y expertos republicanos han denunciado el impacto que éste tendría para las políticas exterior y de seguridad estadounidenses. El problema es que la base republicana, o por lo menos la que apoya a Trump, está haciendo caso omiso de estas voces.

Esto lleva a la segunda vertiente, que es la de buscar negarle a Trump los delegados para erigirse como candidato. Hay analistas y miembros del partido que creen que la manera viable de lograrlo va precisamente a contracorriente de quienes han argumentado que para tumbarlo, Kasich, Rubio o Cruz se retiren para dejar un sólo precandidato fuerte y con recursos para confrontarlo. Convencidos de que esta estrategia sólo acabará por cocinar el arroz, están apostando a que los tres precandidatos (Cruz tiene 300 delegados, Rubio 128 y Kasich 35 contra los 382 de Trump) se mantengan en juego el mayor tiempo posible, pudiendo sumar así delegados asignados proporcionalmente, o en el caso de Ohio y Florida que asignan la totalidad al ganador, que Kasich y Rubio respectivamente pudiesen vencer en sus estados de origen (lo primero posible, lo segundo más remoto). El objetivo sería que para la convención, ningún precandidato pudiese llegar con el número de delegados requeridos —mil 237— para obtener la nominación. Ello conduciría al escenario fluido de una convención abierta, que no se da desde 1948. Prevenir que Trump llegue a esa cifra es la primera parte de la estrategia. Ya en la convención el liderazgo tendría que convencer a la mayoría de los delegados a apoyar a un candidato distinto a Trump, o quizá a una fórmula Rubio-Kasich que pudiese aglutinar al mayor número posible de delegados. El riesgo de esta jugada es que Trump podría usar su tracción política con la insurgencia de las bases republicanas para asestarle un golpe de Estado al partido en plena convención.

Es posible que las acciones del liderazgo republicano para detener a Trump sean el proverbial “demasiado poco, demasiado tarde”. La “rebelión de las masas” al interior de un partido en guerra consigo mismo no empezó con Trump; lleva gestándose años y la cúpula del partido tiene gran parte de la culpa. Trump no sólo ha acentuado el abismo entre liderazgo y base; está reventando a la cúpula misma del partido.

Consultor internacional

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