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Veinticinco años después del deshielo bipolar detonado en el corazón de Europa con la unificación alemana y la disolución del Pacto de Varsovia y la Unión Soviética, Barack Obama formalmente puso fin a la Guerra Fría en las Américas. Obama, el primer presidente estadounidense en visitar Cuba desde Calvin Coolidge en 1928, llegó a La Habana el domingo pasado en lo que es la culminación histórica de casi tres años de intensa diplomacia entre dos naciones otrora enemigas.
El acercamiento con Cuba y la normalización de relaciones diplomáticas es una de las grandes apuestas de política exterior de Obama y pieza clave del legado que pretende dejar cuando abandone la Casa Blanca en enero de 2017. Es, más allá de intereses y objetivos geopolíticos y económico-comerciales de EU, una apuesta a la diplomacia presidencial para asegurar una nueva normalidad en los vínculos entre ambas naciones, después de más de cinco décadas de hostilidad, embargo y cerrazón. Y si bien hay muchos que con sobrada razón se preocupan sobre la postura de la Administración Obama a cambio de muy pocas concesiones y avances en materia de derechos humanos y libertades por parte del gobierno cubano, soy de los que opinan, sin menoscabo de lo anterior, que estos primeros pasos —y este viaje en particular— deben ser juzgados por su habilidad para abonar y expandir la coalición de quienes en ambos países, y en la región, desean impulsar una Cuba abierta, democrática y más próspera.
Mucho se ha escrito y se estará escribiendo en estos días sobre los entresijos del proceso que condujo a esta visita —y que por cierto ha sido usado irreflexivamente por senadores cubanoamericanos precisamente para bloquear la ratificación de la embajadora designada de EU en México— así como sobre lo que está en juego con los derechos humanos en la isla y el papel central de una sociedad civil que aboga por libertades fundamentales que la mayoría en el continente damos por sentadas. Pero hay un ángulo que me parece transcendental abordar y que explica por qué se ha dado este cambio en EU y cómo se inserta en la actual dinámica político-electoral estadounidense.
Detrás del relanzamiento de la relación y de la petición de Obama al Congreso para que abrogue el embargo estadounidense a la isla, hay un cambio demográfico e ideológico en el exilio cubano de Florida. La comunidad cubanoamericana representa 3.5% de todos los hispanos y 0.58% de la población en EU. Pero en Florida son 6.5% del total y constituyen 34% de la población del condado de Miami-Dade. Tradicionalmente habían sido un potente bloque electoral del Partido Republicano, en gran parte debido al fracaso de la administración Kennedy de apoyar plenamente la invasión de Bahía de Cochinos en 1961 por exiliados cubanos. Pero las cosas han cambiado. De entrada, los cubanoamericanos ya no son el grupo hispano más numeroso del estado; puertorriqueños, mexicanos y dominicanos (en ese orden) juntos ya son más que los cubanoamericanos. El cambio generacional ha abierto además un cisma entre la primera generación de exiliados y sus hijos y nietos, menos dogmáticos y más proclives a reevaluar la política estadounidense hacia Cuba. Y la mayor parte del liderazgo empresarial cubanoamericano ha modificado desde hace ya casi dos décadas sus posiciones con respecto al diálogo con la isla; el apoyo cubanoamericano al embargo cayó de 87% en 1991 a 48% en 2014. Estos cambios los supo leer y aprovechar Obama, de la mano de líderes y políticos demócratas cubanoamericanos de Miami, desde su campaña al Senado en 2003. En su precampaña presidencial en 2007, sorprendió a los exiliados al abogar por el diálogo con Cuba, así como el levantamiento de las restricciones a los viajes a la isla y las remesas. En 2008, Obama obtuvo un porcentaje récord del voto cubanoamericano para la nominación y ganó Florida, un estado tradicionalmente republicano, en 2008 y en su reelección de 2012. Esto, y la visita, son tan sólo el principio de un cambio que se viene. A medida que vaya avanzando la relación bilateral entre EU y Cuba, vamos a ver el surgimiento de un nuevo lobby cubano en Washington, uno que de la eficacia y activismo bipartidista para la confrontación pivotará a cabildear apoyo y cooperación a favor del desarrollo de Cuba.
Lo que la política interna dio durante décadas, hoy la política interna quita. El Partido Demócrata —y Clinton ahora no es la excepción— saben que los cambios demográficos en Florida soplan hoy a su favor. Una de las definiciones de la locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados distintos. Las próximas semanas y meses —y las propias acciones y respuestas cubanas, sin duda alguna— demostrarán si Obama apostó bien y si la visita a Cuba sigue abonando electoralmente a los demócratas en noviembre.
Consultor internacional