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Mi última contribución de 2015 en esta página destacó algunas de las megatendencias que caracterizaron el año y que previsiblemente prevalecerán en el mediano plazo. Hoy, en la primera de una serie de columnas a lo largo de 2016 sobre esos temas, abordo una de las transformaciones más profundas y emblemáticas que se ha venido dando en el sistema internacional: el retorno de la ciudad-Estado y un nuevo orden global de ciudades.
La ciudad-Estado, una reliquia de las relaciones internacionales de la Grecia de Tucídides hasta el Renacimiento de los Medici, está de regreso. Nueva York, Londres, Abu Dabi y Hong Kong han sustituido a Lübeck, Venecia y Florencia, pero al igual que entonces, la riqueza y creatividad que operaban al interior de la polis o las murallas renacentistas se traduce en poder que se proyecta y opera más allá de fronteras nacionales. Y es que los extraordinarios cambios en poder —y en las dinámicas de poder— que caracterizan este siglo están siendo acelerados por el resurgimiento de las ciudades como actores socioeconómicos y políticos en la escena internacional. Cuando hablamos del papel y peso de actores no estatales en las relaciones internacionales, tendemos a pensar en grupos terroristas o criminales trasnacionales como Daesh o la Organización de Sinaloa, corporaciones globales como Google, ONG como Amnistía o hackers como ‘Anonymous’. Pero es en realidad en la ciudad global, relanzada como verdadera ciudad-Estado, donde residen los nuevos focos de poder global. De hecho, el siglo XXI estará determinado más por ciudades que por potencias como Estados Unidos o China. En un mundo más fluido e inestable, son las ciudades, no los Estados, las que se han consolidado como pilares de gobernanza sobre los cuales se construirá el futuro orden internacional. Y son precisamente las grandes urbes las que tendrán que confrontar retos como los de la seguridad, marginación, tolerancia y radicalización o el terrorismo. Más que lo que sucede a nivel del Estado y los gobiernos nacionales, el verdadero dinamismo se da en sus centros urbanos. Las ciudades y sus gobiernos son quizá hoy la forma más relevante y funcional de gestión, verdaderas correas de transmisión a nivel local entre ciudadanía y políticas públicas en momentos en que son precisamente el impasse y la disfuncionalidad política a nivel nacional las que han causado una creciente erosión de credibilidad de partidos y gobiernos. En general es en la ciudad donde hoy se está respondiendo de manera más ágil y eficaz a los temas centrales de la vida pública.
Y es que además, por primera vez en la historia hoy viven más seres humanos en ciudades que en zonas rurales. Para 2050, 7 de cada 10 personas —6.5 mil millones— en el mundo vivirán y trabajarán en ciudades. Zonas metropolitanas como la Ciudad de México, Delhi, Shanghái o Tokio tienen poblaciones superiores a los 20 millones, más que un buen número de naciones europeas. Las 600 ciudades más grandes del mundo representan más del 60 por ciento del PIB global; las 20 primeras albergan una tercera parte de las principales corporaciones y generan casi la mitad de sus ingresos combinados. Tienen la ambición, peso y rango de acción para no sólo incidir en la economía mundial sino también forjar sus ideas, cultura, valores, políticas públicas y futuro. Las urbes que se consoliden como verdaderas ciudades globales —líderes en innovación, comercio, artes y educación— se distinguirán del resto. Altamente cosmopolitas e internacionalizadas, estas ciudades-Estado se parecen poco al resto del país en el que se encuentran. Se convierten en imanes para negocios, talento, dinero, emprendimiento e industrias creativas. Grandes e interconectadas, trascienden fronteras y trastocan las agendas internacionales de gobiernos nacionales. Para este puñado de metrópolis, el paradigma debe ser cómo cooperar globalmente y resolver localmente. El ejemplo más claro es el C40, un grupo de 75 ciudades importantes que trabajan de manera coordinada para intercambiar mejores prácticas en materia de mitigación del cambio climático.
La época de alcaldes hermanando ciudades es cosa del pasado. Desde adaptación al cambio climático y nuevas políticas de desarrollo urbano, a prevención del delito y seguridad hasta la integración de nuevos residentes, mucho se demanda en estos días de gobiernos municipales. Los alcaldes que entiendan que el futuro reside en la interconexión global y regional, estableciendo relaciones y acuerdos con sus pares en otras partes del mundo, son los que cambiarán los paradigmas de bienestar y seguridad para sus habitantes. El progreso no se puede dar por hecho; es el resultado de las acciones y decisiones que tomemos juntos. Algunas ciudades lo han entendido; son la punta de lanza de una revolución seminal.
Consultor internacional