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En el Partido Republicano (GOP) ha llegado el momento shakesperiano de soltar a “los perros de guerra”. La guerra interna, librada entre un número aún absurdo de precandidatos así como de su liderazgo nacional en contra de uno de ellos (Trump), y externa, buscando poner al Partido Demócrata contra la pared en los esfuerzos antiterroristas, se convertirá a partir de este momento en el telón de trasfondo de la nominación presidencial en ese partido. Estamos en una semana definitoria de la precampaña republicana con el primer caucus (Iowa el 1 de febrero) y primaria (New Hampshire el 6 de febrero) a la vuelta de la esquina y antes de que sus militantes se desenchufen por las fiestas decembrinas. Careciendo de una bola de cristal, no pude evidentemente incluir en esta columna lo que ocurrió anoche en su último debate previo al arranque de las primarias. Pero más allá de quién pudiese haber ganado ayer, hay cuatro tendencias que se consolidan.
Primero, no cabe duda que a quien más ayuda en este momento la sombra del terrorismo es al GOP y en particular a Trump. Le permite al partido —y a su sector más conservador— enfundar la xenofobia y el nativismo en la preocupación por la seguridad nacional, tema siempre socorrido en su caja de herramientas político-electoral. En la encuesta nacional más reciente levantada con posterioridad a los atentados en París, Trump es percibido, a pesar de su nula experiencia —y su demagogia y flatulencia disfrazadas de liderazgo— como el precandidato que mejor capacidad tiene para confrontar al terrorismo. La ex secretaria de Estado Hillary Clinton es segunda, 5 puntos porcentuales por detrás del empresario. Segundo, para creciente preocupación del liderazgo nacional republicano, Trump ha conectado con el electorado conservador, blanco y de clase media que piensa que el GOP no ha cumplido con sus promesas de detener la agenda política del presidente Obama. El que Trump pudiese ganar en Iowa o New Hampshire no garantiza que éste obtendrá la nominación, pero es un hecho que en la historia del GOP, ningún precandidato la ha alcanzado sin vencer en por lo menos uno de esos dos estados. Tercero, Bush sigue teniendo, a pesar de una campaña que se ha desinflado, los mayores fondos disponibles y el número más elevado de endosos, tema clave en cómo votan los delegados republicanos en las primarias. Y cuarto, de todos los contendientes, quien hoy está mejor posicionado para aprovechar el temor del liderazgo del GOP —y el que Rubio, quien ha sido identificado por muchos en los sectores más moderados como el candidato a quien apoyar en lugar de Bush, no haya logrado despegar del todo— es Ted Cruz. Cruz tenía al cierre del tercer trimestre el mayor aumento en recaudación que cualquier otro de los precandidatos republicanos, logrando el apoyo de la mayoría de los llamados Super PACs. De todos los candidatos con cargo de elección popular, es quien mejor leyó el sentimiento anti “política-más-de-lo-mismo” de los miembros del partido. Tiene claro dónde está su base electoral y geográfica y pareciera tener una estrategia clara: ganar Iowa a como dé lugar (ya rebasó a Trump en las encuestas ahí). Si bien la cúpula republicana en el Congreso no lo quiere y la prensa lo detesta, si el liderazgo nacional se apanica con la posibilidad de una victoria de Trump —y Rubio o Bush no levantan— podría alinearse detrás de Cruz, particularmente si el considerable apoyo financiero de corte conservador de los hermanos Koch que estaba detrás de la candidatura del gobernador de Wisconsin, Scott Walker, se decanta a favor del senador texano como una alternativa viable conservadora y antisistémica a Trump.
Detrás de un partido profundamente dividido y con facciones en guerra abierta una contra otra, con una base conservadora divorciada del liderazgo y en franca sublevación, persiste una maquinaria de movilización político-electoral formidable que hasta 2008 no había sido emulada por el Partido Demócrata. No hay que olvidar que el GOP hoy controla ambas Cámaras del Congreso (y previsiblemente seguirá controlando la Cámara de Representantes, indistintamente de quién gane la Casa Blanca el próximo año), 31 de 50 asambleas estatales y 32 de las 50 gubernaturas. Esto abona a la enorme preocupación del liderazgo nacional republicano en torno al impacto que pudiese tener la eventual nominación de Trump para la fortuna política a nivel nacional del partido, y explica por qué se están movilizando para tratar de descarrilarlo. El problema medular de la guerra al interior del GOP es cómo poner en cuarentena a Trump —sin forzar una candidatura independiente— a la vez que se responde a la molestia que lo nutre; la pregunta central es si encontrarán a tiempo el precandidato idóneo para lograrlo.
Consultor internacional