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Desde siempre he bendecido la duda. Soy también adepto a la incertidumbre. No dudo por afición ni por genética. Lo hago por obligación. Aunque dudar sea mal visto, celebro ese nicho. Bertolt Brecht es parcialmente responsable. Cuando joven leí Loa de la duda. La loa sigue vigente. Copio unos versos, “¡Loada sea la duda. Os aconsejo que saludéis/ serenamente y con respeto/ a aquel que pesa vuestra palabra como una moneda falsa./ Quisiera que fueseis avisados y no dierais/ vuestra palabra demasiado confiadamente”.
Propongo utilizar, para quienes dudan y tienen incertidumbre, el término dudador. En Medicina, frente a enfermos con problemas complejos, cuestionar y mostrarse dudador es, aunque en ocasiones sea complicado, necesario y positivo. A muchos enfermos les inquieta la sinceridad del médico que duda. A muchos médicos les incomodan los pares que cuestionan diagnósticos. La prisa de la modernidad no aguarda, no respeta la máxima inglesa, wait and see —espera y ve—. Las certezas expeditas, propias de la modernidad, exigidas por enfermos y colegas, no son capaces de aguardar.
Escapar de la presión ejercida por la tecnología y la “nueva Medicina” —entre más galenos mejor— no es fácil: pedir exámenes y solicitar la participación de otros colegas es la norma. Frente a esa realidad, dudar es benéfico. Pocos enfermos empeoran cuando el galeno los cuida y maneja la incertidumbre con sabiduría. En ocasiones, lo inverso es cierto: algunos enfermos se deterioran cuando más doctores opinan o si son sometidos a nuevas pruebas de laboratorio o de rayos X. En las escuelas de Medicina y durante el entrenamiento, a los médicos se les enseña “a hacer”, no se les inculca el germen de “no hacer” —espera y ve. Me apoyo en Moliere.
En El enfermo imaginario, su última comedia, uno de los personajes pregunta, “¿Para qué quieres ver a dos médicos si con uno basta para que te maten?”. Durante la cuarta representación, Moliere tuvo hemoptisis (vómito de sangre proveniente del pulmón) y falleció al día siguiente en casa. Al morir, en 1673, tenía 51 años. El padre de la comedia francesa detestaba a los doctores. No acudía con ellos. Hoy tampoco lo haría e incrementaría sus célebres citas contra la profesión. Comparto dos: “Casi todos los hombres mueren de sus remedios, no de sus enfermedades”; “Médicos: Hombres de suerte. Sus éxitos brillan al sol… y sus errores los cubre la tierra”. Las citas, demoledoras, deben releerse cobijadas por la sabiduría de la duda y la incertidumbre.
Los galenos aprendemos frases encumbradas por la historia y por la fuerza de la repetición. Una de ellas, quizás la más usada en todo el mundo, es Primum non nocere, “Lo primero es no dañar”. Aunque la frase suele atribuirse a Hipócrates, considerado el padre de la Medicina, la oración no aparece, como suele afirmarse, en el Juramento Hipocrático. En otro libro, Epidemias, se lee, “Para ayudar, o por lo menos no hacer daño”. Independientemente del origen preciso, la máxima, “Lo primero es no dañar”, sugiere cavilar antes de hacer, dudar y preguntar antes de solicitar nuevos exámenes o implicar más médicos, cuya actuación, como dije líneas arribas, se decanta por hacer en lugar de aguardar.
Uno de los seis principios de la Bioética, la no maleficencia, proviene de la idea “Primero no dañar”, palabras sencillas de entender en el papel, no siempre fáciles de reproducir ante el enfermo. No maleficencia significa abstenerse de llevar a cabo acciones que puedan producir daño o perjuicio. Aunque el principio se aplica a cualquier relación entre seres humanos, en Medicina es particularmente importante. Evitar acciones que perjudiquen al enfermo debe ser la meta. Los médicos leales a los enfermos, especie en extinción, saben que la multiplicación de procedimientos, muchas veces sin sentido, así como las interconsultas con colegas, con frecuencia por amiguismo, por ineptitud, por falta de conocimiento o por motivos económicos, deviene, en ocasiones, daño (maleficencia).
Es menos factible dañar cuando se duda y es menos probable generar nuevos problemas cuando no se solicitan exámenes innecesarios, muchas veces, difíciles de interpretar. En Medicina, ser dudador es benéfico.
Notas insomnes. Benjamin Franklin: “El mejor médico es el que conoce la inutilidad de la mayor parte de las medicinas”.
Médico