En muchos países, México entre ellos, la corrupción semeja una epidemia. A partir de 1995, la Organización Transparencia Internacional publica el Índice de Percepción de la Corrupción que evalúa los niveles de corrupción del sector público en una escala de cero (percepción de altos niveles de corrupción) a cien (percepción de bajos niveles de corrupción). El índice se basa en encuestas a empresas y “expertos”. Corrupción, según Transparencia Internacional, es “el abuso del poder encomendado para beneficio personal”.

De acuerdo al Índice de Percepción de la Corrupción, en 2014, México se ubicó en el lugar 103 de 175 países, con 35 puntos. Somos vecinos de Bolivia, Níger y Moldavia, y ocupamos el último lugar de los países (34/34) que integran la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos, estructura que agrupa a las economías más desarrolladas del mundo. Los países menos corruptos son Dinamarca (primer lugar, con 92 puntos), Nueva Zelandia, Finlandia, Suecia y Noruega. Los más corruptos son Somalia y Corea del Norte (últimos lugares, con 8 puntos), Sudán, Afganistán y Sudán del Sur. La distancia entre los países no corruptos de los corruptos es infinita. Los primeros poco modificarán sus sitios y los últimos nunca mejorarán.

La realidad es triste pero es la realidad. México, lo repiten ufanos nuestros dirigentes, es una de las grandes potencias económicas. De acuerdo a las estadísticas del Banco Mundial, en 2015, nuestro país ocupa la decimocuarta economía del mundo y el número 81, si la medición se extiende al PIB per cápita. Ese divorcio, “grande la economía del país”, “pequeña la de sus habitantes”, se refleja en la falta de equidad y de oportunidades. La mitad de la población es pobre o muy pobre. Si aceptamos que la pobreza es una enfermedad y la corrupción uno de sus vectores, el contagio, en México, es evidente. Y si aceptamos que la corrupción es una epidemia, es obligado concluir: la corrupción empobrece, la pobreza enferma y tanto una como otra se transmiten. Denominarlas epidemias es correcto. México se encuentra sumido en esa trampa.

Las instituciones no son corruptas. Los individuos corruptos son los responsables de corromperlas. Para disminuir la descomposición se requiere que las acciones de las personas que trabajen en esos sitios se rijan por principios éticos. Esa es la única forma de disminuir la corrupción y de acotar la impunidad. El problema es inmenso y quizás irresoluble. La corrupción deprava, atrae similares y repele a personas con principios éticos. Los males se perpetúan gracias a las personas que se adhieren a las reglas, al modus vivendi y al modus operandi de la institución donde se labora.

La corrupción política es un delito ético. Quienes la ejercen anteponen sus intereses personales sobre los generales; privilegian sus beneficios por medio del hurto sobre quienes, supuesta o realmente, los eligió. México como ejemplo. Gobernar desde la corrupción es un desaseo inmenso; el acto atenta contra la ética. Al hacerlo, otros males germinan y se reproducen, como sucede con las epidemias. Impunidad, robar, mentir, destruir la democracia, favorecer el clientelismo y el amiguismo sin importar si los amigos tienen la capacidad y las herramientas para ejercer, son lacras asociadas a la corrupción. Incitar al pueblo en contra de los políticos es el resultado.

Me gusta leer El diccionario del diablo, de Ambrose Bierce. Corrupto: “En política, el que ocupa un cargo de confianza o de provecho”. Y me gusta, mientras escribo sobre corrupción, la definición de moral del mismo Bierce, maestro de la sátira: “Que se ajusta a los criterios de corrección locales y cambiantes. Que suele ser conveniente”. El escritor estadounidense murió, la fecha no es segura, en 1914. La última vez que se le vio fue en Chihuahua. Había viajado a México para conocer los sucesos de la Revolución Mexicana. Algunos biógrafos hablan de que Bierce desapareció en el norte de nuestro país. Sus definiciones, muy ad hoc para la realidad política de nuestra nación, son actuales, contundentes y veraces.

Notas insomnes. La corrupción es un delito ético. En México es epidemia.

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