Arnoldo Kraus

Duelo. Unas palabras

Inmersos en este mundo rápido, donde domina la inmediatez y brilla la tecnología, el ser humano sintiente pierde terreno

04/09/2016 |01:14
Redacción El Universal
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Las discusiones acerca del impacto de las innovaciones y de las tecnologías en la forma de ser del humano son viejas e imperecederas. Ejemplos sobran. Sócrates rechazaba la escritura porque consideraba que a los libros no se les podía preguntar nada; en la misma época había quienes aseguraban que debido a la escritura, la memoria mermaría pues no sería menester ejercerla. Otro ejemplo: en 1942, el sindicato de músicos más visible de Estados Unidos sugirió primero, después prohibió grabar discos a sus integrantes, y finalmente los convocó a una huelga contra la industria discográfica. Pensaban que las grabaciones acabarían con la música tocada en vivo. Y así sucedió con la imprenta, con las locomotoras, con el teléfono, con internet y con un largo etcétera.

Hasta hace poco las amenazas contra la esencia humana eran externas: la tecnología no modificaba el ser íntimo. Ahora las reformas son más profundas: se trata de cambios genéticos, íntimos, cuyos resultados aún no se conocen pero que podrían modificar al ser humano tal y como lo conocemos. Las entrañas del ser humano se encuentran amenazadas. Inmersos en este mundo rápido, donde domina la inmediatez, brilla la tecnología, impacta la comunicación en todas sus modalidades y domina la imperiosa necesidad de adaptarse a los dictados del mundo líquido (robo la idea de Zygmunt Bauman), el ser humano sintiente pierde terreno.

Medicalizar tristeza y nostalgia, recetar fármacos potentes para “curar” la melancolía o interrumpan el duelo son pócimas diarias, in crescendo, prescritas por galenos y buscadas por enfermos. Como si la nostalgia fuese dañina; como si la tristeza no sirviese; como si la melancolía fuese contraproducente; como si el duelo no tuviese razón de ser; como si Francisco de Quevedo no hubiese escrito los versos siguientes, “Vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”, y como si las industrias modernas —las de médicos y las farmacológicas—, no supiesen que el duelo es una vivencia necesaria.

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Los departamentos de marketing de las farmacéuticas conocen su(s) oficio(s): vender todo lo vendible y ratonizar a los médicos, es decir, convencerlos de recetar sus fármacos a cambio de unos viajes todo pagado para hacerles ver que medicar el duelo es imprescindible —aunque la palabra ratonizar no aparece en los diccionarios, cualquier lector sabe que en la vida diaria sí sucede—.

En contra del mundo líquido y la ratonización médica, en contra de suprimir el duelo por medio de antidepresivos, queda la realidad. El duelo es una pérdida que debe afrontarse y vivirse. Cuando se transita adecuadamente por él, se gana; cuando duele demasiado, no necesariamente se pierde: puede convertirse en un llamado de atención para el deudo, en una invitación para regresar al pasado y reparar, hasta donde sea posible, el presente, y a la vez, para reconsiderar las relaciones con el mundo y con otras personas. Aunque duela, experimentar el duelo construye. La muerte del ser querido, por más que lastime, invita; todo final, escolar, deportivo o amoroso abre y cierra: examinar la vida interior del doliente, aunque incordie, sirve.

La modernidad, y dos de sus hijos y aliados predilectos, las farmacéuticas y los medios de comunicación, buscan convencernos. Sin decirlo, lo dicen: el duelo es una suerte de infección; evitarlo y curarse es imprescindible. Para no contagiarse, nos dicen, los antidepresivos. Para regresar pronto al trabajo y no disminuir la eficiencia y la productividad, los antidepresivos. Como si la tristeza fuese un fenómeno patológico; como si mirar hacia dentro y repasar la vida de quien murió para entender un tanto la propia fuese inadecuado.

El duelo no es enfermedad, es la respuesta normal a una pérdida. Y la vida son pérdidas, y la muerte es una de ellas, y no todas las pérdidas son nocivas. Entiendo bien que la muerte de un niño o un joven es incomprensible y entiendo que cuando la enfermedad destruye la muerte es bienvenida. Ni los médicos ni las farmacéuticas tienen derecho, como pretenden, de curar el duelo. Vivirlo, a la larga, dota al deudo de herramientas otrora desconocidas.

La ciencia médica es formidable. La ciencia médica y la ratonización de los doctores, cuando pretenden interrumpir fenómenos necesarios como el duelo, es abominable.

Notas insomnes. La transformación del ser humano se ha iniciado. ¿Qué sucederá en la próximas décadas con el duelo, el amor, la melancolía?

Médico