Arnoldo Kraus

Cultura y política

En México, cultura y política corren por senderos distintos. Tan distintos que (casi) nunca se encuentran

29/05/2016 |01:14
Redacción El Universal
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A los ciudadanos nos gustaría que nuestros políticos fuesen “hombres de mundo”. Tener conocimientos de Economía, deportes, cultura, literatura, política, Geografía e Historia es indispensable para dirigir un país. Una dosis de esas disciplinas permite lidiar con los crecientes avances y avatares del siglo XXI. La cultura es uno de los grandes bienes de la humanidad. Conocer sus múltiples facetas es necesario para cualquier político que pretenda dignificar su profesión. Comparto dos lecturas sobre los vínculos entre política y cultura, una vieja, otra reciente.

En el periódico El País (17 de mayo de 2016), Javier Reverte, escribe, en su artículo Contra los creadores, “En plena batalla de Inglaterra, con los cielos londinenses infestados de aviones nazis, los ministros del Gobierno británico plantearon a su premier Winston Churchill la necesidad de recortar múltiples partidas presupuestarias para que todos los esfuerzos se concentrasen en la guerra. Churchill era un político del sector más conservador de su partido y un absoluto defensor de la lucha contra Hitler; pero cuando uno de sus ministros sugirió reducir los presupuestos de la cultura —palabra que a los nazis les provocaba deseos de sacar la pistola, según unas famosas palabras, atribuidas, entre otros a Goering—, brincó de su sillón y bramó: ‘Y entonces, ¿para qué combatimos?’”.

Por su parte, Javier Cercas, en No somos pobres: somos estúpidos (El País Semanal, 5 de mayo de 2016), nos recuerda una de las tantas sandeces del equipo del incombustible Silvio Berlusconi. “El 14 de octubre de 2010 —escribe Cercas—, Giulio Tremonti, ministro de Finanzas italiano, exclamó: ‘¡Con la cultura no se come!’. En seguida aclaró, henchido de salero berlusciano: ‘De cultura no se vive: háganse un bocadillo de cultura y empiecen por la Divina Comedia’”.

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Dos visiones opuestas sobre la cultura. La de Churchill durante la larga y dolorosa travesía de la Segunda Guerra Mundial en defensa de la cultura; la del esbirro de Berlusconi —“dime con quién andas y te diré quién eres”, reza una verdad previa a las biblias—, en plena avalancha neoliberal, en contra de quienes como Dante Alighieri se atreven a escribir, y, lo que es peor, a incitar a la lectura. Winston Churchill, amén de sus innumerables cargos, dentro de los que destacan haber sido primer ministro durante dos períodos, obtuvo, en 1953, el Premio Nobel de Literatura. Ignoro si Tremonti compartía las tardeadas que hacía Don Silvio con las pobres chicas que contrataba, pero, lo que sí auguro, es que Don Silvio será recordado por sus grandes bacanales.

En México, cultura y política corren por senderos distintos. Tan distintos que (casi) nunca se encuentran. El país no requiere políticos doctos en economía, historia o cultura. Requiere, como lo exige el siglo XXI, “hombres de mundo”, cuya formación incluya elementos mínimos pero indispensables para dialogar entre ellos, con sus ciudadanos y con sus homólogos de otros países. El famoso dislate de Enrique Peña Nieto, acerca de sus libros predilectos, en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, cuando era precandidato a la Presidencia, ilustra cuán lejos de la cultura se encuentran nuestros políticos.

Es falso que de cultura no se come. París, Leningrado, Roma y Oaxaca son, entre otras, ciudades bellas per se e interesantes por su oferta cultural. La derrama económica del turismo, ávido por saber, es, muchas veces, fundamental. Por medio del turismo cultural las finanzas crecen y en países no corruptos la sociedad se beneficia. Gracias a la cultura los seres humanos se humanizan y se sensibilizan. Además, las diversas fuentes culturales, danza, arte, literatura, son primordiales en las mediciones sobre calidad de vida.

Así como Aurelio Nuño Mayer, secretario de Educación Pública de México, tiene razón al evaluar a los profesores, los políticos, incluyendo alcaldes, ministros y gobernadores deberían presentar un examen previo a su ingreso al servicio público de tópicos que incluyesen cultura, Economía, Historia, Geografía, etcétera.

¿Cuál es la capital de Francia?; ¿quién fue Hernán Cortés?; ¿qué escribió José Luis Borges, Fox dixit?, y, por último, Miguel de Cervantes Saavedra, ¿era chino, italiano o español?, podrían ser preguntas de primer ingreso. Otras, más complejas, ¿dónde queda Teotihuacán?; ¿quién dijo, “El derecho al respeto ajeno es la paz”?, y, ¿cuánto robaron las huestes de Felipe Calderón en la construcción de la Estela de Luz?, podrían ser cuestiones de posgrado político.

Notas insomnes. Sueño guajiro: Winston Churchill y Dante Alighieri en vez de Hugo Boss y Mercedes Benz serían buenos regalos para nuestros políticos.

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