La opinión pública avanza por caminos diferentes a los demarcados por el poder, ya sea político, religioso o empresarial. Lamentablemente, no siempre cuenta con la fuerza para modificar e implementar sus ideas. Quienes ostentan el poder suelen atajar los movimientos sociales ajenos a sus derroteros y a sus códigos de trabajo, con frecuencia absurdos y alejados de la ética. Mirar el mundo por medio de los prismas de la realidad basta para comprender hasta dónde ha fracasado el poder omnímodo del triángulo representado por políticos, religiosos y grandes empresarios.

El advenimiento de las redes sociales ha servido para exponer algunas pifias del triángulo y acelerar modificaciones ingentes. La opinión pública ha precipitado algunos cambios en las leyes sobre eutanasia activa y suicidio asistido, temas cuya crudeza y necesidad requieren diálogo. Lo ríspido ahuyenta al poder. Lo ríspido estimula a la opinión pública.

En marzo del presente año se aprobó en California el suicidio médicamente asistido. La ley entrará en vigor el 9 de junio. Sobresale la cordura de Jerry Brown, gobernador del estado: su religiosidad, es católico y de joven estudió en un seminario, no le impidió, a partir del suicidio médicamente asistido de Brittany Maynard en noviembre de 2014, recoger la voz de la sociedad y acercarse tanto a médicos como a activistas de los derechos humanos de los discapacitados e incluso al arzobispo sudafricano Desmond Tutu. La decisión tiene historia. La historia nace en la voz de Brittany y del apoyo de su esposo y familia, así como de la opinión pública.

En noviembre de 2104, Brittany Maynard, una joven de 29 años, oriunda de California, murió, acompañada de su esposo y familiares, por medio del suicidio asistido en Oregón. Tras el diagnóstico de un tumor cerebral incurable, Maynard buscó ayuda en su estado natal para morir con dignidad. Al no conseguirlo, viajó a Oregón, donde el acto es legal desde 1997. La lucha de Maynard se convirtió en 2014 en el rostro del movimiento a favor de la muerte digna en Estados Unidos. California es el quinto estado, junto con Oregón, Vermont, Washington y Montana, en permitir el suicidio médicamente asistido.

Los candidatos, tal y como sucede en los estados mencionados y en los países donde la eutanasia activa es legal, deberán cumplir una serie de requisitos para solicitar ayuda. Sobresalen la necesidad de contar con la opinión de dos doctores que confirmen que la muerte sobrevendrá en no más de seis meses y que el paciente, al solicitar morir, lo hace lúcido mentalmente, motu proprio y libre de presiones.

La iniciativa de Brown, ahora convertida en realidad, ofrece, a quienes buscan apoyo, una línea telefónica gratuita amén de promover que el estado se haga cargo de los gastos de quienes elijan morir vía suicidio médicamente asistido. Dicha iniciativa conlleva otros beneficios. Tal y como ha sucedido con la magnífica y ya larga experiencia de Oregón, debido a la ley del suicidio asistido, los galenos procuran mejores cuidados hacia el final de la vida para sus enfermos, prescriben narcóticos y otros fármacos cuando es necesario y son más conscientes de acompañar, soliciten o no apoyo para morir, a los enfermos terminales.

Facilitar el adiós con dignidad es tarea imprescindible. Calidad de muerte —morir con dignidad— es un concepto que debe discutirse y promoverse. En México poco se habla del tema. Los devastadores días finales de muchos enfermos, víctimas del sistema médico público y privado, y de galenos poco interesados en acompañar a sus enfermos y familiares en los días finales, hacen necesario fomentar la discusión. El gobierno debe tomar nota de lo que sucede en California y en otras latitudes como Colombia, Holanda, Bélgica y Canadá, cuyo primer ministro, Justin Trudeau, propuso el 4 de abril legalizar el suicido asistido. Informar y realizar un estudio, libre de sesgo, sobre la opinión de la sociedad acerca del derecho a morir con dignidad es necesario. El año pasado la revista inglesa The Economist efectuó un estudio en la zona del Pacífico en EU sobre el tema: siete de cada diez ciudadanos apoyaron el derecho al suicidio médicamente asistido.

A Brittany Maynard, así como a Jack Kevorkian, la sociedad estadounidense y el mundo occidental le debemos mucho: Su certeza, su valor y su decisión han permitido que en California, donde viven aproximadamente 40 millones de personas, la muerte médicamente asistida sea realidad.

Notas insomnes. Nuestros vecinos son muy afectos a los epónimos. La ley del suicidio médicamente asistido en California debería llamarse, Ley Brittany Maynard.

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