Las viejas anécdotas son maravillosas. Lo mismo sucede con los viejos medicamentos. Perviven por ser útiles, por ser adecuados, porque lo nuevo no siempre suple lo viejo. Cuando el imberbe Freud se percató de la escasa eficacia de los masajes, de los baños con agua fría o caliente y de las corrientes eléctricas para tratar la histeria, Emmy von N, su paciente, le sugirió abandonarlos y escuchar lo que ella deseaba contarle. Freud dejó las terapias tradicionales para tratar la histeria y el resto de su vida se dedicó a escuchar. Como persona versada e inteligente, era devoto (creo) de la docta ignorancia, espacio, una vez asumido, útil y necesario; la docta ignorancia permite pasar del no saber a hurgar para entender.

La docta ignorancia siempre es bienvenida. Hay quienes sitúan su origen en la famosa máxima socrática, “Yo sólo que no sé nada”, frase repetida y repetida a pesar de “su vejez”, o quizás, más bien, por su “no vejez”. El filósofo griego sostenía que él era partero de almas, es decir, dedicaba su tiempo a escuchar. Sócrates murió en el año 399 a.C. y Freud falleció en 1939. Ambos eran devotos de la escucha y amantes de la ignorancia. Escuchar es un ejercicio en vías de desaparición. En nuestros tiempos, poco a poco, ese espacio se ha achicado y ha perdido valor. Las nuevas generaciones construyen y se construyen alejadas de las lecciones de Sócrates y de Freud. Estar online es imprescindible. Estar offline significa no ser partícipe del mundo.

“Vivimos en dos mundos paralelos y diferentes: el online y el offline”, sostiene Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo contemporáneo. Leer a Bauman, si se desea entender “un poco” el mundo contemporáneo, es imprescindible. Online: conectado. Offline: desconectado. Permanecer conectado en el mundo actual significa enterarse de todo lo necesario, desde noticias, hasta situaciones propias del trabajo, incluyendo los sucesos de personas cercanas. Vivir desconectado implica no adaptarse a la velocidad del tiempo ni a las presiones y necesidades de los otros ni ser parte de quienes mueven las cuerdas de tanto títere (humano) inopinado.

Ser parte del orbe online no se elige. Es una imposición externa, de la sociedad, de los tiempos y del trabajo. Muchos oficios requieren contacto continuo. También se vive online por otras razones. La fundamental es la necesidad de pertenecer a una comunidad donde lo que menos importa es el mundo de las ideas, del silencio, de la creación. Este grupo, el del universo online, es inmenso y se reproduce con celeridad. Los nativos digitales, u homo sapiens digital, las generaciones que nacieron durante las décadas de los años 1980 y 1990 son los miembros naturales del universo online —la idea previa, aclaro, no es peyorativa.

“Hoy vivimos simultáneamente, explica Bauman, en dos mundos paralelos y diferentes. Uno, creado por la tecnología online, nos permite transcurrir horas sentado frente a una pantalla. Por otra parte tenemos una vida normal. La otra mitad del día consciente la pasamos en el mundo que, en oposición al mundo online, llamo offline. Según las últimas investigaciones estadísticas, en promedio, cada uno de nosotros pasa siete horas y media delante de la pantalla”.

La pantalla es un gran resguardo. En ella sólo sucede lo que las personas desean que suceda. Se escogen páginas, se eligen fotografías, se buscan amigos y amigas, se lee lo adecuado; en la pantalla se desdeña lo no deseado, lo incomodo, lo que pregunta e inquieta. Y en ella, frente a ella, no es necesario escuchar ni enterarse de sucesos desagradables. Vivir online favorece “el arte de no escuchar” lo no deseado y así sustraerse del mundo conformado por las relaciones entre seres humanos. Escuchar nutre la docta ignorancia, y ésta nutre al ser humano

Vivir online sepultará el diálogo, acabará con la convivencia, con el intercambio de palabras y miradas, de silencios y escuchas. Habitarlo no atenta contra el homo sapiens tal y como lo conocemos. Es más bien preámbulo de un homo distinto.

Notas insomnes. Fe de erratas Kraus: En mi último artículo, Capital ético, escribí, por error, al citar a Virgilio Loredo, misógino en vez de misántropo. Y reproduje mi error al reescribir misógino. Pido disculpas a Loredo, a los lectores y al sexo femenino. Mea culpa.

Médico

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses