Por Antonio Rosas-Landa

Chicago, Illinois.— Algunos individuos de personalidades intensas son señalados por  “torcer la realidad”, empujando a otros bajo su mando a lograr cosas que de otra manera serían impensables. Así se definía a Steve Jobs, presidente de la compañía Apple. Ahora parece que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, hace lo posible por ingresar en esa categoría.

En la biografía  Steve Jobs, de Walter Isaacson, se detalla cómo Jobs hacia gala de prepotencia y sinrazón para obligar a sus ingenieros y a ejecutivos de industrias que revolucionó para que siguieran sus deseos.

En su caso, Trump fue electo por abordar los temas de una manera no convencional.  El presidente electo dijo en campaña que este país necesitaba  “un porrista”  que impulsara a la nación a niveles de prosperidad que parecen improbables.

La diferencia entre Jobs y Trump es que el maestro de la tecnología no sabía aceptar un “no” que estorbara a los tiempos y características de los productos que engrandecieron a Apple. Mientras que Trump parece sentirse cómodo no sólo retando los convencionalismos, sino mostrando un total desapego por los hechos. Para torcer la realidad uno debe apoyarse un mínimo en la misma, de lo contrario lo único torcido es la mente.

Por ello, no es posible que el presidente electo mande un mensaje de Acción de Gracias a la nación en favor de la unidad, pero que horas después lance tuits contra medios de comunicación y programas de comedia cuando le disgusta cómo caracterizan su actuar.

Es inconcebible que un hombre que llega con enormes limitaciones sobre temas vitales en el arte de gobernar (demostrado en la campaña) rechace leer el informe diario de Inteligencia preparado por agencias como la CIA. Y es que no hay peor burro que el que no quiere aprender.

Antes otros presidentes delinearon sus agendas, uno podía estar en favor o en contra pero la dirección de la nación tenía sentido, aun cuando fuera basada en principios ideológicos como la desregulación y el recorte de impuestos a los ricos en la era de George W. Bush, o el incremento de programas asistenciales con Obama.

Hoy Trump cree que sus acciones y declaraciones irresponsables no tendrán efecto. La realidad le mostrará cuán equivocado está.

México como otros muchos países saben lo que es lidiar con el populismo lleno de promesas vacías que siempre adjudica su fracaso a alguien más. Antes de Trump, Estados Unidos era una nación donde el principio de responsabilidad personal tenía valor, especialmente al reconocer errores. Lamentablemente, esa era llegó a su fin.

El futuro presidente está más preocupado en manipular la opinión pública al sacar de proporción un “logro” como mantener mil empleos en el estado de Indiana, que migrarían a México, sin mencionar que la compañía en cuestión recibirá 7 millones de dólares en estímulos del gobierno estatal, práctica conocida como “capitalismo de compadrazgo” y que ha sido rechazada históricamente, sí, adivinó, por los republicanos.

Para documentar el optimismo, si Trump cumple su promesa de rebajar los impuestos a la clase media y a los negocios hay que prepararse para que la deuda nacional, actualmente de 20 billones de dólares, aumente más rápido, puesto que no se puede silbar y tragar pinole al mismo tiempo sin ahogarse.

También, si revierte las leyes que evitan los fraudes financieros que dieron origen a la crisis de 2008 en los bienes raíces puede, en efecto, hacer más accesible el crédito a los consumidores, pero también hará más vulnerable al sistema financiero. En suma, todo parece indicar que la presidencia de Donald J. Trump será un periodo que será difícil de olvidar, y no por buenas razones.

Periodista

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