Chicago, Illinois.— El segundo debate presidencial en Estados Unidos concluyó con un Donald Trump con un mejor desempeño ante una Hillary Clinton que no tuvo una buena noche. La carrera presidencial se enfila a su recta final el próximo 8 de noviembre. ¿Quién ganará?

Días previos al debate se dio a conocer una grabación donde Trump presume que su estatus de celebridad le permite avances sexuales con mujeres, aunque no sean solicitados o bienvenidos. El escándalo estalló y varios líderes y representantes electos del Partido Republicano repudiaron a su propio candidato. Algo nunca antes visto.

Paul Ryan, un hombre decente, que tiene como labor liderar la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, dijo que no defenderá al candidato ni hará campaña con él de aquí al día de la elección.

También una nueva encuesta de NBC y The Wall Street Journal realizada después de difundirse la grabación con lenguaje sexual y soez, pero antes del debate daba 11 puntos de ventaja a Hillary Clinton sobre Trump —si se considera a los candidatos libertario y del Partido Verde—. Pero si sólo se cuenta a la demócrata y al republicano la ventaja de Clinton llega a 14 puntos.

Con todo lo dicho cualquiera podría asegurar que Donald J. Trump da los últimos suspiros de su vida política. Abandonado por las élites partidistas, repudiado por los republicanos educados, esperando la revancha electoral de las mujeres ofendidas y rechazado por los votantes independientes. ¡Ya perdió aquel que trae un animal muerto en la cabeza!, cantaríamos con felicidad.

Es muy probable que Trump sea derrotado, pero es vital que se considere que sigue manteniendo la simpatía de un segmento muy grande de la sociedad estadounidense. Aquí en el Medio Oeste es increíble ver cuántas pancartas que apoyan su candidatura hay en residencias en áreas rurales en los estados de Wisconsin, Michigan e Illinois. Las he visto con mis propios ojos.

A estos simpatizantes de Trump no parece importar que su candidato sea un misógino, racista, intolerante, bully, que no paga impuestos, que abusa del sistema para su beneficio y además se ufana de ello. No consideran el daño que esta candidatura causa a la imagen de este país en el mundo. Lo que sienten por Trump es fe, la evidencia no importa, pues el credo del “hombre de negocios” los ha cegado.

Cuando analizo una situación trato de ponerme en el lugar de otras personas para entender sus puntos de vista. Así he descrito algunos de los motivos por los que esta parte del electorado está harto de los políticos de siempre, de por qué buscan un cambio. Entiendo sus preocupaciones y, parcialmente, por qué apoyan a Trump.

Pero lo cierto es que no se puede condonar que estas personas mantengan sus votos por alguien que se expresa de forma tan baja de las mujeres. Estos votantes tienen —me imagino— madres, hermanas, hijas, sobrinas y vecinas. Nada justifica que ignoren el comportamiento soez de su favorito.

No se puede excusar que estos votantes denuncien (equivocadamente) que los inmigrantes indocumentados no pagan impuestos y abusan del sistema de seguridad social pero, al mismo tiempo, se traguen que Trump no paga impuestos porque es muy inteligente. Ese es un doble estándar que raya en hipocresía.

Sigo creyendo que Trump perderá, pero también creo que no se pueden subestimar esas legiones de gremlins que lo apoyan. La única forma de asegurarse que Trump y su “movimiento” sean enterrados es votando este 8 de noviembre. Por mi parte, prometo no fallar con mi deber.

Periodista

***En la imagen: Seguidores de Donald Trump discuten con el ministro Martez Thompson, quien apoya a Hillary Clinton, en Detroit.

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