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La transcripción de una conversación entre los presidentes de México y Estados Unidos, que salió ayer en The Washington Post , es absolutamente devastador para Donald Trump, pero, sorprendentemente, Enrique Peña Nieto sale muy bien librado, firme, claro y diplomático, mucho más seguro de lo que se vio durante el primer encuentro entre ellos en septiembre de 2016, cuando lo pareció dominar Trump. En cambio Trump se ve petulante, berrinchudo, ignorante y sin ninguna gracia diplomática.
En la transcripción, Peña Nieto deja muy claras las posturas de México e intenta encaminar la conversación hacia un ganar-ganar entre los países en comercio y seguridad, temas en que hay una larga historia de colaboración. Trump, en cambio, muestra su preocupación porque saldría dañado políticamente si no puede decir públicamente que México va a pagar por el muro entre los países y pide que Peña Nieto no diga más que no lo pueden pagar los mexicanos; luego Trump amenaza con poner tarifas en los productos mexicanos y sugiere que los militares estadounidenses puedan barrer al crimen organizado en México, si no lo pueden hacer los militares mexicanos.
Como estadounidense, tengo que reconocer que me avergüenza ver una transcripción en que el mandatario de mi país intenta amedrentar al líder de otro país, sobre todo un país vecino, que insulta a las Fuerzas Armadas de un país aliado, y, después de todo, deja claro que sus motivaciones para esto son de pura política. Todo estadounidense debe sentir vergüenza al ver esto.
Si bien esta conversación tomó lugar poco después de la llegada de Trump a la presidencia, es difícil saber si la falta de conocimiento y manejo diplomático ha mejorado; de esa fecha a ahora (seis meses) ha tenido que conversar con más líderes mundiales y a su estilo, moderarse un poco.
Hay que reconocer que en la llamada Trump mencionó varias veces las conversaciones laterales que ha mantenido Luis Videgaray con Jared Kushner, el yerno y asesor de Trump. Si bien Trump quería poner barreras económicas en el comercio con México, él también aceptó que estaba recibiendo consejos de su yerno como resultado de esas conversaciones para no concretar la imposición de dichas barreras. Y hay evidencias que estas conversaciones, más los consejos que ha recibido Trump de sus secretarios de gabinete y otros asesores, sí han tenido un efecto en sus posturas frente a México, por lo menos para evitar un quiebre total en las relaciones.
Ahora están por arrancar negociaciones trilaterales sobre el tratado de libre comercio, en que cada país parece tener posturas más o menos racionales, la cooperación en seguridad sigue y quedó claro para todo el mundo que México jamás pagará por el muro —y que es muy probable que tampoco se construya el muro, excepto quizá en algunos pedazos pequeños de la frontera.
Pero no hay lugar para que el presidente de Estados Unidos actúe como un empresario de bienes raíces en Nueva York y no como el presidente de un país grande y serio. Es inaceptable su conducta hacia un vecino y aliado de tanta importancia para los intereses de los propios Estados Unidos. Pero hay buenas noticias: después de esta revelación poco agradable, es evidente que el gobierno mexicano ha sido bastante claro en sus posturas —más de lo que muchos sospechábamos quizás— y que voces más sensatas en el gobierno estadounidense parecen estar ganando la partida en cuanto a decisiones políticas —por lo menos en este momento.
Presidente del Instituto de Políticas Migratorias y ex director del Instituto México del Centro Wilson