Se cerró el año 2016 como el más violento en la reciente memoria de Tijuana y también con un repunte notable de homicidios en Ciudad Juárez. Otros estados —Guerrero, Veracruz y Michoacán— siguieron su paso por el terror, mientras había nuevos focos de preocupación en Colima, Zacatecas y otras entidades.
En Tijuana, que ha sido un modelo de la lucha contra el crimen organizado, el resurgimiento de la violencia es especialmente notable. En un sentido, la violencia actual ha tenido menos impacto en la sociedad de lo que se tuvo con las olas anteriores de crimen. Los logros institucionales, sociales y económicos se mantienen. Pero en otro sentido es un llamado de atención poderoso que requiere de atención nacional y que podría en algún momento llevar a una situación mucho más seria si no se atiende.
De 2007 a 2009 Tijuana vivió un auge de violencia —homicidios, secuestros y extorsión— jamás visto en su historia reciente, si bien existieron otros momentos muy violentos. Los miembros y seguidores de la familia Arellano Félix, amos del Cartel de Tijuana, ya tenían sus garras bien metidas en la esfera publica y privada, controlando partes de la policía local, de la economía y de la clase política. Habían operado con impunidad desde finales de los años 80 pero con ocasionales operativos en su contra desde mediados de los 90.
Tres factores explican la caída de los Arellano Félix y la paz relativa que dominó después —y nos ayudan a entender el peligro actual. Primero, Tijuana ha ido construyendo desde los 80 un capital social impresionante, con periodistas valientes, grupos cívicos pujantes y ciudadanos que sienten orgullo de su ciudad y lo que ha logrado. Tijuana se ha re inventado en los últimos años como destino gastronómico, fuente de innovación y de manufactura avanzada y socio indispensable de San Diego en lo económico y cultural. Estas transformaciones habían empezado antes de la última ola de violencia y les dio a los ciudadanos locales elementos para combatir a los delincuentes y para exigir cambios en la política publica.
Segundo, se generaron acciones publicas que sí funcionaron. La policía local y los fiscales del estado mejoraron sus funciones y extirparon a muchos de los corruptos, el gobierno federal intervino para ayudar en esta transformación y el Ejercito colaboró en fortalecer y apoyar a las autoridades civiles, y el estado se metió de lleno en un proceso serio de transformación del sistema judicial que ha rendido frutos. También hubo mucha colaboración con autoridades del vecino país, que compartían inteligencia sobre los grupos criminales.
Finalmente, las circunstancias del crimen organizado cambiaron. La guerra local era entre los Arellano Félix y un lugarteniente de ellos que formó su propio grupo, casi seguramente apoyado por el Cartel de Sinaloa. Las autoridades, presionadas por los ciudadanos, lograron desarticular ambos grupos, y después, silenciosamente, entró el Cartel de Sinaloa para usar la plaza para exportar drogas e importar dinero y armas por la ciudad. A diferencia del Cartel de Tijuana, los sinaloenses no trataron de la misma forma de cooptar la estructura de gobierno y del sistema judicial, sino operaron pactando con los operadores que quedaban de los grupos derrotados. No desapareció la violencia, pero quedó mucho menos visible y con menos impacto en la vida de los ciudadanos.
Ahora resurge la violencia por el cambio en el mercado y estructura de negocio del narcotráfico. El Cartel Jalisco Nueva Generación está, por lo que parece, haciendo un intento de desplazar al Cartel de Sinaloa en su control de la plaza (o quizás forzar un arreglo para compartir las rutas hacia California). Esta nueva agrupación se formó por la fragmentación del Cartel de Sinaloa y está aprovechando los golpes que ha recibido este cartel para posicionarse. También está, a todas luces, siendo beneficiado por el incremento repentino del uso de heroína en EU.
En Tijuana se hicieron esfuerzos impresionantes por extirpar el poder del crimen organizado en la vida de la ciudad. Estos esfuerzos siguen rindiendo frutos frente al resurgimiento de la violencia, manteniéndola al margen de la sociedad y fuera de las instituciones publicas y privadas, por lo menos a la escala que una vez existió. Pero queda por ver si esto sera suficiente contra la lógica del mercado del narcotráfico, que una vez más está golpeando la frontera México-EU y especialmente a Tijuana. Ojalá se tome nota en el gobierno federal antes de que esto escale a una crisis del tamaño que una vez vivió esta importante urbe del noreste de México.
Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson