Leyendo los comentarios durante la última semana, me da la impresión de que muchos esperaban que el papa Francisco llegara a México a tumbar a los corruptos, transformar las injusticias y, de paso, derrotar a Donald Trump, y se decepcionaron. Resulta que ningún ser mortal, ni siquiera el santo Pontífice, tiene esa capacidad, y mucho menos en una sola visita de unos cuantos días. Sin embargo, me parece que sí deja algunas huellas su gira por México, pero para verlas hay que entender cuál es la lógica del padre Jorge Mario Bergoglio como máximo líder de la Iglesia católica.

Él es, sin duda, un Papa diferente. Su humildad, su compromiso con los que menos tienen, su disposición a desafiar, por lo menos un poquito, las ortodoxias de la fe, muestran un líder de diferente temperamento que sus antecesores recientes. Sin duda, se preocupa por la pobreza, la corrupción y la violencia, y cómo afectan a los seres humanos hoy día, y busca mostrar en cada oportunidad una opción por los pobres, los excluidos y los afectados por las vejaciones.

Pero también es un Papa conciliador, uno que reconoce que su Iglesia está llena de personas con distintas formas de vivir y de expresarse, y convencido de la importancia de incluir todas las voces diversas y dispersas de esta comunidad global. Él no es un misionero para el cambio, aunque a veces parece lo contrario, sino más bien un líder que busca ampliar los márgenes de debate dentro de la Iglesia y crear una comunidad más incluyente de creyentes.

Así que si bien los partidos y grupos cívicos querían que el Papa abanderara causas específicas o les mostrará un favoritismo especial, como bien nota José Antonio Crespo en su columna de lunes en este periódico, no era ni el propósito de la visita ni lo que este Papa quería lograr. Su gira fue diseñada para mostrar la máxima inclusión de los más excluidos y agraviados, incluyendo paradas en San Cristóbal, Morelia y Ciudad Juárez, lugares simbólicos todos, pero tampoco dejó de reunirse con los poderosos y los influyentes. Si bien le picó en el ojo al señor Trump en su avión de regreso al Vaticano, su mensaje sobre la migración fue más espiritual que político, sus palabras sobre la corrupción, la violencia y la desigualdad más declaraciones éticas que recetas de cambio.

El genio de este Papa no es que tiene soluciones para los males del mundo, sino que se esfuerza por incluir todas las voces de la comunidad que representa. Eso, en sí, es una gran evolución digna de reconocer y es una buena lección para todos nosotros, católicos y no católicos.

Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson

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