Visto desde el extranjero, México cada vez más tiene una presencia cultural, social y empresarial visible, un poder suave generado por el éxito de sus cineastas, artistas, chefs, empresarios y, sobre todo en Estados Unidos, la presencia de una comunidad grande y cada vez más influyente de migrantes. México está viviendo un auge de su presencia en el escenario global importante, y en el país vecino en especial. Pero esta influencia no llega a tener todo el impacto que pudiera por la existencia simultánea de otros factores, menos favorables, que también inciden en la imagen del país en el extranjero.

Si bien México se conoce por sus éxitos en la cultura, también genera nota por Humberto Moreira, detenido por cargos de lavado de dinero por las autoridades españolas, un recuerdo de la corrupción persistente y la debilidad del Estado de derecho que tanto preocupan a los mexicanos. Y si bien cada vez más las empresas mexicanas son líderes a nivel global en sus diversos ramos, México sigue teniendo pobreza y desigualdad significativos, así como un crecimiento económico lento en el país. Estas imágenes reales y preocupantes conviven con los logros igual de reales y notables que el país tiene cada vez más en el plano internacional.

Entonces, ¿Cómo se debe pensar la imagen de México frente al mundo? Como alguien que frecuentemente tiene que hablar de México a audiencias de diversas partes del mundo, creo que hay formas de reconocer tanto los logros que México está teniendo en el extranjero como los retos que aún tienen por delante. Esto requiere reconocer también que hay cambios muy significativos que se están viviendo dentro de México gracias a los esfuerzos de los ciudadanos por cambiar las circunstancias de su país. México es un país en transformación.

Los sociólogos argentinos Enrique Peruzzotti y Catalina Smulovitz acuñaron el término social accountability (rendición de cuentas social) para describir los impulsos desde la sociedad para transformar la política pública, algo que es muy notable hoy en día en México. Si bien hay retos enormes en cuanto a combate a la corrupción, Estado de derecho, pobreza y desigualdad en México, también hay fuertes presiones desde la sociedad para generar cambios en estos temas, y esas presiones están rindiendo frutos. Si bien la corrupción sigue siendo un tema vigente y urgente, la presión social ha ido acortando los espacios del desfalco, abriendo las cuentas públicas a mayor transparencia y obligando a los políticos a vivir, por lo menos en parte, a la luz pública. Organizaciones como Fundar, Imco, CIDAC, Artículo 19, Cencos, la Red por la Rendición de Cuentas, Transparencia Mexicana y muchos otros, incluyendo organizaciones locales y regionales, han logrado que haya cada vez más información y herramientas legales que permiten monitorear y fiscalizar a las autoridades públicas. Quizás más importante aún, los ciudadanos son cada vez más intolerantes de la corrupción y dispuestos a castigarla con su voto. Si bien falta mucho camino por recorrer, el tema del combate a la corrupción llegó para quedarse en la agenda ciudadana mexicana.

Pasa algo similar en el tema del Estado de derecho, un tema de suma importancia para el futuro del país. Ahí también hay fuertes impulsos sociales hacia el cambio, que se ven en los movimientos nacionales y locales contra el crimen y la impunidad. De hecho, hay una fuerte correlación entre la presión social local en municipios y estados en México y el mejoramiento de cuerpos policiacos y tribunales. También ha habido una labor valiente de periodistas en gran parte del país, quienes se han arriesgado para reportar sobre los nexos del crimen con el poder público, y vale la pena recordar el documental Presunto Culpable, hecho por dos abogados jóvenes, Roberto Hernández y Layda Negrete, que logró poner el tema del sistema judicial frente al público en imágenes claras y contundentes, y la labor constante de organizaciones como Insyde y la Red de Juicios Orales.

Algo parecido sucede con las condiciones económicas del país. Si bien es cierto que las tasas de pobreza siguen estancadas, la pobreza extrema ha bajado notablemente y han habido importantes cambios en el acceso a las escuelas, clínicas, infraestructura carretera y de telecomunicaciones en zonas de bajos recursos del país. Los esfuerzos de grupos cívicos, desde Oxfam México y Mexicanos Primero, hasta Anec y la Fundación Mexicana para el Desarrollo Rural han sido parte esencial de este cambio, pero también la democratización política ha generado una presión social más generalizada. Durante los últimos veinte años, casi se duplican los recursos públicos dedicados a la política social, sobre todo en cuanto a la educación y salud, gracias a esta presión, si bien la calidad sigue siendo un reto enorme en muchos casos.

México enfrenta muchos desafíos en estos tres temas, que influyen no sólo en la calidad de vida de los ciudadanos, pero también en su imagen como país a nivel global. Sin embargo, creo que vale la pena no sólo ver los problemas que aún quedan, sino también las soluciones que provienen de una sociedad pujante y creativa. Frente a demagogos, como un cierto candidato presidencial en Estados Unidos, que creen que todo en México está mal, y publirrelacionistas que quieren vender a un México perfecto y sin problemas, vale la pena construir la imagen de un país en transformación, que está poco a poco cambiando su destino y que empieza a tener un reconocimiento creciente en el plano internacional por sus logros.

Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson

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