Más Información
Claudia Curiel designa a Fernanda Tapia como directora de Radio Educación; impulsan equidad de género
Cae “Burras Prietas”, líder de banda criminal dedicada al robo de autotransportes; rescatan a 5 migrantes
INE, sin recursos ni capacidad para elección judicial: magistrados y jueces del PJF; acusan “juego perverso”
Pleno del INE defenderá presupuesto solicitado para elección judicial; acudirá a San Lázaro el próximo jueves
Gobierno federal firma convenio con Fundación Teletón; destinará 900 mdp en 2025 para rehabilitación de personas con discapacidad
Cuando Donald Trump aparece en un rally en Michigan atacando a los reporteros ahí presentes diciendo “los odio... no los mataría, pero los odio,” me recuerda a otras figuras de nivel mundial que, como Trump, no quieren una prensa activa que les cuestiona —ni voces críticas de ningún tipo. Y nos da una idea de cómo ejercería el poder si llegara a ser electo presidente de Estados Unidos.
Vladimir Putin también odia la prensa y a todos los que lo critican. Toma Crimea y encarcela a todos los que se oponen, incluyendo a los periodistas que se atreven a criticarlo. Recyp Erdogan, presidente de Turquía, comparte el mismo odio hacia la prensa crítica y no tiene problemas en mandar a la cárcel a los reporteros y escritores que lo han cuestionado. Opera en un ambiente mucho más plural que el de Putin, pero cada vez más cerrando los espacios de debate público que se requiere en un sistema democrático.
En estos tres casos, el bullying no sólo se concentra en los críticos, sino se extiende a incluir a ciertos grupos étnicos, a algunos extranjeros y a las mujeres que no son suficientemente sumisas. Se combina la intolerancia con el machismo más rancio y el ataque frontal a grupos minoritarios. La película se repite de un país a otro de forma sorprendente.
El bullying político tiene una larga historia y pedigrí en el mundo y no es extraño que los políticos quisieran ejercer presión contra sus críticos y exaltar a algunos grupos atacando a otros. Sin embargo es menos fácil entender por qué los ciudadanos apoyan a políticos que usan el bullying como estrategia y les dan su voto. Al final de cuentas, Putin y Erdogan llegaron por el voto popular, mientras que Trump está liderando las encuestas en su partido político en la carrera presidencial.
Sospecho que los bravucones ganan adeptos cuando los ciudadanos —o por lo menos un sector de ellos— se sienten desplazados y a la deriva, cuando la economía sufre y los ingresos se estancan, y cuando un país está perdiendo su estatus y la influencia que ha tenido en otros tiempos. Esa era la situación en Rusia cuando llegó Putin, un imperio venido a menos con una economía en picada, y él logró resucitar al país, con un poco de suerte económica, un afán por el orden de los viejos tiempos soviéticos y unas cuantas guerras contra enemigos inventados. Así también llegó Erdogan, quien logró dinamizar a la economía turca y resaltar el lugar estratégico del país en la geopolítica, mientras también buscaba inventar enemigos dentro y fuera de Turquía contra quienes podía enfrentarse.
Y ahora viene Trump, mostrando rasgos de la misma estrategia, justo cuando EU está en un momento de estancamiento económico y declive geopolítico. Ataca por igual a los mexicanos que a los musulmanes, igual a los periodistas que a los otros candidatos que se oponen a él, igual a los veteranos de guerra que a los sindicatos. Es una estrategia dirigida a una población mayormente blanca y de clase trabajadora que siente que el país ha perdido su rumbo y quienes añoran el pasado.
Pero sospecho que el desenlace de esta estrategia será diferente en EU de lo que fue en Rusia y Turquía. Si bien ha funcionado para colocar a Trump al frente de las preferencias iniciales en la contienda republicana, es mucho menos claro que estas tácticas le ganarán las simpatías de una mayoría de republicanos cuando empiecen las votaciones a finales de enero y muchos menos de una mayoría de estadounidenses en la elección general de noviembre próximo. Todas las encuestas tienen a Trump perdiendo una elección general por amplio margen.
Porque si bien hay muchos estadounidenses que resienten el estancamiento de salarios y la creciente desigualdad, no todos —ni la mayoría— culpan a los “otros” —hispanos, musulmanes, periodistas y demás blancos de ataque de Trump— de estos males. De hecho, la mayoría de estadounidenses sigue teniendo esperanza en el futuro del país y gran parte de la población vive en comunidades mixtas en cuanto a raza, etnicidad y religión. Y los embates contra mujeres políticas y periodistas tienden a causar anticuerpos en una sociedad que se aproxima cada vez más hacia la paridad entre géneros (incluyendo más mujeres que hombres que se titulan en las universidades el día de hoy).
Nos debe preocupar profundamente que el bullying político —contra la prensa y contra grupos específicos— sea una estrategia que gana adeptos en sectores importantes de los estadounidenses. Pero a final de cuentas, dudo que sea una estrategia ganadora en esta sociedad que se vuelve cada vez más diversa, plural y abierta.
Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson