Un partido que se quiere refundar de verdad no puede darse el lujo de ser incongruente política ni ideológicamente frente a su militancia ni frente a la ciudadanía de un país con enormes asimetrías.

Menos aún cuando ha sido capaz de impulsar un diseño institucional que por décadas interpretó y dio cauce a las necesidades de nuestra sociedad. Hoy que la única constante es el cambio y por fortuna una sociedad más crítica y participativa, no es posible responder con fórmulas que ya probaron su caducidad.

Como ningún otro instituto político en la historia y a más de un siglo de un Estado mexicano independiente, el Revolucionario Institucional ha sido capaz de cimentar el camino de las instituciones, atender las demandas ciudadanas, hacerse aliado de la lucha de clases y abrir los cauces para la participación democrática. Supo aceptar una derrota histórica y con lecciones aprendidas volvió a ser una opción de gobierno para millones de mexicanos.

Hoy se necesita más, mucho más. Los actuales son tiempos inmersos en una vorágine tecnológica que si bien acerca a los gobernados con sus gobernantes, también son la vía para denunciar las malas actuaciones, los excesos y abusos. Así lo deben entender todos los partidos en la que es —para todos— una oportunidad histórica de transformación, a juzgar por la votación que no fue abrumadora para ninguna fuerza política.

Su vocación social los obliga a la revisión de sus principios y causas primordiales hacia el futuro, para garantizar un mejor desempeño de la democracia a través de efectivas aportaciones electorales y novedosas formas de gobernabilidad.

Una de las grandes deficiencias de los partidos políticos en general ha sido su proclividad a atender intereses particulares más que los nacionales, pese a que fueron creados como articuladores entre la sociedad civil y el Estado.

El lastre de la corrupción ha frenado el desarrollo económico y el crecimiento, y si bien ha lastimado a la sociedad, por encima de todo, lacera la credibilidad en nuestras instituciones y en quienes forman parte de ellas.

El resultado es la existencia de grupos que intentan reivindicar las causas sociales que los partidos políticos menosprecian o marginan, y logran así mejorar las ofertas políticas originales en todos los ámbitos de la vida nacional, restando fuerza y presencia a los institutos políticos.

La necesidad de un retorno a las fuentes originales que vieron nacer a los partidos es una señal inequívoca para un cambio de rumbo que salde la gran deuda social con quienes menos tienen.

La teoría política nos enseña que la creación de los partidos políticos es indispensable para dar cabida a las necesidades políticas de la sociedad; para darle un sentido de integración al país, a través del voto y la reflexión democrática; para evitar la subversión social ante las fallas del sistema político, y finalmente, para fomentar el desarrollo de una democracia firme.

¿Y la democracia interna dentro de las organizaciones políticas? Se diría que esa actitud republicana está sana por lo menos en los partidos que representan las principales fuerzas nacionales en el electorado, y que la renuncia de sus dirigentes marca un ejemplo de democracia dinámica, sin romper la unidad partidista.

La democracia interna exige también un agudo sentido autocrítico de cara a la organización, para hacer un alto y retomar los principios que le dieron origen, tarea en la que por cierto, es indispensable la participación de la sociedad en su conjunto, militante o no.

Si antes partido y sociedad caminaron juntos para elaborar un proyecto de nación que conjuntó las demandas sociales, ahora también se requiere de una participación conjunta para que el partido pueda tener la capacidad de responder a las exigencias de los tiempos actuales en una especie de programa de reconstrucción electoral cuyas estrategias consoliden procesos democráticos que sitúen al país en una plataforma política renovada.

Senadora por el Estado de México

@AnaLiliaHerrera

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