Álvaro Enrigue

Noche oscura de NAFTA

Trump ha sido imbatible hasta ahora porque no actúa como un político, sino como un comerciante: dice sin empacho lo que haya que decir para vender más

27/02/2016 |01:52
Redacción El Universal
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El fenómeno Donald Trump me recuerda intensamente la sensación que producía en los Estados Unidos, a principios de este siglo, la inminencia de la segunda guerra de Irak. Había en aquellos días la idea de que la administración del presidente Bush estaba cometiendo un fraude brutal, que iba a descarrilar la vida de muchísimas personas tanto en ultramar, donde sucedería el ataque, como en el país que pondría los soldados para ejecutarlo. Había un aire de descrédito generalizado, una desesperanza fundamentada en el hecho de que algo así no debería suceder, pero iba a pasar irremediablemente. Y sucedió: Estados Unidos invadió un país que todo el mundo sabía que no tenía absolutamente nada que ver con el atentado de las Torres Gemelas.

Yo vivía por entonces en Washington DC y nunca escuché a nadie decir que estaba a favor de la guerra, a nadie decir que creía en la existencia de las armas de destrucción masiva que nunca fue claro que hubiera en Irak, a nadie que pensara que era una buena iniciar una invasión.

Algo similar sucede con la precampaña de Donald Trump: nadie pensó nunca que fuera a funcionar, no sólo no he escuchado a nadie defenderla en público o en privado, hay siempre un aire de vergüenza y rabia en los estadounidenses cuando hablan de ella. Y sin embargo se mueve y tiene al país perplejo, básicamente paralizado de terror. Pasamos de la risa incómoda ante el mal chiste al miedo abierto al secuestro del Partido Republicano y de ahí a los cálculos —después de su triunfo en las internas de Nevada— sobre cómo derrotarlo ya en una contienda presidencial.

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En las elecciones del año fatídico de 2012 en México había una sensación parecida a la que se respira hoy en los Estados Unidos. ¿Cómo era posible que los mexicanos estuvieran dispuestos a devolverle el gobierno federal a un partido político que fue sinónimo de corrupción y violencia durante casi todo un siglo? Los fenómenos no son paralelos: en México la televisión privada y buena parte de la opinión pública consideraba que el regreso de los priístas podría devolver cierta estabilidad perdida en el país hacia finales del sexenio de Fox. Y el PRI, por intragable que sea para más de la mitad de los mexicanos, mantuvo intactas sus estructuras de captación de votos y sus estrategias de control de grandes grupos de electores durante sus años en la sombra. Donald Trump no tiene nada de eso: el repudio de los medios masivos a sus ideas es casi unánime y no tenía, cuando llegó a la contienda, más base popular que la que otorga su reconocimiento de nombre en la experiencia televisiva estadounidense. Lo que permea su presencia en la conciencia norteamericana actual es la sensación de que salió de la nada, y se lo va a cargar todo. No es una sensación nueva para los mexicanos: creo que fue más menos como los estadounidenses están viendo alzarse a Trump que nosotros vimos como los narcos destruían al país sin que nadie se lo mereciera ni pudiera hacer nada por contenerlos.

Y es que sospecho que el arrastre de Trump tiene la misma matriz moral que la repentina formación de paraestados criminales en partes considerables de la República Mexicana. Al menos desde 1994 —tal vez desde mucho antes— toda Norteamérica optó por la instalación de un régimen superior a las naciones que la componen —el NAFTA—, en el que todas las aspiraciones al bienestar social que fundamentan la existencia de los gobiernos están proscritas. En el territorio NAFTA la riqueza no sirve para generar avance social, sino más riqueza: todos los valores y todos los prestigios están supeditados al valor y prestigio supremo del beneficio económico. No importa que unos vivan bien y otros mal, no importa que todo pueda pasar por las fronteras menos las personas, no importa que no haya derrama. Lo que rifa es ser capaz de ganar la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible, sin importar el costo social que esto tenga. En un mundo como este, un propietario de bienes raíces neoyorquino termina siendo un ciudadano modelo.

Trump ha sido imbatible hasta ahora porque no actúa como un político, sino como un comerciante: dice sin empacho lo que haya que decir para vender más. Es absolutamente inmoral, pero todo el mundo lo sabe y no sólo le importa: ser más listo, más trácala, le gana puntos. Su campaña política es exitosa no por las ideas y procedimientos que promueve, sino porque se parece a la definición del éxito en la sociedad que la cobija: es pura ganancia instantánea.