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La mirada extraviada, la sonrisa estúpida y el rostro de un desquiciado. Esto es, en esencia, lo que transmiten las imágenes del ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, durante su reclusión en Guatemala. Un hombre que, de la mano de su mujer, Karime Macías, desvió en su beneficio, el de sus cómplices y de su parentela, enormes recursos del presupuesto público, toleró el ascenso del crimen organizado y persiguió a sus opositores.
Hace unos días, en una conversación con periodistas, Duarte admitió que está tomando ansiolíticos por prescripción médica. Por desgracia, no es un caso de excepción de gobernantes con una precaria salud mental, vale recordar lo sucedido con Vicente Fox durante su estancia en Los Pinos.
Aunque algo se asomaba en su mirada locuaz y sus desplantes grotescos, transcurrió mucho tiempo antes de que pudiéramos conocer el severo diagnóstico de la Sacra Rota Romana en el juicio para la anulación de su matrimonio con Lilian de la Concha, que confirmó que Fox padecía un “grave trastorno de personalidad”.
Nada del otro mundo, en realidad. Pura y simple condición humana. Aunque agravada cuando el diagnosticado ejerce tareas de gobierno y responsabilidades públicas. En esa perspectiva, se diría que en el escenario local e internacional sobran los casos que reclaman atención psiquiátrica.
Quizás el más peligroso, por el poder depositado en sus manos, es el del presidente norteamericano Donald J. Trump, personaje cuya inmadurez llevó hace unos meses a un grupo de psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales a advertir sobre los riesgos que portan sus desórdenes mentales. “Creemos —dijeron en una carta abierta a The New York Times— que la inestabilidad emocional mostrada en el discurso del señor Trump, así como sus acciones, lo incapacitan para servir con seguridad a la nación…”.
Pero Trump no está solo. Del otro lado del mundo, el dictador norcoreano Kim Jong-un juega a la guerra atómica, una que puede trastocar irremediablemente la vida del planeta. Más cerca, en el sur del continente, Nicolás Maduro, el sátrapa que gobierna Venezuela, dice que Hugo Chávez le habla a través de un pajarito. Y hace dos décadas, Abdalá Bukaram, El Loco, tuvo que ser removido por ser “mentalmente incapaz” para gobernar Ecuador.
En la década de los treinta del siglo pasado, Benito Mussolini y Adolfo Hitler sedujeron a millones de personas que los llevaron al poder. No los alertaron sus miradas de chiflados, sus actitudes excéntricas, su megalomanía, y estos enfermos llevaron al mundo a una guerra que cobró incontables víctimas; le hicieron un daño brutal a sus pueblos y a muchos pueblos del mundo.
Los partidos tienen una grave responsabilidad en lo que ocurre en distintos lugares del mundo: han postulado y, en ocasiones, llevado a encabezar gobiernos, a sujetos inestables que, una vez en el poder, se han extraviado; mientras las instituciones que tendrían que fungir como contrapesos les han servido de acompañamiento.
Tal vez se justifiquen alegando que los rasgos de su perfil psicológico no eran claros. Los psiquiatras hablan de una personalidad borderline para referirse a sujetos que se encuentran en el límite, en la frontera entre la salud y un padecimiento mental. Solo un análisis más cuidadoso puede llevar a un diagnóstico cierto. Pero los riesgos que portan son enormes.
¿En qué momento los poderes fácticos de la mayor potencia planetaria o los propios legisladores del Partido Republicano se decidirán a contener o someter a juicio político a Donald Trump? ¿Cuándo la nomenclatura que rodea a Kim Jong-un o a Nicolás Maduro los sacarán del poder?
En Veracruz, Duarte pudo hacer y deshacer ante la complicidad del Congreso del estado, de los cuadros directivos de su partido y del propio secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Los saldos lastimosos pudieron evitarse.
¿La apetencia desmedida de riqueza sugiere un problema psicológico? Quizás no. En muchos casos sólo se trata de vulgares ladrones de cuello blanco, como pudiera ser el caso de César Duarte, Roberto Borge, Rodrigo Medina o Humberto Moreira. Pero en otros casos es posible que la “generación podrida” sea, más que todo, una generación enferma. La salud mental de un gobernante es cosa seria. Quizás es tiempo de adicionar el Artículo 82 de la Constitución para que la salud mental sea otro de los requisitos exigibles para ser presidente de la República.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate