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La violencia inaudita contra una pequeña de apenas once años, en el municipio de Nezahualcóyotl, es un hecho abominable; por desgracia, no es una excepción. No se trata de un hecho aislado: en los últimos años nos hemos acostumbrado a conocer de eventos traumáticos que han convertido a mujeres en víctimas.
De acuerdo con los registros de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México, durante 2016 se cometieron 65 asesinatos tipificados como feminicidios, la mayoría en Ecatepec, con 39 casos, le siguió Naucalpan, con 17. En estos mismos días se han emitido diversas Alertas por la desaparición de menores en distintas partes del país.
Lo ocurrido el pasado día 8 nos habla de una sociedad enferma en la que hombres ordinarios devienen bestias y maltratan, lastiman, violan e, incluso, asesinan a una mujer sin pagar las consecuencias. Pero también de autoridades omisas o cómplices que dejan en la impunidad estos y muchos otros crímenes.
¿Qué aprendieron en sus casas estos asesinos? Quizás vivieron la violencia intrafamiliar o una cultura permisiva ante la violencia contra las mujeres, el machismo en una de sus expresiones más bajas.
Lo que se sabe del crimen de Valeria subraya el deterioro institucional y social. El inculpado tenía antecedentes penales por agresiones sexuales y estaba en libertad. Los operadores y checadores de la Ruta 40 mintieron a la madre de Valeria al decir que todas las combis habían regresado a su base.
Son muchos los habitantes de zonas populares que no tienen opción, por eso usan, a pesar de sus riesgos, el transporte público para ir a sus empleos, a sus escuelas o a otras actividades, pero lo hacen con miedo, porque no les inspiran confianza los choferes. Son muchos los casos de taxistas o microbuseros que forman parte de bandas de asaltantes e, incluso, secuestradores que, de nuevo, se ceban en las mujeres.
Pero está también la indolencia y la insensibilidad de las autoridades. El secretario de Movilidad del Estado de México, Edmundo Ranero, ha dicho que el presunto responsable contaba con una licencia de conducir apócrifa y que el vehículo que conducía, una combi modelo 1992, incumplía con la antigüedad de máximo diez años reglamentada, tenía vidrios polarizados. También ha anunciado el próximo inicio de cursos de capacitación y certificación que incluirán exámenes sicométricos, de confianza, que no tengan antecedentes penales, etcétera. No sorprenden sus declaraciones, por las razones que sean, encabeza una autoridad omisa, irresponsable, que no cumple con su razón de ser y que sólo ante la exposición de estos hechos, dice que va a hacer lo que tenía que haber hecho hace tiempo.
También “oportuno”, el alcalde de Neza, Juan Hugo de la Rosa García, llamó a revisar la situación de los operadores del transporte público y ofreció reforzar las medidas de seguridad para quienes usan el transporte público.
Pero cabe otra pregunta: ¿nadie vio nada?, ¿el silencio de los vecinos de la calle donde abandonaron la combi o donde pudo cometerse el crimen es una expresión de que nadie se enteró o de que quien o quienes vieron algo decidieron volver la vista hacia otro lado porque denunciar es meterse en un circuito de hostigamiento por policías corruptos que convierten a denunciantes en indiciados?
El vacío y el dolor infinito que deja a sus padres y abuelos, la rabia contra el desalmado que les robó a esta pequeña, la han vivido y la están viviendo muchos más. Y ahora se vislumbra otra desdicha: basta una omisión o una falta de la policía en el momento de la detención del presunto responsable, un error intencional o no de la fiscalía que afecte “el debido proceso”, para que un juez vuelva a regresar al homicida a la calle. Abogados deshonestos, coludidos con fiscales o jueces corruptos pueden conseguir fallos aberrantes.
A pesar de los discursos, no existe voluntad del Estado para encarar y atender esta realidad ominosa. El desprestigio de las instituciones está sustentado en terribles episodios cotidianos como este.
Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario.
@alfonsozarate