El episodio, extraño, inusual, tuvo un carácter anticipatorio. Iniciaba el año 2012 y al realizar una revisión a la tripulación de un avión del gobierno de Veracruz que recién arribaba al aeropuerto de Toluca, descubrieron que funcionarios de la Tesorería de ese estado transportaban 25 millones de pesos en efectivo. La suma fue requisada por la autoridad, pero pronto el gobierno veracruzano esclareció todas las dudas: esa suma, explicó, estaba destinada al pago de las festividades de la Cumbre Tajín, La Candelaria y el carnaval. No pasó mucho tiempo antes de que, por disposición judicial, se devolviera la suma con un “usted perdone” al gobierno de Javier Duarte. Por pura coincidencia, iniciaba por esas fechas la disputa por la Presidencia de la República, una disputa que consume cantidades monstruosas de dinero en efectivo, es decir, no rastreable por las autoridades electorales. Eran, también, los tiempos en que otros gobernadores, como Humberto Moreira, de Coahuila, disparaban la deuda pública a niveles demenciales; mucho de ese dinero, se sospecha, se “desvió” a la campaña presidencial del PRI… Todo mundo se enteró de lo ocurrido en el aeropuerto de Toluca, pero Flavino Ríos no supo nada.

Moisés Mansur Cysneros, operador financiero y amigo entrañable de Duarte, llegó al extremo de nombrarlo su heredero (en caso de muerte le legaba propiedades muy valiosas en Lomas de Chapultepec, Masaryk y Campos Elíseos, entre otras). Más recientemente se ha sabido que Mansur le proporcionó una tarjeta de crédito a la esposa de Duarte, Karime Macías, quien llegaba a gastar millones de pesos en un solo mes; después de todo, como lo escribió una y cien veces: tenía derecho a la abundancia. Pero Flavino Ríos no sabía nada.

Un gobierno de tropelías que puso en marcha operaciones tan grotescas como la creación de empresas fantasmas en domicilios inexistentes, la asignación amañada de proyectos y otras acciones que llevaron las finanzas públicas a la quiebra, fue exhibido en reportajes periodísticos sólidamente documentados. Pero Flavino Ríos no sabía nada.

Año tras año, las revisiones de la Auditoría Superior de la Federación (ASF) identificaron desvíos cuantiosos de los recursos públicos del estado. Se llegó, incluso, a presentar denuncias penales ante la PGR. Pero Flaviano Ríos no sabía nada.

Los años de Duarte, como los de su antecesor y patrono, Fidel Herrera, fueron de descomposición en materia de seguridad pública: secuestros, extorsiones, homicidios de periodistas y lucha descarnada de narcos por el control de las plazas. El 20 de septiembre de 2011, los cuerpos de 35 personas (24 hombres y once mujeres) fueron arrojados bajo un puente en Boca del Río; los Mata-zetas —en realidad, miembros del Cártel Jalisco Nueva Generación— anunciaban así su presencia en Veracruz. En varios casos, como los de Tierra Blanca o Papantla, fueron policías estatales, en un caso, y municipales, en el otro, quienes “levantaron” a las víctimas para entregarlas a las bandas criminales. La policía veracruzana penetrada hasta el tuétano, un escándalo que traspasó las fronteras. Pero Flavino Ríos no sabía nada.

En su momento, ejerciendo a plenitud “el pinche poder”, Fidel Herrera seleccionó de entre de sus más cercanos a quien le garantizara protección; escogió a Javier Duarte. Ante similar coyuntura, incluso peor por las acusaciones ya para entonces desbordadas, Duarte decidió quién lo reemplazaría 48 días antes de concluir su mandato: Flavino Ríos, un hombre que nunca supo nada... o lo olvidó.

Flavino Ríos, fue recluido la semana pasada en prisión dizque por encubrir la huida de Duarte. La acusación, dadas las evidencias sobre el asalto a las arcas públicas y la descomposición total que caracterizó a la administración, parece ridícula, frágil.

Resulta que el hombre más cercano a Duarte, quien fuera su secretario de Gobierno, el funcionario de más jerarquía después del gobernador, no estaba al tanto de las rapacerías de su jefe; solo le facilitó un helicóptero y encubrió su fuga. Las tibias acusaciones parecen sugerir que Flavino no fue parte crucial en las redes de corrupción que encabezaba Duarte. ¿Solo incurrió en tráfico de influencias, abuso de autoridad y encubrimiento?

En un célebre poema, Salvador Díaz Mirón dice que hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan; el de Flavino es de esos. Y hoy, un despliegue de defensores lo quiere mostrar casi como un chivo expiatorio. Padece amnesia.

Presidente ejecutivo del Grupo Consultor Interdisciplinario

@alfonsozarate

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