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El magnate que hoy ocupa la Casa Blanca (The Mad House) no es Negociator sino Exterminator. Lo dice bien Valeria López Vela: “Un buen negociador juega con las reglas, respeta a los otros jugadores y no embosca a sus aliados y ése, mucho me temo, no es Donald Trump” (La Razón, 1° de febrero, 2017). Su fobia antimexicana constituye una seria amenaza para el país.
Amenaza que, dada la asimetría económica, tecnológica, militar y diplomática que define nuestra relación con Estados Unidos, puede muy fácilmente transitar de la prepotencia discursiva al desafío de los hechos consumados o por consumar.
Es en ese contexto que el presidente Enrique Peña llama a la unidad y, a coro, los miembros de la Conferencia Nacional de Gobernadores y algunos otros (los eternos “abajo firmantes”), se suman sin chistar.
En momentos difíciles para el país, es imperativo respaldar a un jefe de Estado que esté dispuesto a defender al país con firmeza, sagacidad y dignidad. Pero Enrique Peña Nieto no es Lázaro Cárdenas, quien en un acto de arrojo inaudito expidió el decreto expropiatorio un 18 de marzo de 1938. Más bien es lo contrario: su reforma energética es la antítesis de la expropiación petrolera.
Tampoco es Venustiano Carranza, que ante la invasión norteamericana a Veracruz exigió el retiro inmediato de las tropas de ocupación y advirtió, en una nota que dirigió al gobierno de Estados Unidos (22 de abril de 1914), que la permanencia de sus tropas en suelo mexicano nos arrastraría a un guerra “desigual pero digna que hasta hoy queremos evitar”.
¿En torno a qué principios, a qué propósitos, a qué liderazgo, se congregarían la sociedad civil y política? ¿En torno a una política timorata y a un líder que apenas tiene la aprobación de una angosta franja de la población?
El presidente Peña Nieto nunca entendió el papel crucial de la política exterior en la defensa del interés nacional y, menos aún, la centralidad de nuestra relación con el vecino del norte: tres cancilleres en cuatro años —José Antonio Meade, Claudia Ruiz Massieu y Luis Videgaray—, ninguno experto en la compleja materia diplomática; y cuatro embajadores ante Washington, más un encargado de negocios.
Por si fuera poco, ha tomado decisiones claramente lesivas para el país, como la recepción del candidato Trump en Los Pinos, “genialidad” del ahora canciller Luis Videgaray... O el apresurado envío de una comitiva integrada por el propio Videgaray, Ildefonso Guajardo y Francisco Guzmán, a iniciar acercamientos con el staff de la Casa Blanca, solo para ser recibidos con nuevas afrentas: la “orden ejecutiva” para reiniciar la construcción del muro en la frontera.
Tan delicado como eso —política exterior improvisada, precipitación irreflexiva, apuesta fallida por los vínculos personales del canciller con la familia Trump— es lo que ocurre en el frente interno. Apenas el viernes pasado, el Ejecutivo nombró como director del Banco del Ahorro Nacional y Servicios Financieros (Bansefi) a Virgilio Andrade, el efímero y desprestigiado secretario de la Función Pública, encargado de simular una investigación por “conflicto de intereses” en la casa presidencial. Una decisión que, sin duda, seguirá restando apoyo popular a una administración que no entiende el valor de las “formas”, por lo menos, en un momento de emergencia nacional.
En tales condiciones, parece claro que la sociedad mexicana no puede atenerse a la eventual coherencia o consistencia del liderazgo presidencial. En lugar de ello, las distintas expresiones cívicas, académicas, empresariales deben diseñar y emprender acciones, cada una desde su trinchera, para amortiguar los posibles impactos de las medidas anunciadas por Trump. Los industriales, por ejemplo, en voz de su dirigente Manuel Herrera, llaman a incrementar los “contenidos nacionales” en la actividad productiva y a privilegiar, en nuestras compras, lo mexicano para generar más empleos y riqueza en el país.
Por ahora, luego de una semana de palos de ciego y pésimos resultados, lo más prudente sería poner distancia —en el tiempo y en el espacio— frente a Trump y su insólito gabinete. No apresurar nada sino, al contrario, esperar a que pase lo previsible: que los evidentes trastornos de personalidad del magnate populista (narcisismo, megalomanía) obliguen a los poderes institucionales y fácticos de la Unión Americana a ejercer de contrapeso y muro de contención.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate