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Pertenezco a la generación que ganó las calles. No es que años atrás los maestros, ferrocarrileros, médicos y otros grupos sociales no hubieran tomado las calles y plazas reservadas entonces para la glorificación del Presidente en turno. Pero, quizás, no hubo nunca antes un torrente de jóvenes, en su mayoría estudiantes, que colmara la avenida más emblemática de México, el Paseo de la Reforma, desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo capitalino, para ejercer sus derechos constitucionales conculcados por el gobierno represor de Gustavo Díaz Ordaz. Participé en todas las marchas históricas de 1968, incluyendo la que se desplegó en defensa del digno rector Javier Barros Sierra, defenestrado desde el poder. Ninguna fue más emotiva que la Manifestación del Silencio, cuando solo los pasos retumbaban.
Pero el domingo pasado no pude acompañar la marcha Vibra México, que yo hubiera querido que se llamara ¡Viva México!, porque estuve lejos. La seguí a la distancia y compartí y comparto el motivo central de su convocatoria: el repudio a Donald Trump, un peligro para el mundo, acompañado de un reclamo a los poderes públicos de nuestro país para que hagan lo que les corresponde.
La unidad de los mexicanos no puede imaginarse como unanimidad ni, menos aún, como respaldo acrítico a quienes nos gobiernan. Muchos gobernantes —desde el nivel municipal, estatal y federal— han pervertido el ejercicio de su mandato, han abusado del poder para enriquecerse, han dilapidado los recursos públicos, han exhibido cínicamente sus fortunas mal habidas y se han ganado el repudio social.
Solo es posible enfrentar los mayores desafíos con legitimidad. Winston Churchill le dijo a los británicos que solo podía ofrecerles “sangre, sudor y lágrimas”, y ese pueblo resistió con gran valentía los horrores de la guerra unido en torno a un liderazgo de enorme legitimidad.
La marcha del domingo no logró atraer a las grandes multitudes como hubiera sido deseable para enviar un mensaje rotundo al mundo; quizás porque los convocantes nunca resolvieron la contradicción aparente de impugnar a Trump sin apoyar al presidente Peña Nieto; y, en un terreno más práctico, porque se desatendieron aspectos elementales de organización.
De cualquier forma, el testimonio de 20 o 30 mil personas marchando en distintas ciudades de la República fue y sigue siendo válido: repudio al bad hombre que ocupa la Casa Blanca, solidaridad con nuestros hermanos en Estados Unidos que hoy sufren una persecución que alcanza niveles de miedo, como los cateos domiciliarios sin orden judicial. Asimismo, y en muy destacado lugar, la exigencia al Ejecutivo federal y el Congreso para que defiendan con dignidad, inteligencia y transparencia los intereses del país y la integridad de los mexicanos dentro y fuera del territorio nacional.
Desde posiciones presuntamente de izquierda se censuró a los organizadores por su clase social y hasta por su “color” de piel. También por la difusión que dieron a la convocatoria medios que, quizás, son impugnados más por lo que fueron (voceros del poder autoritario) que por lo que son hoy, como Televisa. Para no hablar de la inaceptable apropiación, expropiación o privatización del derecho a la protesta. “Si no acompañaron a la marcha por los 43 de Ayotzinapa, no tienen autoridad moral”, como le reprocharon presuntos “radicales” y un sector de la prensa doctrinaria al rector de la UNAM y a figuras destacadas de la academia, el activismo civil y el mundo empresarial.
Lo lamentable, en cualquier caso, es que no se mostró, de forma contundente, a una sociedad agraviada por Trump; que la irritación a flor de piel de los mexicanos quedó contenida por las sospechas y francas descalificaciones desde la pureza ideológica o la franca mezquindad de ciertos liderazgos.
Es cierto, el pueblo no salió a marchar, no hizo suya la convocatoria. Pero esto no implica que la batalla esté perdida. Tal vez una nueva iniciativa, con una consigna clara y una estrategia que articule, con sensibilidad e inteligencia, las diferentes formas de organización y convivencia comunitaria, vecinal, académica, profesional, estudiantil, artística… Todo está por hacerse y no hay razón para imaginar que el país de los indignados, cientos de miles en todo el territorio, solo pueda moverse por instinto corporativo o clientelar. La mala experiencia del domingo debe servir para afinar la mira y cultivar la esperanza.
Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario. @alfonsozarate