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Una de las grandes ventajas de la revolución tecnológica es la inmediatez y la cantidad de información a la que tenemos acceso los usuarios de internet. En los ochenta, canales de televisión como CNN, con sus ciclos de noticias 24x7, revolucionaron la industria de la información noticiosa. En los últimos 10 años, las redes sociales han hecho una nueva revolución informativa.
Dado el flujo constante de información, los editores y redactores de los medios se encuentran obligados a generar notas las 24 horas del día, siendo que cada vez cuentan con menos recursos. Medios sin instrumentos online dejaron de ser relevantes. En contraparte, por primera vez, las audiencias somos capaces de incidir directamente en la agenda mediática por medio de las redes sociales.
Los datos y las fuentes de información que consultamos se han multiplicado, pero con esta democratización y mayor oferta también apareció una dificultad cada vez mayor para discernir entre la información verdadera y la información falsa que se publica dolosamente detrás de cuentas anónimas o a través de bots pagados, que no son más que algoritmos replicando mensajes cientos de veces en las redes. Aunque muchos sabemos que lo que se comparte en redes puede ser información falsa, dicha información se reproduce y propaga de cualquier forma.
El 2017 trajo un ejemplo de este fenómeno con la liberalización del precio de la gasolina, donde miles de cuentas —al menos mil 500 detectadas por las autoridades federales hasta el viernes por la noche— alentaron deliberadamente al pánico a través de rumores sobre ataques masivos y a saquear comercios, mediante
hashtags como #saqueaunwalmart.
Parecería que la propagación de un hashtag es un tema menor, pero lo cierto es que la difusión de estos mensajes tuvo un efecto psicosocial animando conductas que han afectado a comercios grandes y pequeños; unos porque tuvieron que bajar las cortinas de sus negocios para evitar posibles ataques; y en otros casos se dio en efecto un saqueo de cientos de comercios, afectando suministros, empleos y consumidores. Ambos casos nos deberían preocupar debido al llamado a la violencia.
Todos los días, miles de usuarios, ante la facilidad de tocar la pantalla comparten información sin asegurarse de que el contenido sea verdadero, o la fuente confiable. Hacer esto, nos convierte en parte del problema.
Si queremos ser parte de la solución, recordemos que debemos proteger nuestras libertades y el acceso democrático a internet y redes antes que la regulación e intervención legislativa lleguen y nos delimiten qué y cómo hacer lo online. ¿Cómo? Por ejemplo, dedicando un par de segundos antes de compartir algo en nuestros muros o timelines. No he estado exenta de cometer dichos errores, al tener que borrar de mi timeline el RT que hice de una carta que alguien nunca le escribió a Donald Trump, pero que había recibido mucha atención.
Algunas recomendaciones de expertos: 1. Que la fuente de la noticia sea de un medio conocido. 2. Leer la nota completa y no sólo el encabezado. 3. Consultar otras fuentes antes de difundir.
Todavía es poco lo que pueden hacer informadores y autoridades para contener este tipo de operaciones en la red, aunque cada vez es más urgente la actuación de la policía cibernética.
Sin embargo, el verdadero poder para prevenir la desinformación está en nosotros, porque el éxito de los esfuerzos de la manipulación y rumorología digital dependen de la cantidad de usuarios que retomen la información. Eso es lo que convierte un dato en una conversación orgánica.
A BOTE PRONTO. Sólo por los efectos se reconocerá que se tomó la mejor decisión. Y no serán de corto plazo.
Especialista en comunicación, gestión de gobierno, campañas políticas y opinión pública