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Los atentados de Bruselas ocurridos el pasado martes estaban prácticamente anunciados. Era cuestión de tiempo. Estos atentados coinciden con la captura de Salah Abdeslam, el cerebro de los atentados de París. Tal vez pudieron acelerarse a raíz de su detención pero, en todo caso, el ISIS estaba planeando estas acciones en Bélgica desde hacía varios meses.
De nuevo un pequeño subgrupo de comandos dirigidos desde Siria puso contra las cuerdas a todo Occidente. El hecho de que durante horas Bruselas, la capital de Europa, estuviera en jaque y las autoridades europeas no se pudieran mover de sus oficinas rodeados de escoltas, supone una imagen de secuestro y vulnerabilidad.
Los ejecutores de los actos terroristas son jóvenes musulmanes nacidos ya en Europa. Se trata de bisoños con un escaso futuro y un dudoso porvenir que provienen de barrios marginales como Molenbeek, una barriada de Bruselas. Son jóvenes que empezaron con trapicheos de droga y pequeños hurtos mientras los auténticos cerebros, los autores intelectuales, los iban captando de una manera minuciosa.
Ahí está la etiología del asunto. Los terroristas son jóvenes miserables sin perspectivas mientras que los que les dirigen son generales o altos rangos castrenses de la antigua Guardia Republicana de Saddam Hussein; militares de rangos altos de Túnez, Arabia Saudita, Argelia u otros muchos países del islam. Estos profesionales de la guerra estudiaron en importantes universidades como Oxford o Stanford. Y son ellos los dueños y jerarcas del DAESH, el mal llamado Estado Islámico. Se trata de antiguas jerarquías castrenses cultas y políglotas con un vasto conocimiento de la guerra, los que mandan a estos jóvenes a aterrorizar al mundo occidental.
Para entender todo esto hay que remontarse a algunos antecedentes. Ante el avance del chiísmo, con una Irán cada vez más poderosa que la protege, Rusia, China y en cierto modo el propio Estados Unidos; y con unas ramificaciones en la Siria de Bashar al-Assad, hacía falta aplacarlo otorgándole más fuerza a los sunitas. Ahí es cuando aparece, primero, Al-Qaeda o su sucursal Al-Nusra que opera en Siria y posteriormente el DAESH.
Ante ello, los sunitas ortodoxos que en algún momento fueron sufragados por Qatar o Arabia Saudita intentan bloquear el avance chiíta que cada vez tiene más fuerza.
Pero además, la locura del DAESH está avasallando en Europa como si se tratara de un caballo desbocado.
Para el ISIS los occidentales contaminamos sus creencias, sus dogmas; incluso su manera de ver la vida social y política.
No entienden el concepto de Estado o nación que se inventó Occidente en la Primera Guerra Mundial cuando cayó el imperio turco.
Ellos se identifican con el Califato, que es su espacio jurídico-político —lo que para nosotros sería el imperio—. Para ellos la Umma, es decir la unión de todos los creyentes independientemente del país musulmán al que pertenezcan, es lo importante. El resto son intoxicaciones que no van a tolerar.
Pero además de aplacar al chiísmo tienen una guerra pendiente con Europa. El Al-Ándalus —es decir España— es Tierra Santa para ellos. No en vano estuvieron ocho siglos. Crearon el gran Califato. Pero en la actualidad el Al-Ándalus es toda Europa sin distinción. La excusa es el Al-Ándalus, pero por debajo subyace el Califato europeo. Pretenden tomar Europa como algo propio, como ya pasó con el imperio otomano.
Acuérdense de las palabras que dijo el antiguo presidente Alí Bumedian: “Conquistaremos Europa y lo haremos a través del vientre de nuestras mujeres”.
Aquella jaculatoria la pronunció hace más de cincuenta años y se está cumpliendo.
alberto.pelaezmontejos@gmail.com
Twitter @pelaez_alberto