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Mis venas se deshacen en el nudo de la nostalgia. Hoy tengo el alma partida en dos y en dos más y en otros dos y así, una y otra y otra vez pensándote y volviéndote a pensar que te has ido al Infinito de la Luz, a la auténtica aventura del hombre, querido Jacobo.
Mi pluma se desangra en miles de fonemas como mi melancolía que rompe en millones de pedazos gritando tu nombre.
No voy a escribir lo que has sido en la maestría del periodismo, la profesión que nos inyectaron en vena desde antes de nacer. No voy a escribirlo porque todo está escrito.
Debes sentirte muy orgulloso de lo que has creado en la referencia de la información de los últimos 80 años. Debes sentirte orgulloso de tu mujer Sarita, esa compañera incondicional, sublime, paciente.
Porque eso sí, Jacobo, Sarita ha sido tu mujer y tu madre y tu compañera y un poco la de todos los que os amamos y os llevamos tan dentro, tanto que se me hace un vacío lleno de recuerdos indelebles.
Jorge, Abraham y Diana y tus nietos y biznietos son el legado que dejas con tu ejemplo, llevando el apellido que con tanta honra has portado. Mis hermanos en la distancia pero tan cerca en el alma.
Recuerdo cuando hace 20 años me regalaste el libro de tu familia y de dónde procedíais y de aquel familiar que se ganaba la vida haciendo crucigramas y del pueblo de Zabludow. Me lo contabas con tanto entusiasmo que me lo devoré en la guerra de una Ruanda despedazada entre el rencor de hutus y tutsis.
Ese libro, el libro de la familia, fue el bálsamo sobre el que descansaba en las noches tristes ruandesas donde el cielo era más cielo y la luna nunca terminaba de morir.
Pero tú sí y me duele el alma y estoy roto por dentro, porque por dentro se me ha parado la respiración y, porque se me ha parado la respiración se me sale el alma por la boca, y porque se me sale el alma por la boca te busco y te busco y te vuelvo a buscar pero ya no te encuentro porque estás volando en la inmensidad eterna donde no hay noticias más que las tuyas y las de tu alma.
En mi recuerdo imborrable hacia ti quiero recordar a Lupita Garnica, tu guardián en forma de secretaria que siempre estuvo apoyándote tras el gran gigante que es la personalidad de nuestra Sarita que te protegía como los padres a su bendita descendencia.
Me has enseñado tantas cosas, Jacobo querido, que sólo espero ser digno de poder pagarlas honrando tu apellido, tu figura, tu memoria.
Ahora que te has ido, dile a tu hermano, a mi padre, a Joaquín Peláez —del que no paso ni un solo día sin recordarle— que me esperéis allá dónde estéis porque os alcanzaré en el infinito, para que alguna vez en el tiempo sin tiempo, los tres volvamos a escribir sobre el regalo que es la vida y la aventura de dejarla. Te quiero Jacobo. Alberto Peláez
alberto.pelaezmontejos@gmail.com
Twitter @pelaez_alberto