Nuestro país atraviesa una crisis —sin parangón— de inseguridad, violencia, corrupción y de credibilidad en sus instituciones. Hace unos días, un amigo extranjero recién llegado a México, me comentaba la triste imagen que allende nuestras fronteras proyectamos como nación. Nadie pone en tela de juicio esta realidad. Si le agregamos los apocalípticos pronósticos de la economía para 2016, llevaremos algunos años sin noticias alentadoras, buscamos a quien culpar: narcotráfico, partidos políticos, baja de los precios del petróleo, entre otras causas, por esta razón una buen noticia no pasa desapercibida para los medios de comunicación, los políticos y la sociedad civil en general.

Me refiero a la visita del papa Francisco, el obispo de Roma, el primer latinoamericano en ocupar la Cátedra de Pedro y todos los adjetivos canónicos y eclesiásticos que mejor describan a Jorge Mario Bergoglio. De todos ellos, destacaría uno, al día de hoy es “el depositario de la mayor autoridad moral de la Tierra”, el artífice de la reconciliación de la mayor potencia mundial con Cuba; el primer Papa en el Capitolio, de ahí su poder de convocatoria y atracción ante una sociedad carente de líderes “morales”, situación de la que se aprovecharan algunos de nuestros políticos mexicanos para colgarse de la visita de tan destacado personaje. La rebatinga provocada por los líderes de las cámaras del Congreso de la Unión para que acudiera a uno de esos recintos a pronunciar un mensaje, sólo fue un deseo.

Es que la neutralidad religiosa no puede ser entendida como separación irreductible entre Estado y religión, la imparcialidad e incompetencia del Estado en materia de religión y creencias es garantía de convivencia en una sociedad democrática. Un Estado que haga suyo este principio, no puede emitir juicios acerca de la doctrina de los grupos religiosos asentados en su territorio, es decir, le está vedado pronunciarse acerca de cuál religión es mejor o peor. Con su desmedido protagonismo, algunos políticos desde legisladores, secretarios de Estado, hasta los gobernadores de las entidades que visitará Francisco, parecen olvidar que las cuestiones estrictamente religiosas no forman parte de sus competencias. El riesgo es que su actuación, discrecional o no, pueda llevarlos a emitir juicios de valor, posturas, apoyos en torno a temas de la religión a la cual representa Francisco.

Ante este panorama, lo mejor sería dejar al Pontífice cumplir con el objeto de su visita, que es hacerse “uno más” con su feligresía y con los hombres de buena voluntad que acepten esa solidaridad. Hacerse uno con esta grey de poco más del 80% de la población mexicana, la que sufre en carne propia las consecuencias de los serios y graves problemas que algunos políticos no han querido o no han podido solucionar. En aras del bien común es necesaria la cooperación de la autoridad para garantizar la seguridad de asistentes a los eventos religiosos, eso justificaría la participación solidaria y subsidiaria de la autoridad.

Si buscan colgarse de la visita del Papa, de cara a obtener votos para las próximas elecciones, alguien tiene que decirles que algunas de sus leyes o programas de gobierno se dirigen de manera contundente contra las enseñanzas del magisterio moral de la Iglesia católica, en asuntos tan sensibles como la defensa de la vida, la justicia, el matrimonio de varón y mujer, entre otros.

Este viaje será político, porque el Papa hablará de temas relacionados con la gestión del bien común: derechos humanos, dignidad de la persona humana, libertad religiosa, migración, indígenas, derechos laborales. Y de modo especial, urgirá a la reconciliación entre mexicanos, por esta razón, una petición para que los políticos permitan a Francisco cumplir con el propósito de su visita, tan necesaria y oportuna en estos momentos de dolor e incertidumbre.

Profesor de Derecho y Religión del Departamento de Derecho de la Ibero

alberto.patino@ibero.mx

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