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Qué lejos quedan hoy las imágenes de Enrique Peña Nieto cuando asumió la presidencia en diciembre de 2012; qué lejos está el clima de promesas y compromisos. Ahora, cuatro años después, la burbuja de expectativas está completamente reventada, el nivel de aprobación del presidente naufraga en niveles de menos del 25%, bajísimos para los estándares de México. El horizonte dibuja los dos últimos años del sexenio como una tormenta perfecta: con el modelo económico dominante amenazado desde Estados Unidos; la impunidad a todo lo que da; la violencia que no para; un fuerte malestar social por la corrupción de la clase política y un gobierno cada vez más pequeño ante los retos del futuro inmediato. Sin embargo, la tormenta está invisibilizada en el partido oficial y en la relación del presidente con los priístas, ahí es otro mundo.
En la última visita de Peña Nieto al PRI dejó establecidos los mandamientos para el partido. Lo primero es el discurso de la singularidad, como en los viejos tiempos. Para animar a la militancia les dijo que como el PRI no hay dos, que son los mejores y que van a ganar en 2017 y 2018. Lo típico de cualquier entrenador antes de que el equipo salga a la cancha. Luego volvió a recordarles quién manda, porque Peña es el líder máximo, nombra al dirigente del partido y a sus consejeros, marca los tiempos y la ruta. Más adelante les recetó el remedio de los tiempos clásicos del destape con aquella frase de que primero es el programa y luego el candidato. Para todo fin práctico, la decisión sobre las elecciones que vienen se tomarán en Los Pinos y no en Insurgentes Norte. A primera vista no parece haber disidencia, y suponemos que todas las críticas se hacen en voz baja, así que la unidad que pidió el presidente está asegurada. La experiencia de las divisiones llevó a ese partido a sus peores resultados electorales como en 2006, cuando se fue a 22% del voto. De esta forma, el PRI tendrá que correr la suerte que tenga el presidente Peña y su baja aprobación; habrá disciplina, pero poco entusiasmo.
En una cosa sí tiene razón Peña Nieto, como el PRI no hay dos, porque es un aparato que se puede operar como en los viejos tiempos, cuando la presidencia y el partido oficial eran las dos piezas fundamentales del sistema político, como alguna vez lo escribió Daniel Cosío Villegas. Sin embargo, los focos rojos que se encendieron con las elecciones locales de junio pasado, siguen prendidos. No ha habido una respuesta inteligente del gobierno frente a la corrupción de los suyos, sus gobernadores. El caos de Veracruz es patético, pero igual están Chihuahua, Nuevo León, Coahuila o Quintana Roo. Esa generación que llegó al poder en el barco del PRI que comandó Peña, está desfondada. El “nuevo PRI” de Peña resultó ser la peor banda de corruptos que ha dado el priísmo, y tuvieron que esforzarse para superar a sus antecesores, pero lo lograron. Sin duda, ese será uno de los grandes temas de la sucesión, junto con el ajuste al modelo de desarrollo, necesidad impuesta por el vecino del norte. El panorama resulta por demás complicado.
A diferencia de la sucesión de 2012, para 2018 el PRI no tiene ningún modelo exitoso y atractivo, como lo fue Peña; no hay un candidato tricolor que tenga la fuerza o el carisma para contar un cuento creíble. El vaciamiento es enorme, hoy el PRI es un aparato que necesita de muchas prótesis para mantenerse en la pelea, como el Verde, el clientelismo, los operadores de la política social, el control de los organismos electorales y los apoyos mediáticos, una amalgama de piezas para una maquinaria envejecida y oxidada, a pesar de sus jóvenes dirigentes.
México atraviesa por una crisis pasiva y las ventajas del PRI están en la debilidad de las oposiciones y en la escasez de opciones alternativas con fuerza. El empobrecimiento político se ha generalizado, no hay espacio para el optimismo. Estos dos últimos años del sexenio serán para preparar la sucesión presidencial y los ajustes al TLC que pida Trump, el nuevo dolor de cabeza del país. La versión del país de Peña Nieto por sus cuatro años de gobierno parece poco convincente. El presidente y su partido no pasan por un buen momento…
Investigador del CIESAS.
@AzizNassif