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Después de casi medio siglo de ser la cabeza del gobierno y el jefe máximo de la Revolución Cubana, como dicen en México de Calles, Fidel se retiró y le dejó el cargo a su hermano Raúl, sólo cinco años menor. Se retiró porque la salud le puso un alto, pero siguió activo con sus artículos de prensa. No sólo era un gobernante en retiro, sino que sus últimos años fueron el inicio de la leyenda que será a partir de ahora. No murió en el poder, tampoco fue asesinado, a pesar de los cientos de intentos fallidos que hicieron sus enemigos para borrarlo del mapa, Fidel Castro murió en su cama de un infarto a los 90 años.
El Comandante nunca fue un personaje para la indiferencia, sino para levantar pasiones, amores y odios, y así será su legado. Por su muerte hay duelo, nueve días en Cuba, pero también fiesta en Miami. Algunos se atreven a lanzar su veredicto envenenado, como Vargas Llosa, que muy pronto sentenció: “A Fidel no lo absolverá la historia”, frase que viene de un juicio en 1953 por su primera incursión subversiva. Los juicios históricos son asunto del futuro y, me parece, nunca son versiones únicas, sino diversas y cambiantes. Cuando estos personajes mueren las opiniones se dividen, así que es importante salirse de la polarización. Una premisa puede ser: si Fidel es uno de los últimos grandes personajes del Siglo XX, en estos años del nuevo siglo ya estaba fuera de su momento.
Se repite que Fidel fue un personaje de la Guerra Fría. Una batalla que terminó con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desaparición de la Unión Soviética, dos años después. Las hazañas del Comandante se cuentan por docenas, su astucia política es reconocida por amigos y enemigos, quizá sólo Fox se quiso pasar de listo con el “comes y te vas”, y quedó en ridículo. Su oratoria, que cada vez era más larga y menos convincente para las nuevas generaciones de cubanos, fue una expresión de que el momento revolucionario había quedado atrás. De que el proyecto socialista de un país subdesarrollado, bloqueado por Estados Unidos y con una economía precaria, tenía muy pocas posibilidades de tener éxito en un mundo globalizado. Lo cual no quiere decir que los temas y obsesiones de Fidel, como la pobreza, la desigualdad, el imperialismo, el colonialismo, se hayan resuelto, sino todo lo contrario, se han agudizado con el modelo neoliberal.
La izquierda revolucionaria que representaba el Comandante, con su barba y su uniforme militar verde oliva, ha quedado en el pasado. Ahora, las revoluciones no se hacen mediante la toma del Palacio de Invierno, como en 1917, o el derrocamiento de un dictador, como en 1959; ahora la izquierda, hegemonizada por la derecha, hace llamados pacíficos para la competencia democrática, una vía que, por cierto, expresa cada vez más un enorme agotamiento, un grave desencanto y una deficiente representación.
La astucia de Fidel y el personaje que fue creando desde el triunfo de la Revolución, le dieron gasolina para jugar con las armas de la Guerra Fría, fue un piedra en el zapato de Estados Unidos; el aliado de la URSS a menos de cien millas de Miami; y luego el socio privilegiado de la Venezuela chavista. Hay una larga historia de las complejas relaciones entre el imperio y la isla. Si Obama reconoció que la Guerra Fría había terminado hacía tiempo y restableció relaciones, Trump puede regresarse para darle gusto a sus votantes de Florida. Este proceso ya no le tocó a Fidel, sino a Raúl, quien ha sido la cara del país desde 2008.
Fidel observó en sus últimos días el triunfo de Trump, pero ya no será protagonista de esta nueva época de miedos y regresiones que está por llegar: una antiglobalización que se globaliza. Cuba ha empezado a abrirse con Raúl y, ahora, sin Fidel, quizá acelere su proceso. ¿Imitará la isla lo que han hecho otros países socialistas que mantienen el régimen político, pero se abren al mercado? Sin Fidel y con Trump en el poder, Cuba entrará en un nuevo momento, que no anuncia buenos tiempos.
Empieza la leyenda de Fidel, aunque quizá la utopía que canta Silvio Rodríguez ya no existe: “La era está pariendo un corazón, no puede más, se muere de dolor y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir…”.
Investigador del CIESAS.
@AzizNassif