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A Carmen Aristegui
¿Por qué el PRI-gobierno, siendo tan corrupto, aceptó legislar el Sistema Nacional Anticorrupción (SNA)? Responder que fue orillado a hacerlo por el enojo social es asentar una obvia parcialidad. Porque el suicidio es antinatural y por más presión que haya habido es impensable que el priísmo avalara el germen de su destrucción. He aquí la parte ignota de la respuesta: los priístas legislaron y operan con una ingeniosa estratagema para que no germine el SNA. El mismo ingenio que ayer les permitió administrar la pobreza con el apoyo de los pobres hoy les permite simular el combate a la corrupción con la aquiescencia de los engañados.
El mecanismo es complejo. La primera treta, que se usó en otras reformas, fue aprobar enmiendas constitucionales de avanzada con miras a restringir o de plano revertir sus alcances con las leyes secundarias. La segunda es más vieja y consiste en manipular las instituciones mediante la cuota mayoritaria del PRI en órganos colegiados y el nombramiento de funcionarios a modo a la cabeza de estructuras piramidales. El Senado ha sido clave en este engranaje. No es casualidad que esa Cámara haya sido eje del proyecto reformista de este gobierno, ni que en ella recaigan las ratificaciones de casi todas las piezas humanas en el nuevo tablero de la cosa pública, incluyendo las de los miembros del gabinete de un eventual gobierno de coalición, que debieron asignarse a la cámara baja como dicta la lógica parlamentaria. Tampoco es fortuito que los senadores, salvo honrosas excepciones y con un priísta impresentable como factótum, se hayan convertido en una cofradía dúctil para el Ejecutivo Federal, a merced del pequeño Fouché jurídico de Enrique Peña Nieto.
Como ocurre con los ilusionistas, el éxito de los estrategas del PRI-gobierno depende de que el público no descifre sus trucos y crea en la magia. Y aunque los mexicanos somos cada día más escépticos, todavía se pueden salir con la suya. Así sucedió cuando, tras la ignominiosa confirmación senatorial en fast track del actual titular de la PGR —pese a ser integrante de la bancada priísta en el Senado, ex abogado de Peña Nieto y primo de su consejero— se generó un movimiento en redes sociales para impedir que el procurador se convirtiera automáticamente en fiscal general por nueve años, como lo dispone un transitorio de la reforma. Fue tal la presión contra el denominado #FiscalCarnal que el presidente presentó una iniciativa para cancelar ese pase automático, con lo que muchos creyeron ganada la batalla. Pero resulta que los senadores no la han dictaminado siquiera, y todavía falta que la apruebe la Cámara de Diputados y más de la mitad de los Congresos estatales. Pocos se han percatado del ardid. Pero además, incluso si se anula el transitorio, el método de designación es una trampa: el Senado envía a la Presidencia una lista de diez personas y esta le devuelve una terna para que escoja al fiscal, misma que bien puede estar formada solo por filopriístas, porque en la lista original la cuota del PRI será de tres o cuatro nombres.
La Fiscalía General de la República es pieza esencial del SNA. Le da aún mayor relevancia el hecho de que, por una deliberada deficiencia en el diseño legislativo, la Fiscalía Anticorrupción estará totalmente subordinada a ella. Por ello, si bien conviene evitar que el fiscal anticorrupción sea un alfil del régimen, es mucho más importante garantizar que el fiscal general sea independiente y honesto y no un guardaespaldas del peñanietismo. Porque este es su objetivo: garantizar sibilinamente que prevalezca su red de complicidades y con ella su impunidad. La más clara evidencia de este designio es el rechazo del presidente Peña a una investigación imparcial sobre la casa blanca y su infamante decisión de que un subalterno lo exonerara.
Si se atacara a fondo la corrupción en México, muchos políticos del PRI-gobierno acabarían en la cárcel sin necesidad de que la justicia de otro país los persiguiera. Por eso, porque una Fiscalía General autónoma en manos de alguien capaz de actuar contra la cleptocracia de este sexenio sería veneno puro para el priñanietismo, la Presidencia y sus amigos en el Senado realizan una sofisticada operación para simular que respaldan el SNA mientras lo vuelven inoperante. Más vale que nos demos cuenta ya para tomar cartas en el asunto: lo que presenciamos es, simple y llanamente, una farsa.
Diputado federal del PRD. @abasave