Mi solidaridad a Alejandra Barrales

Las turbulencias que la proximidad del 2018 genera en todos los partidos están agudizando la crisis del Partido de la Revolución Democrática. Voy a reiterar aquí el análisis que hice cuando fui su presidente, pero voy a explicar mi posición con el candor que el cargo me impedía mostrar. Señalé entonces tres opciones de cara a la elección presidencial que juzgo vigentes: A) una alianza de amplio espectro con un(a) candidato(a) externo(a); B) una alianza con AMLO; C) una candidatura propia. No agrego el denominado cuarto polo porque cabe en la opción A, si bien se ha convertido en una suerte de bloque de izquierda sin Morena. Me anticipo con cuatro argumentos a la cantaleta del “agua y el aceite” o de la “carencia de principios” que se endilga a este abanico: 1) el PRD por sí solo no puede derrotar al PRI; 2) las coaliciones entre la socialdemocracia y la democracia cristiana o sus equivalentes existen en muchos países y son más válidas en México por la descomposición de un gobierno corrupto, inepto y entreguista; 3) la agenda que aleja al perredismo del PAN -matrimonio igualitario, legalización de la mariguana, etc.- también lo aleja de Morena; 4) el riesgo de que el PRD se “desdibuje” o sea engullido existe en las tres opciones.

Veamos. Rechazo la opción C por la sencilla razón de que esta elección es demasiado importante para pensar solo en los intereses de una u otra tribu o incluso en los del partido. Hoy más que nunca es necesario aplicar la máxima que yo solía repetir en la Dirección Nacional: primero México, luego el partido y al final la corriente, y no a la inversa como a menudo ocurre. El perredismo tiene la obligación histórica de contribuir a derrotar al priismo y a edificar un nuevo régimen, y las candidaturas de Graco Ramírez o de Silvano Aureoles no tienen suficiente fuerza ni potencial de crecimiento y solo servirían -involuntaria o voluntariamente- para dividir el voto opositor y ayudar al PRI-gobierno. Conservar el registro es el objetivo de quienes ven al PRD como franquicia, y decir que hay que fortalecer su identidad a largo plazo aunque se desplome en esta elección suena bonito pero, frente a la grave encrucijada que vivimos, es indefendible.

Me gusta la opción A. No fue fortuito el orden en que una y otra vez enumeré los escenarios durante mi dirigencia: pensaba en personas como Juan Ramón de la Fuente o el propio Miguel Ángel Mancera, figuras apartidistas en torno a las cuales se podría tejer una coalición ganadora. Pero hay dos problemas: se ve harto difícil que el PAN, que tiene a dos aspirantes bien posicionados, renuncie a postular a alguno(a) de ellos en aras de un gran frente de oposición que carece de una carta con mayores probabilidades de triunfo, y el cuarto polo no ha probado ser una plataforma potencialmente victoriosa. Todavía existe la posibilidad de construirla, con alguno de los personajes que en su momento busqué o con otro de los que están emergiendo, aunque queda muy poco tiempo y ha perdido impulso porque el importante proyecto PRD-PAN-MC-PT con Alejandro Encinas para el Estado de México -que yo apoyé y cuya caída deploro- fue exitosamente saboteado.

Me han preguntado por qué la opción B no fue para mí la A. Institucionalmente no acepté priorizar una alianza que la contraparte rechazaba -la intenté en un par de casos- y personalmente, como socialdemócrata, asumí las discrepancias que expliqué en artículos y entrevistas y que se ahondaron por el comportamiento sectario y agresivo de muchos lopezobradoristas en redes sociales. ¿Y por qué de todos modos la consideré como segunda opción? Porque el autoritarismo es indeseable pero la honestidad es en este país una cualidad tan escasa como necesaria. Por cierto, cuando presidí el PRD nunca ataqué a AMLO, ni él a mí. Más allá de mis diferencias ideológicas y de mi respeto personal, es una torpeza política dinamitar puentes. A diferencia de la opción C, la opción B me parece admisible y, si resultara la vía para un cambio de régimen, la avalaría.

Mi posición es la de un militante más. La expreso porque los tiempos se le han echado encima al PRD y, si no define pronto su rumbo, de ser un posible fiel de la balanza electoral acabará disipándose en la niebla de la irrelevancia política.

PD: El error de Miguel Barbosa fue no esperar al Consejo Nacional del 10 de marzo para pedir ahí, como lo hicieron Carlos Sotelo y otros compañeros en una conferencia de prensa, una alianza de izquierda con el mejor posicionado. De cualquier modo creo que expulsarlo o destituirlo sin el apoyo de la mayoría de los senadores sería tratar de corregir un error con otro. Lo dije en contextos similares cuando fui presidente y lo sostengo: la asignatura pendiente de las expulsiones debe empezar castigando los actos de corrupción, no la indisciplina. Ahora que, si quisiera hacer un editorial con el humor al que Barbosa recurre en sus críticas mediáticas, pediría calma a quienes condenan su nueva postura: no se precipiten, quizá la próxima semana cambie de candidato.

Diputado federal del PRD

@abasave

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