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Para Agustín, Alejandro y Francisco Salomón, con la esperanza de dejarles un mundo menos enrarecido
No creo que la humanidad se esté volviendo loca: creo que está abriendo los ojos. Esto no es necesariamente un buen augurio porque no le gusta lo que está viendo —algo desagradable que se le había ocultado— y la defraudación no suele llevar a la sensatez. El capitalismo triunfante del siglo XX la engañó: le dijo que se habían acabado las ideologías, que había llegado al mejor de los mundos posibles, que el socialismo en cualquiera de sus manifestaciones había muerto y a todos nos esperaba una vida no sólo de libertades, sino también de una prosperidad razonablemente esparcida. La creencia permeó, porque la esperanza es como la acacia: capta cada gota de lluvia que le cae encima y crece. Y lo que cayó sobre la sociedad finisecular con la eclosión tecnológica de la información fue un aluvión de conocimientos que fertilizó la expectativa de que otras riquezas también se distribuirían, si no de manera equitativa sí de modo que el abismo trocara en brecha. Y he aquí que el abismo entre pobres más informados y ricos menos sensibles se ensanchó aún más. Si bien algunos de abajo y de en medio mejoraron su entorno de vida, los de arriba se mudaron a un penthouse aún más exclusivo pero visible desde los departamentos de (des)interés social.
A ello se sumó una reacción nacionalista a la globalización. En los países subdesarrollados el rechazo derivó del avasallamiento de sus culturas y de la manera en que la especulación desbocada de los inversionistas del primer mundo —el caso más grave fue la crisis de 2008— los golpeó sin deberla ni temerla; en los países desarrollados la indignación brotó de la idea de que tanto la inmigración como la mundialización de sus grandes empresas les quita empleos. El miedo y el rechazo a la otredad resultaron electoralmente rentables y cosecharon varios triunfos en 2016, entre los que destacan el Brexit y la entronización de Donald Trump. Las lecciones de esas elecciones se resumieron en un término que ganó el premio de la palabra de ese año del Diccionario Oxford: post-truth, o post verdad. El vocablo es relativamente nuevo pero el concepto es bastante rancio. Se refiere a una opinión pública muy susceptible de ser moldeada por emociones, en la que los hechos se vuelven prácticamente irrelevantes. En México, por cierto, la era política post factual nació con características propias hace mucho tiempo, allá por 1929, y tuvo significativos repuntes en medios y en redes en 2006 y 2012.
Mentir o distorsionar la verdad es una de las destrezas del PRI-gobierno. En los últimos dos años la estratagema le ha dado resultados decrecientes porque los mexicanos estamos en plena etapa de desengaño, y somos legión quienes nos hemos vuelto inmunes a las patrañas oficiales. Ahí está el ejemplo del gasolinazo. Se nos dice que se debe a factores externos —la devaluación y el precio del petróleo— cuando sabemos que el peso se ha devaluado en gran medida debido al mal manejo de la economía por parte del anterior secretario de Hacienda, que entre otras cosas nos dejó una deuda pública descomunal de la mitad del PIB. Y también sabemos que Pemex fue abandonada hace mucho a la corrupción de políticos, directivos, líderes sindicales y empresarios, y que por eso sus refinerías son deficientes y la empresa misma está en riesgo de sucumbir en la competencia con las transnacionales del petróleo, para cuyo beneficio —y el del priísmo en el poder— se hizo la reforma energética. Y lo más importante: sabemos que vender esa reforma con el argumento de que traería una reducción en los precios de la gasolina y la electricidad fue un vil timo.
Vivimos, pues, en un país corrupto y desigual, pero desengañado e incrédulo. Y vivimos en un mundo raro, espasmódicamente turbulento. Los mexicanos sentimos algo similar a lo que sienten ciudadanos de otras latitudes: irritación, desasosiego, angustia. Y es que el globo aldeano —que no aldea global— experimenta los estremecimientos de un movimiento telúrico del cual puede surgir un volcán cuya lava limpie y empareje la tierra o una grieta que devore toda noción de progreso. Atención: 2017 puede ser decisivo en uno u otro sentido. Puede empezar a trocar la incertidumbre en ventura o en calamidad.
Diputado federal del PRD
@abasave