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México está mal. No digo que esté ya sumido en una catástrofe sino que sufre un desgaste que lo pone al borde de una crisis integral —social, económica, política y moral— o de una tormenta perfecta. Si bien la economía está saneada a nivel macro, los pronósticos de crecimiento siguen corrigiéndose a la baja, el peso continúa devaluándose y los gasolinazos y aumentos del precio de la luz agobian a quienes sobreviven en el nivel micro. En el terreno sociopolítico, la violencia criminal, la movilización de la CNTE en Oaxaca, Chiapas y otros estados, y sobre todo el enojo de buena parte de la ciudadanía causado por la corrupción, hacen que el fantasma de la ingobernabilidad recorra el país. El presidente ha perdido prácticamente toda credibilidad y mucho margen de maniobra porque, hecho de engañifas, su control de daños lo está dañando cada vez más.
Quizá la percepción de los mexicanos sea demasiado pesimista y no concuerde con los datos duros de México, como dicen algunos. Lo cierto es que el mal manejo que el PRI-gobierno está haciendo de la situación puede contribuir a trocar lo que la gente percibe en una profecía autocumplible. Sobran errores: tapar corruptelas con mentiras, ponerse un disfraz progresista buscando votos y quitárselo cuando se pierden, entregarle la sucesión presidencial a quien no puede con las calamidades económicas, recurrir al discurso partidario de la anticorrupción —cuya verosimilitud exige un costo impagable—, abrir frentes simultáneos con empresarios, Iglesia y maestros, porfiar en el proyecto presidencial de un secretario que no crece ni con una gigantesca exposición mediática y pone en riesgo la paz social a golpes de una propagandística “mano dura”.
Aunque los pronósticos de largo plazo son un mal negocio en el ámbito electoral, hoy por hoy es difícil vislumbrar el triunfo de un(a) candidato(a) presidencial priísta en 2018. Y es que hay indicios de que no se trata solo de un gobierno y un partido en desgracia, sino de un régimen que se está agotando. Sorpresas da la vida: hace dos o tres años la oposición mexicana estaba debilitada y dividida y el PRI lucía imbatible, y ahora el mapa partidista y la correlación de fuerzas se han invertido. Claro, de aquí a la elección pueden pasar muchas cosas, pero si la inteligencia se queda del lado opositor hay probabilidades de lograr una tercera alternancia y, generosidad mediante, de reanudar y hasta de culminar nuestra transición democrática. Acaso me mueva lo que nuestros vecinos del norte llaman wishful thinking, porque estoy convencido de que, de no darse ese cambio radical, podría haber un estallido (si peco de optimismo en mi vaticinio lo compenso con esta preocupación pesimista). Pero si exagerar lleva a prevenir, bienvenida sea la exageración.
Como sucede a escala global, hay aquí un divorcio entre sociedad civil y sociedad política. Y por primera vez los mexicanos tenemos la oportunidad de ser pioneros de la solución a un problema que perturba a los politólogos de todas partes. Si diseñamos desde ahora un nuevo régimen a fin de que la posible alternancia no sea simplemente un cambio de persona y de partido, la crisis de la democracia representativa que aqueja al mundo podría comenzar a resolverse. Pero para ello se requiere dejar atrás el misoneísmo y abrazar el filoneísmo: elaborar una nueva Constitución que erradique el abismo entre norma y realidad, que introduzca la exigibilidad de los derechos sociales, que regenere la representatividad, que nos dé un régimen parlamentario ad hoc y que logre que México deje de ser un país de reglas no escritas para convertirse en un verdadero Estado de derecho. No me canso de decirlo: la corrupción y la desigualdad son nuestros dos tumores cancerosos y, si no los extirpamos, su metástasis nos va a acabar.
La diferencia entre los pueblos que se subliman y los que se hunden es el alcance de su visión. Aquellos que vislumbran los nubarrones en el horizonte y no necesitan tener la tormenta encima para dar un gran viraje se yerguen sobre la historia; los que rechazan o regatean el cambio se disipan en la niebla de la adversidad. Hago votos porque a los mexicanos no nos gane el miedo a lo nuevo, porque no confundamos realismo con mediocridad.
Diputado federal del PRD.
@ abasave