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La primera pregunta se responde con otra. ¿Por qué México no ha destacado en los Juegos Olímpicos? Respuesta: ¿y por qué habría de destacar? Pongamos las cosas en perspectiva: antes de Río 2016 Estados Unidos había acumulado 2,399 medallas, Gran Bretaña 780 y Francia 671, mientras que los deportistas mexicanos solo habían obtenido 62. ¿Qué podíamos esperar, si México no es parte del primer mundo ni sucesor del segundo, como Rusia o China, que también están en la parte alta del medallero? Nuestro país no es una potencia económica o militar, ni científica o tecnológica. ¿Por qué habría de sobresalir en la justa deportiva más importante del mundo si carece de los incentivos correctos, las instituciones sólidas y honestamente conducidas, la organización, la disciplina, el know how, la infraestructura y todo eso que ha contribuido a hacer grandes a los primermundistas?
La segunda pregunta es más difícil de contestar. ¿Por qué nos ganan países similares a nosotros, los que en varios sentidos están a nuestro nivel, como Brasil que tenía 109 medallas o Argentina que tenía 70? No lo sé. Y conste que no hago ajustes demográficos porque las comparaciones per cápita nos harían ver peor (sin necesidad de recurrir al ejemplo excepcional de Cuba, que tiene casi cuatro veces más preseas que nosotros con una población diez veces menor a la nuestra). Quizá en el ámbito del deporte los vicios idiosincráticos mexicanos se agudizan y los de estos pares latinoamericanos se atenúan. Lo cierto es que la corrupción y el valemadrismo en nuestras organizaciones dedicadas al desarrollo de atletas de alto rendimiento son altísimos, aún para estándares tercermundistas.
Desde luego, el asunto es multifactorial, y hay que agregar otras consideraciones. Veamos un ejemplo. La única disciplina deportiva en que México es potencia es el box profesional, en el que solo nuestros vecinos del norte nos superan en número de campeonatos mundiales conquistados a lo largo de la historia. ¿Por qué? Tal vez porque se trata de una competencia individual que exige más coraje, resistencia y sufrimiento, porque se requiere menos dinero para practicarlo y porque la inconstancia no tiene consecuencias tan graves como en otras. ¿Y por qué no nos va tan bien en el boxeo olímpico? Porque su reglamento premia el estilo “aliesco” o afroamericano (y afrocubano) de volar como mariposa y picar como abeja, que en cierto sentido es antinomia de la escuela frontal mexicana, y porque como dijo Elías Emigdio “las medallas no dan de comer” y pocos de nuestros boxeadores se interesan en participar y menos en continuar en el amateurismo. El hecho es que los deportes en equipo se nos suelen atragantar y que en “el deporte nacional”, el futbol, parecemos empecinados en frustrar el buen trabajo de las selecciones menores con reglas estúpidas, mercantiles y extranjerizantes, como la inefable 10/8 de la Liga MX.
En los Juegos de Río de Janeiro la delegación de México empezó peor que en los anteriores y al final dio el estirón, con lo que el saldo quedó en la parte alta del rango nacional. Cierto, nuestro precario desempeño olímpico viene de lejos y es en buena medida producto de las corruptas federaciones deportivas mexicanas, pero la designación de Alfredo Castillo como cabeza de la CODEME -que para él es “una agencia de viajes”- se inscribe en esa misma tradición de amiguismo y corruptelas. El presidente de la República prefirió encargarle el deporte mexicano a su cuate, un diletante deportivo cuyo nulo conocimiento del olimpismo solo podía exacerbar los problemas (las malas lenguas dicen que los medallistas aparecieron cuando él desapareció de Río).
Es injusto cebarse en los deportistas mexicanos. En particular, manifiesto mi admiración a Misael Rodríguez, Guadalupe González, Germán Sánchez, Ismael Hernández, María Espinoza y quienes se quedaron al filo del metal. Pero todos tuvieron que superar carencias y rezagos, a compensar la falta de apoyo y el desastre organizacional de los federativos y, finalmente, enfrentar a sus rivales. Vamos, la tuvieron mucho más difícil que los competidores de otros países. De modo que no veo más que dos conclusiones válidas: un sonoro abucheo para los directivos y una gran ovación para los atletas que, con todo en contra, se partieron el alma para trocar desmadre en éxtasis.
Diputado federal del PRD
@abasave