En tiempos de cataclismos hay que escuchar a los locos, sin duda, pero no a cualquier loco. En el caso de Donald Trump primero se le ignoró por completo y ahora se le oye y responde en exceso. Antes, la línea gubernamental era ignorar sus “payasadas” (cuando subí a la tribuna de la Cámara de Diputados en septiembre de 2015 para decir que el gobierno mexicano cometía un error al subestimar a quien llamé “un payaso peligroso”, ningún diputado del PRI reaccionó); y de pronto, apenas la semana pasada, el Presidente dio la señal de ataque y sus huestes se volcaron en una febril competencia por el trofeo al más estridente polemista anti-Trump.

Donald Trump es un personaje que debe preocuparnos. Su peligrosidad, por cierto, no reside en su ignorancia sino en su irresponsabilidad. Hay quienes argumentan que muchas de las acciones que amenaza con llevar a cabo si llega a la presidencia son mera retórica, y que en eso se quedarían. Se basan en la famosa grabación de una charla off the record que sostuvo con periodistas de The New York Times, en la que supuestamente dijo que en realidad no sería tan duro como pregona en el ámbito de la política migratoria. Pero ese no es el meollo del asunto. Una persona que por convicción prejuiciada o por conveniencia electorera no tiene empacho en despertar los peores instintos humanos —el racismo, la xenofobia, el jingoísmo— es capaz de cualquier cosa. Esas pasiones de miedo, odio y destrucción son fáciles de despertar y muy difíciles de detener o controlar.

Con todo, hay otros “locos” que sí vale la pena escuchar y atender. Y es que son el síntoma de la enfermedad global contemporánea: la desigualdad social, económica y política. Cada vez hay más gente enojada en el mundo, gente que rechaza el establishment en cualquiera de sus manifestaciones. Es la crisis de la democracia representativa, que se expresa de maneras disímbolas: protestas y movimientos sociales, liderazgos antisistema y radicalismos partidarios. Los comunes denominadores son el repudio a los paradigmas predominantes, la búsqueda de apóstatas y el desarrollo de opciones repudiables para los guardianes del actual orden de cosas. Y si bien por el momento constituyen minorías, esos grupos minoritarios representan porciones significativas de las sociedades y consolidan un “voto” crecientemente duro.

Hay varios ejemplos. Ahí están, del lado izquierdo: Podemos en España, Syriza en Grecia, Jeremy Corbyn en el Partido Laborista del Reino Unido y Bernie Sanders en el Partido Demócrata de Estados Unidos, entre otros, representantes del radicalismo que han sorprendido a los analistas por sus ascensos meteóricos. Yo discrepo de algunos de sus planteamientos, pero reconozco que son reflejo de la parte de la humanidad que está sedienta de heterodoxia y procura perfiles atípicos, alejados de uno u otro modo del mainstream. Si bien se sitúan en el izquierdismo globalmente incorrecto y tienen propuestas que hoy parecen o son inviables, son un bálsamo frente a quienes explícita o implícitamente postulan el anarquismo o el nihilismo, aquellos que pugnan por la desaparición de todos los partidos políticos, congresos o parlamentos. Se trata de una izquierda rebelde pero a fin de cuentas institucional que recoge la rebeldía ciudadana, la conduce hacia rupturas pactadas y la aleja de alternativas que apuntan al estallido social o a la autocracia.

Esperemos que el electorado de nuestro vecino del norte tenga la sensatez de derrotar a Trump y a su locura destructiva. Y en todo nuestro planeta, que se muestra desquiciado por el cambio climático y por el calentamiento global sociopolítico, hagamos votos por que el filoneísmo detonado por una locura constructiva canalice la energía social hacia cauces pacíficos y venturosos que apunten a una nueva civilización guiada por la cuarta socialdemocracia, y con ella a la creación de un mundo menos desigual, más justo, libre y democrático.

Presidente nacional del PRD.
@abasave

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