Una vieja estratagema que los gobernantes suelen usar contra sus críticos es la de acusarlos de falta de patriotismo. Se trata de una falacia en tres actos: 1) el gobierno es el Estado y el Estado es la nación; 2) el presidente encarna a la nación; 3) quien osa criticar al presidente o a las autoridades que actúan en su nombre comete un crimen de lesa nacionalidad. La virulencia de esa acusación escala en la medida en que las críticas trascienden las fronteras y llegan a públicos extranjeros. Entonces los voceros oficiales u oficiosos se envuelven en la bandera nacional y se arrojan al abismo de la demagogia.

Basta de engaños. El verdadero traidor a la patria, en todo caso, es el que comete o solapa actos de corrupción. Empleo el término en la definición de la Real Academia: corromper es echar a perder. Denunciar a quienes echan a perder a nuestro país, sean políticos o empresarios o líderes sindicales o ciudadanos a secas, es un acto de amor. A una piel corrompida le hacen más daño las caricias que las desolladuras. A las naciones, como a las personas, les resulta más benéfico que se les diga la verdad, aunque les duela. El refrán es tan cursi como pertinente: Quien bien te quiere te hará llorar. Y hoy más que nunca es necesario que México llore. Pero permítaseme explicarme con un par de párrafos que escribí en mi libro Mexicanidad y esquizofrenia.

“Parto de una distinción muy importante: los mexicanos somos una de sus partes fundamentales, pero México es más que nosotros. México es su geografía sensual, desde la resignada planicie de su valle hasta su cordillera que se desgaja atormentada de una orografía que es temperamento. Es la maravilla natural del trópico y el enigmático maridaje del desierto y el mar, con su clima irreconciliable. Es su lago estoico y su volcán desasosegado. Es su flora y su fauna de caricias rasposas, su subsuelo de minerales y veneros que brillan y oscurecen, su cielo que se pinta solo y todas las demás bendiciones y maldiciones de su naturaleza. Y es el encuentro de su tierra y su gente, que da a luz a una comida gloriosamente dionisiaca y a una música de gritos extasiados y susurros agónicos y a unas artesanías polifacéticamente deslumbrantes. Es su piel punzada por la pirámide que asoma sus piedras filosas, su talante extasiado por la iglesia y el palacio barrocos que solapan grecas furtivas. Es su panteón que gime y canta. Es su historia misma, que se sacrifica y resucita, que miente y suplica, que pierde y cobija. Es su fe representada en un símbolo religioso y secular que vincula a los que creen, a muchos de los que no creen y a otros tantos de los que creen que no creen. Es el héroe transido de derrotas, la tragedia hecha epopeya. Es su bandera alada, su escudo radical y su himno ensangrentado. Es una travesía de libros y de murales y de canciones y de películas que no mueren…

‘Quiero a México como a un niño desvalido’, le escuché decir a mi padre hace mucho tiempo. La frase me abrió los ojos. Así, precisamente así lo quiero yo también. No como una patria protectora sino como una filia a proteger, a comprender, a criar y educar. En ese sentido no me declaro patriota sino filiota. Y mi filia es como una niña de la calle: andrajosa, maleducada, canija, mañosa, trapacera. Pero es mi niña y por eso veo en ella lo que otros no pueden ver: su enorme potencial, su belleza ensuciada, su notable inteligencia, su gran corazón. Sé que no debo cegarme ni ablandarme si he de enderezar su alma y enmendar su camino, pero eso no resta un ardite a mi adoración por ella, ni condiciona mi determinación de salvarla a costa de lo que sea. Eso es para mí esta nuestra nación lacerada y confundida, amable y sublimable. Una nación que no requiere ajustes o mejoras sino un cambio profundísimo: un verdadero renacimiento”.

Los mexicanos necesitamos la verdad descarnada para ser libres, para recuperar a México en carne viva.

Candidato externo a diputado federal por el PRD.

@abasave

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