Arnoldo Kraus

DF: crónica

18/07/2015 |23:54
Redacción El Universal
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Entre mi casa y mi sitio de trabajo median ocho kilómetros. Radico en el Estado de México; cruzo una calle y un puente, trescientos metros a lo sumo, y llego al Distrito Federal. Vivo en una colonia burguesa. Disfruto y padezco las tribulaciones de los burgueses. Me transporto en automóvil, no en camión, ni en (ex) peseros, ni en Metro.

A partir de 1988 habito la misma casa. Desde hace diez años, para salir con mi coche, entre 7:30 y 9:30 AM, es necesario que alguna de las personas que manejan y obstruyen mi calle sea amable y me permita hacerlo. Las calles aledañas son un estacionamiento: los coches circulan a vuelta de rueda. Los automóviles encendidos, sin movimiento, contaminan. No conozco los datos, pero los miembros del gobierno de Miguel Ángel Mancera deberían saberlo: antes de llegar a su destino muchos automóviles pasan más tiempo parados que en movimiento. Deben saber también cuántas miles de toneladas de gasolina se desperdician y cuánto contaminan debido a la ineficacia y a la sobresaturación de nuestras avenidas.

Con tráfico, como sucede todas las mañanas, salvo los domingos, avanzar los trescientos metros entre el Estado de México de Eruviel Ávila y el DF de Mancera —PRI, PRD, PRIPRD, lo mismo da— toma cinco o seis minutos. En ese tramo cuento entre seis y ocho personas repartiendo periódicos gratuitos. Como no hay semáforos, no hay semaforistas. En esa distancia cuento seis baches (mi definición arbitraria de bache es un hoyo que tenga más de medio metro de circunferencia y treinta centímetros de profundidad) y cuatro desniveles suficientes para que el coche salte (desnivel suficiente significa una irregularidad en el pavimento mayor de veinte centímetros). Esas irregularidades son amables: no ponchan llantas.

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Abandono el Estado de México, estado del PRI. Entro al DF, bastión perredista. Viajo cinco cuadras. Cuatro topes, ocho baches, y un mega bache relleno de tierra, bordeado con cinta amarilla: dos semanas atrás, la compañía de luz excavó el pavimento. Ignoro si corrigió los postes de alumbrado; no ignoro su herencia: el mega bache la atestigua. Primer semáforo. Encuentro, como siempre, a los cuatro semaforistas habituales y uno nuevo (semaforista, en mi definición, es una persona casi invisible que sobrevive en torno a los semáforos, y que carece de agua, techo y educación a pesar de vivir en un país que se destaca por ser la décima economía mundial). Entre el primer semáforo y mi sitio de trabajo, cuento, a pesar de circular por “calles burguesas”, aproximadamente —no soy tan obsesivo— cuarenta baches y desniveles.

Llego a Chapultepec, orgullo de los defeños. Circulo entre el parque y el panteón de Dolores. Las obras emprendidas para mejorar y embellecer el parque llevan demasiado tiempo; pienso: entre más tiempo tarda una obra en finalizarse más oportunidad de robar. En ese tramo hay más basura que años atrás. Desemboco en Observatorio. Intento no quedar atrapado entre dos coches. Los atrapados son presas fáciles de los asaltantes: quienes acuden al hospital ABC, ubicado en avenida Observatorio, lo saben. A más de un enfermo —no llevo el cálculo—, le ofrezco Tafil o le convido una copa de tequila. Observatorio y Constituyentes son, en mi lenguaje, calles peligrosas. El equipo de Mancera lo sabe. Ha apostado policías —pobres— en varias esquinas. Ignoro cuántos asaltantes han atrapado. Calculo su récord: entre cero y uno: ¿Por qué arriesgar la vida por otros?

Regreso a casa. No enumero ni baches ni desniveles ni semaforistas ni montones de basura ni coches con llantas ponchadas ni automovilistas pegados al claxon ni el tiempo que tardo en regresar. Regresar, me digo, es suficiente.

Hasta aquí mi crónica. Vivir en el DF de Mancera y de los previos manceras es muy caro. Los servicios —agua, teléfono, luz, pavimento— son tan o más caros que en ciudades cuyo funcionamiento nada tiene que ver con la nuestra y menos con la población no burguesa, cuya realidad es infinitamente más cruda que lo aquí narrado.

Notas insomnes. ¿Debería el gobierno del Distrito Federal remunerar por las llantas ponchadas, por la tala de árboles, por los asaltos, por el tiempo perdido, por las enfermedades asociadas a la contaminación?

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