El presidente de Rusia, Vladimir Putin, acaba de ser confirmado en el poder hasta 2036 en referéndum. Lo que importa más que el resultado esperado, sin embargo, es la consolidación de un modelo cada vez más popular en el mundo.
Después de una semana de votaciones, la Comisión Electoral Central anunció el 1 de julio que 78% de los ciudadanos aprobaron las enmiendas propuestas a la Constitución de 1993 que terminó el sistema soviético de gobierno, incluyendo un límite de dos períodos consecutivos de seis años para el presidente de la Federación Rusa .
Esta disposición aplicará al presidente en el momento en que los cambios entren en vigor, sin tomar en cuenta el número de períodos previos, lo que abre el camino para que Putin , de 67 años, sea candidato otra vez cuando su mandato actual concluya en 2024.
Las enmiendas también incluyen la defensa de la institución del matrimonio, prohíben las uniones del mismo sexo, establecen a la niñez como prioridad de la política interna, hacen obligatoria la protección de la cultura nacional y mencionan a la creencia en dios como un valor fundamental.
El Ejecutivo tendrá la facultad de disolver al Parlamento si rechaza tres veces consecutivas la candidatura de un ministro que haya propuesto. Asimismo, tendrá un mayor papel en el trabajo de las fiscalías y de las cortes Constitucional y Suprema; la reforma fortalece además al Consejo de Estado, actualmente un órgano asesor.
Putin, quien ya ha ejercido el poder como presidente o primer ministro en los últimos 20 años y está en camino de convertirse en el líder más longevo en la historia moderna rusa desde que José Stalin gobernó la Unión Soviética, presentó las reformas en enero. Las mismas avanzaron rápidamente en el Parlamento, controlado por el Kremlin.
La Constitución es la segunda con más tiempo vigente en la historia rusa, después de que los soviéticos promulgaron sus principios fundamentales en 1936. Es producto de la dramática crisis constitucional de 1993 que llevó al país al borde de la guerra civil entre los reformistas encabezados por Boris Yeltsin , predecesor de Putin, y las fuerzas nacionalistas y comunistas del Parlamento.
Aunque su índice de aprobación ha declinado a un punto récord a medida que Rusia batalla con la pandemia de coronavirus, la caída de los precios petroleros y las sanciones económicas occidentales, Putin aún conserva el respaldo de 59% de los rusos, según la mayor firma demoscópica independiente del país, el Centro Levada.
El líder opositor Alexei Navalny fustigó al plebiscito como una táctica para dar a Putin el derecho de ser “presidente vitalicio”. Convocó a boicotear el proceso, pero otras figuras del dividido campo de la oposición promovieron votar en contra de los cambios constitucionales.
Como se esperaba, la Unión Europea y Estados Unidos criticaron el proceso y llamaron a investigar las irregularidades reportadas.
Para los aliados y amigos de Moscú , que van desde el presidente chino Xi Jinping hasta los gobiernos y partidos políticos populistas, autoritarios y nacionalistas en Europa, Asia, África y América Latina—usando la terminología occidental—, la victoria de Putin representa una alternativa a la democracia liberal.
Orden y estabilidad
Ante los recientes acontecimientos en Estados Unidos, donde el tejido social se hunde en divisiones raciales, creciente desigualdad, un sistema bipartidista esclerótico y la errática conducta de Donald Trump, ven en Putin la encarnación de un sistema fuerte y eficaz.
Atrás quedaron los días en que el Sur Global, por ejemplo, reconocía la autoridad moral de los valores y dogmas occidentales. En particular, desde que el orden de posguerra, la Guerra Fría y el periodo neoliberal fueron utilizados por Estados Unidos y sus aliados como plataforma de sus designios neocoloniales.
En su lugar, se inspiran en el éxito de Putin en la recuperación de Rusia , alguna vez atrapada entre la decadencia de Yeltsin durante la era Clinton de la única “nación indispensable” y el “nuevo orden mundial” de Bush proclamado en Irak. Si los críticos señalan las fallas estructurales de la economía rusa, ellos resaltan el potencial de la alianza sino-rusa y de la nueva ruta de la seda.
Los logros de Putin han sido especialmente notorios en la arena global, al restaurar el lugar de Moscú como superpotencia. Primero vino la guerra en Georgia, la ex república soviética donde el Kremlin detuvo las incursiones de la Alianza Atlántica en el Cáucaso, apodado el “vientre blando” de Rusia.
En la vecina Chechenia, Putin asestó un duro golpe a los separatistas islámicos que habían humillado al ejército ruso, al retomar la capital regional de Grozny en 2000.
Mientras que Putin resultó nombrado por Forbes como el hombre más poderoso del mundo en 2013, su prueba de fuego fue la disputa por el control de Ucrania. El nuevo régimen pro occidental instalado en Kiev tras una “revolución de color” obstaculizó el proyecto de la Unión Económica Eurasiática (UEE) lanzado un año después, pero la estratégica península de Crimea en el Mar Negro fue anexada por Moscú.
Por su lado, las provincias rusoparlantes de Donetsk y Lugansk declararon su lealtad al Kremlin. Hoy, una guerra de baja intensidad prosigue en ambas, simbolizando la nueva confrontación bipolar.
No es de sorprender que el proyecto de la UEE fuera considerado un intento de recrear a la Unión Soviética por Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado. Después de todo, Putin calificó su colapso como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”. Por lo tanto, afirmó Clinton, “tratamos de pensar en formas efectivas de frenarla o evitarla”.
La necesidad de Moscú de sofocar el movimiento islamista en el Cáucaso y Asia Central jugó un importante papel en la decisión de intervenir en Siria hace cinco años. La acción militar no sólo salvó al régimen de Bashar el Assad; catapultó asimismo una creciente presencia rusa en Oriente Medio y el conflicto libio, desplazando a Washington y Bruselas.
Menos conocida es la fuerza ideológica detrás de las políticas de Putin que le permitieron consolidar su poder, en paralelo a la eliminación de rivales internos como los oligarcas Mijaíl Jodorkovsky y Boris Berezovsky.
Ya en 2013, el blog The vineyard of the saker enfatizó que “desde su elección [2010], Putin expresó muchas veces la necesidad de una resoberanización de Rusia”. La amenaza de bases de la OTAN en Ucrania, aseguró, “lo ha obligado a revelar el verdadero objetivo final de su agenda: la resoberanización del planeta entero”.
El punto sin retorno para el líder del Kremlin , explicó, se alcanzó cuando Estados Unidos y sus aliados tergiversaron las decisiones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre la crisis libia, a fin de derrocar a Muammar Gaddafi. La rebelión siria estalló entonces; por primera vez desde 1945 Washington había decidido impulsar otro “cambio de régimen” y fue detenido por una potencia externa.
Añadió que las metas principales de esta estrategia son la separación de Estados Unidos y Europa; obligar a Estados Unidos a reconocer que carece de la fuerza para imponer operaciones de “cambio de régimen”; alentar a China y otras potencias asiáticas a defender la legalidad internacional con Rusia ; reemplazar gradualmente al dólar y crear las condiciones para que América Latina y África rompan la hegemonía estadounidense.
En el mismo sentido, proponer otro modelo de civilización, al desafiar “el orden económico liberal y capitalista encarnado en el Consenso de Washington y sustituirlo con un modelo de solidaridad internacional y social”.
De acuerdo con Paul Pryce, investigador del Instituto Letón de Asuntos Internacionales, el establecimiento de la UEE reflejó un vuelco en la política identitaria rusa hacia el eurasianismo neoclásico.
Pryce subraya la influencia en su concepción de Vladislav Surkov y Sergei Karaganov. Surkov desarrolló la idea de “democracia soberana” y fungió como vicesecretario del gabinete en las administraciones presidenciales de Putin y Dmitri Medvedev entre 2000 y 2011.
Por su parte, Karaganov es el artífice de la Política Compatriotas para la protección de las minorías étnicas rusas en la ex Unión Soviética . Fue estrecho colaborador del desaparecido Yevgeny Primakov, primer ministro ruso en 1998-1999 y trabajó como asesor presidencial de Yeltsin y Putin.
Los orígenes del eurasianismo se remontan a la respuesta de los intelectuales y las elites políticas rusas al surgimiento del panturquismo en el Imperio Otomano durante el siglo 19. Los eurasianistas vieron inicialmente a la revolución bolchevique como consecuencia de la europeización, pero después la adoptaron como una forma del comunismo nacional y un rompimiento con Occidente.
Siguiendo la teoría del Corazón de la Tierra delineada por Sir Halford Mackinder, el príncipe Nikolai Trubetzkoy y Nikolai Berdiaev interpretaron a Rusia como una civilización por sí misma equiparable a Europa o la “civilización atlántica” en su conjunto, más que a Estados como Francia o Alemania.
El eurasianismo clásico , no obstante, desapareció en la era estalinista. En los primeros años posteriores a la Unión Soviética, se le consideraba una doctrina derechista hasta que fue rescatado por Iván Demidov, jefe de la sección ideológica del partido gobernante Rusia Unida con el apoyo, si bien no explícito, de Surkov y Karaganov.
El eurasianismo clásico, concluye Pryce, pretendía mantener unida a Rusia mientras que el eurasianismo neoclásico busca evitar su fragmentación por los movimientos secesionistas en sus territorios de Asia Central “y una falta de confianza pública en las instituciones occidentales”.
Editado por Sofía Danis
Más artículos de Gabriel Moyssen