Desde hace 42 años, Toribio sale de su casa con su carrito de paletas y helados, entre 8:00 y 9:00 de la mañana, para arribar a la tercera sección de Tlatelolco antes del mediodía e iniciar su venta; hoy no fue así: llegó tarde porque primero pasó a votar.
“Vengo desde Los Reyes La Paz, en el Estado de México; entonces, me fui a formar tempranito, cuando apenas estaban acomodando las casillas, y voté antes de llegar a Tlatelolco. Yo ya voy de salida, pero hay que dejarle un mejor país a los jóvenes”, dice a EL UNIVERSAL.
Detrás de su carrito de helados, el hombre de 74 años cuenta que desde que cumplió la mayoría de edad no ha dejado de ejercer su derecho al voto, puesto que considera que es la única manera de que haya democracia.
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“Mis nietos y bisnietos dicen que no sirve de nada, que no hay a quién irle... A lo mejor sí, pero también es nuestro derecho votar, hacer el cambio; si no, luego nomás nos quejamos, ya si no queda el que uno quiere, pues uno ya votó”.
Marcado por las anécdotas que le contaron sus abuelos acerca de la Revolución Mexicana, Toribio asegura que emitir el voto es muy importante.
“Hay que defender lo que uno cree, lo que uno quiere. En Los Reyes voté para que cambie la presidencia municipal, porque estamos cansados de que siempre sean los mismos.
“Si no votamos, al rato nos dicen muy campantes que ya quedó de nuevo el mismo y cómo nos defendemos. A mis abuelos les tocó pelear contra Porfirio [Díaz]; si uno no quiere que eso se repita, sólo nos queda votar”.
A los 21 años, en 1968, el mexiquense fue testigo de la violencia ejercida por parte del Estado hacia el movimiento estudiantil, entonces no era comerciante, sino office boy.
Aunque sólo cursó hasta sexto de primaria, sentía empatía por los jóvenes y los acompañó en la marcha del silencio.
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“Por el trabajo no pude ir al mitin que convocaron en la explanada de las Tres Culturas... ¡de la que me salvé!, me dio mucho coraje y me hice muy político. Por falta de recursos no terminé mis estudios, pero leía mucho el periódico, me gusta ver las noticias. De lo poco que aprendí en el 68 fue que no debemos quedarnos callados, por eso hay que votar; si cuenta o no, no importa, para mí sí hace el cambio”.
Ubicado en un parque, a un costado de una casilla electoral, el comerciante se dice extrañado de que a la comunidad no le importe votar, en particular a los más jóvenes.
“Tengo 12 nietos y dos bisnietos que ya pueden votar, sabe cuántos votaron, ni uno, y a mis clientes, la gentecita que me viene a comprar, les pregunto y sólo se ríen, dicen que pa’ qué, pues por eso estamos como estamos, y con quién nos quejamos, pues con nadie”, menciona.
Toribio admite que ha votado por candidatos que una vez que llegan a un puesto de poder se olvidan de las promesas de campaña. Aunque se dice decepcionado, eso no ha impedido que salga a votar cada que debe hacerlo.
“Uy, promesas y promesas que uno escucha por años. En el 88 no cabíamos de coraje, en el 2000 quesque votamos por el cambio y mire cómo nos jodieron. Yo siempre he sido comerciante, cuando vi que no crecía en las empresas mejor me hice de carritos de paletas, me gusta porque conozco mucha gente y uno escucha tantas cosas. Aun así, no me quitan las ganas de votar”.
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Esta es la primera vez que Toribio no presume su pulgar porque la tinta que le pusieron después de votar no se percibe. “A lo mejor es de lo tostado que está uno, pero yo estoy tranquilo porque voté, a ver cómo nos va”.
Al llegar a la tercera sección de Tlatelolco para vender sus helados y ante la negativa de sus clientes de votar, el comerciante pensó en ofrecer productos gratis si le enseñaban su dedo como muestra de haber votado; después se arrepintió, porque considera que el sufragio debe ser por convicción y no obligado.