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A las viejas dolencias de la región, entre las que destacan su propensión a expulsar gente que busca mejorar su vida en otros países y la demencial violencia criminal que nos coloca como la región con más homicidios del mundo, se une un nuevo y peligroso mal, que es el de la facundia generalizada. Lo que parecía Cuba y Venezuela, que era esta especie de superioridad moral para hablar de la política de los demás, se está convirtiendo en una peligrosa constante.
Hoy tenemos una generación de presidentes con la boca más floja de los últimos años que ha provocado más conflictos diplomáticos de los que una región con tan frágiles mecanismos regionales puede procesar. Hemos deslegitimado a la Organización de Estados Americanos (OEA), hemos vapuleado al sistema iberoamericano y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) es un club de amigos que le resulta cada vez menos atractivo a los socios. AMLO puede competir con decoro en este certamen. Ya se ha metido en la política colombiana, peruana, panameña y ecuatoriana como si fuesen entidades federativas y no países soberanos. Hay otros que se esmeran por ganarle, como el presidente argentino Javier Milei, quien ha ido coleccionando protestas por su ánimo de meterse en los asuntos de los demás, con desparpajo y enorme imprudencia. Y otros presidentes como el salvadoreño y el preocupantemente arrogante mandatario ecuatoriano, que pueden hacer lo que les da la gana, y además gritarlo a voz en cuello, porque saben que sus electorados los aplauden.
En América Latina no corren buenos tiempos para la política clásica y mucho menos para la construcción de discursos edificantes. Son tiempos de incondicionales, de porras sonoras que jalean a su líder, aunque vaya y se meta en Madrid donde no lo llaman, como fue el caso de Milei, que regresó a Argentina a rugir en un concierto para que le aplaudieran las masas servirles; y el presidente Noboa, que se da el lujo de invadir la Embajada de México y después andar por el mundo con la arrogancia de un perdonavidas.
En tiempos de política líquida y de desestructuración de los partidos políticos, estos liderazgos incontenibles que sólo se responden a ellos mismos, le dan un tono más cercano a la tribuna de un estadio donde ha corrido mucha cerveza, que a un debate racional sobre el futuro de sus países y la región. En efecto, en América Latina corren buenos tiempos para los Milei, para los Bukele y para los López Obrador.
Leonardo Curzio. Doctor en Historia, analista y periodista