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Del pintor mexicano Julián Ceballos Casco se dicen muchas cosas entre la gente del barrio bravo de Tepito, de donde es oriundo. Se cuenta que era un ermitaño mujeriego, erudito de la historia universal, estudioso del arte y poseedor de un gran talento que sólo se comparaba con su explosivo carácter.
Su obra se distingue fácilmente por la violencia explícita en su pintura por ejemplo, la serie titulada “Diálogos con la muerte”, él pinta situaciones en las que desea terminar con su vida, como puede ser decapitado, quemado, electrocutado o crucificado.
Plasmó también mucho del dolor emocional y físico con el que vivió; sus amoríos imposibles y su culto a la Santa Muerte. En vida se reveló contra la conservadora tradición católica pintando a personajes como la Virgen de Guadalupe o el arcángel Gabriel como seres endemoniados.
Sus amigos lo recuerdan como alguien inconforme con la vida pero que la gozaba a su manera. También dicen que era muy selectivo con quien convivía y que pasaba largos periodos de soledad si no encontraba a alguien interesante para hablar.
Actualmente una parte representativa de su obra se expone en la sala superior del Centro Cultural del México Contemporáneo, ubicado en el barrio de Santo Domingo. Las pinturas que ahí se exhiben son un testimonio del dolor con el que Julián Ceballos vivió la mayor parte de su existencia, misma que terminó en octubre de 2011.
Esta exposición fue organizada por los miembros del colectivo cultural Tepito Arte Acá, del cual el maestro Ceballos fue miembro fundador en su juventud, junto con más artistas del barrio bravo.
Para entender con mayor claridad el trabajo de este pintor chilango no está de más conocer un poco de su historia y sus andanzas en el barrio a través del recuerdo de su familia y los pocos amigos que tuvieron el privilegio de formar parte de su círculo cercano.
Casco el ermitaño
Julián, o simplemente Casco como todos lo llamaban, nació, creció y murió en una pequeña vecindad de Tepito. Se dedicaba a restaurar pinturas en el tianguis de antigüedades de la Lagunilla, ese fue el único empleo que tuvo y según recuerda su hija Paula, no necesitaba más. Ganaba lo suficiente como para mantener a su familia de manera modesta y complacer sus gustos, que ella veía inusuales para una persona del barrio.
“Creo que ahora me doy cuenta de que mi papá se sentía español, comía chapatas, jamón serrano, aceitunas. Escuchaba música clásica y leía mucho, tenía muchos libros. Cuando se enojaba gritaba: ¡Me cago en la ostia! ¡La puta que te parió!”.
Y es que en su juventud Casco se encontró con un pintor catalán que arribó a México en 1939, este ilustrado hombre era un antifranquista llamado Paco Camps Ribera y fue él quien inculcó a Julián los conocimientos para mejorar sus técnicas con los pinceles, así como una que otra maña española.
En el distanciamiento social al que él mismo se sometió Casco hizo de su casa un refugio en donde pocos eran bien recibidos :”si alguien tocaba su puerta gritaba ¡sacate a la chingada! y no abría aunque te viera parado afuera”, dice Virgilio Carrillo, uno sus amigos más cercanos.
“Las únicas maneras para que abriera la puerta es que fueras interesante, un buen conversador. No le gustaba perder el tiempo con gente que aburrida. Pero si eran mujeres dejaba entrar a cualquiera”, añade Carrillo.
Aquellos que entraron a su casa recuerdan el fuerte olor a barniz y mota, las paredes de color rojo y cientos de libros y cuadros regados en todos lados, también dicen que a pesar de todo su mal humor era buen anfitrión y hasta cocinaba para sus visitas.
Entre las anécdotas que Virgilio puede contar de su amistad con Casco destaca la ocasión en que entró por primera vez a la casa del artista:
“Él estaba restaurando un Cabrera, una obra de la época colonial. Lo tenía en el piso y me dijo que caminara sobre ella y lo hice. Después él la restauró y me pidió que le escupiera a la pintura, el decía que eso era echarle la magia, luego le sopló las cenizas de un cigarro y con eso le dio los últimos toques al cuadro. Era muy egocéntrico pues sabía que tenía el talento y te lo presumía”.
Casco el artista
La obra de Julián Ceballos es incómoda para muchas personas, incluso Paula afirma que el trabajo de su padre le daba miedo y la ponía nerviosa: “Yo creía que mi papá estaba loco, no sabía porque él hacía esas cosas, de niña yo pensaba que eran feas, pero ahora puedo decir que lo entiendo un poco, el sentía dolor, desde chico sufrió mucho”.
Paula considera que mucha de la tragedia que caracteriza la obra de Casco fue provocada por la madre del pintor, quien nunca estuvo de acuerdo con la vocación que Julián quería seguir desde niño, muchas veces le llegó a romper sus dibujos y a gritarle que nadie vivía del arte.
Con el paso del tiempo y como un conocedor de los cánones de diferentes etapas en la historia del arte Casco desarrolló un estilo tétrico para sus obras, las cuales se caracterizan por el uso de colores fuertes, como el rojo, el negro y el azul rey. Destaca también el uso de tonos opacos que solía usar para crear ambientes nostálgicos para sus retratos y pinturas de interiores.
Temas como el dolor, el culto a la Santa Muerte, el barrio, la familia y la sátira social son base del trabajo de Julián, además de las pinturas inspiradas en el arte sacro con el añadido de incluir temáticas demoníacas a figuras religiosas y un gran número de autorretratos.
“Él era muy vanidoso, siempre se pintó más galán y joven de lo que era. En sus retratos lo vemos sufriendo y atormentado porque en su edad avanzada tenía mucho dolor físico y estaba perdiendo la visión de un ojo. Él decía que estaba pagando por todas las chingaderas que hizo en la vida”, explica Susana Meza quien es la actual directora de Tepito Arte Acá y una de las organizadoras de la exposición.
En los años que Julián se mantuvo activo realizó más de un centenar de obras originales, aunque sus familiares y amigos coinciden en que una parte importante de su trabajo no se encuentra en condiciones de exponerse debido a que él solía destruir aquellas pinturas que no le gustaban.
“En ocasiones cuando no le gustaba el resultado de una pintura se enojaba y agarraba un cuchillo y rasgaba el lienzo ya terminado. Lo llegamos a detener en algunas ocasiones y él soltaba mentadas porque se exigía mucho de sí mismo. Hay cuadros que no conseguimos rescatar completamente pero siguen guardados como testimonio de su trabajo”.
“Ceballos era muy mujeriego, pero fue con su última novia con la que más se obsesionó, se llamaba Laura, era una gringa loca, hija de inmigrantes mexicanos. Anduvieron por un rato, después se regresó a Nueva York y nunca más supimos de ella, pero él la pintó de muchas maneras”, añade Susana.
Casco el “Acá”
De las vecindades de la Lagunilla y la Morelos surgió una generación de artistas que en la década de los 70 alzaron la mano para mostrarle al mundo cómo es la vida en las marginadas calles del barrio de Tepito a través de la pintura, la narrativa, el teatro y la música.
Personajes como Daniel Manrique, Armando Ramírez, Virgilio Carrillo y por supuesto Julián Ceballos , crearon el colectivo Tepito Arte Acá, el cual se ha mantenido activo durante los últimos 40 años con el propósito de acabar con la violencia del barrio a través de la enseñanza y la recreación cultural.
Casco y Daniel Manrique eran los pintores de más alto calibre dentro del grupo y aunque convivieron por muchos años nunca se llevaron bien. Virgilio Carrillo explica que el ego de ambos artistas desembocó en constantes peleas.
“Manrique hacia su obra muy pública, él pintaba murales y la de Casco rebosa en un desarrollo muy interno, los dos se despreciaban, no se soportaban y no se hablaban. Hay un retrato de Casco que Daniel pintó y no sé porqué lo hizo pero su hija todavía lo conserva en su casa”.
No pasó mucho tiempo para que Casco decidiera seguir su camino separado del colectivo, sin embargo él siempre se sintió parte del movimiento que ayudó a crear y en todas sus pinturas firmaba como “Acá Casco” , como recordatorio de ello.
El escritor Armando Ramírez fue uno de las pocas personas que Casco admiraba y respetaba dentro del grupo del Arte-Acá. Entre los textos que ha publicado Ramírez existen algunos que hablan de las rarezas que Julián solía tener:
Iba tejiendo su universo plástico, iba domesticando su vocación iconoclasta y la imaginación en el uso de los materiales, lo mismo usaba la resina de la mary jane que el aceite de oliva, la saliva y las mezcla de los tubos de pintura que los exprimía hasta la sequedad, usaba el pincel pero también la brocha, las cucharas de la cocina, sus uñas, o las pistolas de pelo de las mujeres que lo visitaban, etc.
Entre las manías que la gente del barrio recuerda de Julián destaca una en particular: no le gustaba vender sus pinturas. Si alguien quería adquirir una de sus obras los mandaba al diablo, si estaba de buen humor podía regalarlas, pero eran muy raras esas ocasiones.
Así era Casco, un hombre muy extraño y un artista aun más. La exposición que rememora su trabajo es una oportunidad de conocer la belleza de vivir atormentado por el dolor y también es una manera de adentrarse al arte tepiteño, que ocupa un lugar importante de la identidad cultural de la Ciudad de México.
Si dentro del grupo de pintores del movimiento del Arte de las décadas de los años setenta del siglo XX hubo un pintor que elaboraba lenguajes plásticos, con las texturas, los colores, los temas y la visión y esencia del barrio ese se llama Julián Ceballos Casco, pintor de genio y figura, gran artista neto del barrio, Armando Ramírez.