Armando Picazo Rivas solía delinearse los ojos y pintarse las uñas a sus 15 años; su pasión por la música gótica también lo hacía utilizar atuendos oscuros que lo distinguían del resto de las personas. Sin embargo, víctima de un torbellino de críticas, el ahora estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México renunció a su estilo y al uso de cosméticos.
Su familia, amigos y novias entraron en conflicto con él y el insulto más común hacia su persona, señala, era desestimar su orientación sexual: “¿Eres gay?, me decían. Tuve problemas con tres de mis novias, con comentarios que aludían a mi forma de vestir. Lo último que soporté fue que una de ellas me entregara un frasco de acetona para despintar mis uñas”.
Un hombre no llora, no expresa sus sentimientos, es el sexo fuerte, debe tener más de una mujer, debe trabajar para mantener a su familia y no quedarse en casa; todas estas son algunas de las características con las que se identificaba a los varones hasta el siglo pasado, según expertos consultados por El Universal. Sin embargo, y aunque desde su punto de vista esa idea ha cambiado, quedan residuos que impiden, quedan residuos que impiden a un hombre alejarse de todos esos estigmas sin ser el centro de burlas y críticas. Con Armando, esos residuos se activaron: cuando se pintó el rostro y uñas perdió su virilidad ante los demás.
“Como hombre también todo el tiempo te enfrentas al machismo si no te comportas como se supone debería hacerlo un varón, y a veces hasta tienes que comportarte como la mayoría para evitar conflictos severos. ¿Por qué un hombre no podría tener derecho a llorar, cocinar, lavar, hacer el mandado, cuidar niños y hacer tareas domésticas sin que desestimen su orientación sexual?”, dice Armando.
El Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México aún no tiene en cuenta entre los tipos de racismo el rechazo al que se enfrentó Armando. El más aproximado a su experiencia es la discriminación por la forma de vestir, que ocupa la posición 11 entre las más comunes.
En el círculo académico mexicano, uno de los más vanguardistas de América Latina en cuanto a los estudios del hombre desde la perspectiva de género, han denominado nuevas masculinades a las formas contemporáneas en las que un varón puede actuar y expresarse. El cambio empezó desde la década de los 60, dicen los especialistas, cuando el feminismo avanzaba y algunos de ellos también sintieron la necesidad de dar un giro a su vida.
Alejandra Salguero Velázquez, psicóloga de la UNAM, explica que la diferencia entre las nuevas masculinidades y la tradicional —con la que se identificaba a los hombres antes— se da en el ámbito privado: ahora los varones tienen la oportunidad de pasar más tiempo en casa haciendo labores domésticas y cuidando niños. “No quiere decir que eso antes no existía, también había hombres comprometidos, pero es más común verlo en el siglo XXI”, dice.
“Ellos mismos en su vida cotidiana han ido haciendo ajustes y cambios. Se resisten a dedicar toda su vida al trabajo y ser los principales proveedores económicos de su casa. En cambio, desean establecer relaciones más cercanas con su familia y parejas”, explica la psicóloga.
Armando Picazo encontró la solución al rechazo del que fue víctima en el pasado cuando empatizó con gente que comparte sus intereses y con la que puede platicar abiertamente de cualquier tema. El estudiante se desarrolla en ambientes donde se acepta e incluso se aplaude que el hombre llore, cocine, lave, haga el mandado y asuma un rol pasivo con su novia cuando la situación lo amerite.
La clave de la relación que mantiene con su novia, asegura, es el ambiente de equidad y respeto hacia las libertades del otro. Esta dinámica ha incluido repartición de gastos y labores domésticas, así como beneficios en lo sexual y social; no siente pena en pedir nada a su pareja y no tiene la necesidad de reproducir estereotipos machistas.
Este cambio en las formas de ser hombre no sólo está presente en México. En el resto de América Latina también se ha desarrollado, posicionando a países como Chile y Argentina como algunos de los que más avances en ese estudio han tenido. Francisco Aguayo, director de Cultura Salud, organización chilena que organiza coloquios sobre el tema a nivel continental, apunta que la masculinidad tradicional sigue siendo tan tóxica que aun ahora rechaza otras maneras de ser varón.
“Como organización es muy difícil llegar a esos hombres que tienen impregnado el machismo y convencerlos de que afuera hay más opciones de ser hombre. Que vivir su vida privada, hacer tareas domésticas o cuidar a sus hijos no es sinónimo de ser homosexual. A pesar de que ha sido difícil, hay avances”, dijo en entrevista Aguayo.
Y en México , si bien los especialistas aseguran esa masculinidad tradicional sigue vigente, algunos datos arrojan que eso ha empezado a cambiar poco a poco. Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2014, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), los hombres dedican un promedio de 9.7 horas a la semana a realizar labores domésticas.
Además, la Encuesta Intercensal 2015 de la misma institución calcula que un hombre dedica 34 horas a la semana al cuidado de integrantes del hogar, entre los que destacan niños de 0 a 14 años, adultos mayores de 60 años y personas enfermas.
Armando aceptó el reto de no ser un macho en México, pero como él, muchos más han empezado a revelarse contra los viejos estigmas de cómo debe ser un hombre con una sola intención: mejorar su calidad de vida y la de quienes los rodean.