San Lucas Ojitlán, Oax.— En medio de la lluvia dos filas de niños chinantecos y mazatecos hacen percusión frente a la Parroquia de San Lucas, una iglesia antigua construida en el Cerro de Oro, en un pueblo indígena ubicado en el borde de las presas del norte de Oaxaca.
Las niñas visten huipiles con árboles de la vida y águilas bicéfalas, van ataviadas con collares de colores y el pelo trenzado con cintas de seda. A su lado, los niños tienen camisas y pantalones blancos; agitan levemente mazas de arce para sacarle sonido a dos marimbas viejas y pesadas.
Tocan en la plaza principal el himno oaxaqueño: Dios nunca muere.
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El atrio es el lugar de un concierto rodeado de madres sonrientes que abren sus paraguas para cubrirse de la llovizna, mientra el sonido de la marimba hace eco en el agua y el cerro, su sonido envuelve las paredes de casas viejas y húmedas.
Abajo en los muelles del río se detienen tripulantes de barcas para oír los cantos, las congas, la batería eléctrica, el murmullo de niños sonriendo mientras tocan, las voces corales que recitan poemas en su lengua materna.
Los pequeños músicos forman parte de la marimba infantil municipal, integrada por 17 niños, el menor de ocho años y la mayor de 14. Se unieron a practicar hace dos años sin saber realmente el impacto que sería esto en sus vidas y en el pueblo. La mayoría de ellos nunca había salido de Ojitlán, hasta que el año pasado se presentaron en la Guelaguetza, por primera vez, un sueño que quieren volver a vivir, regresar al Cerro del Fortín a tocar la marimba.
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Un pueblo de músicos
El precursor de la idea de la marimba infantil fue Joel Narciso Montaño, un músico ojiteco que ha dado clases en escuelas rurales. Antes de tocar la marimba aprendió guitarra, pues para él el valor de la música en el grupo tiene que ver con la conexión que puede crearse entre las nuevas y anteriores generaciones, dice a EL UNIVERSAL.
“Ojitlán era un pueblo de músicos, la modernidad nos quitó un poco de eso, por eso creo que a los niños se les facilita, ya lo traen”, comenta, al señalar que su trabajo además de enseñarles a usar los instrumentos, también ha sido conectar con su memoria, casi todos los niños tienen familiares que saben algo de solfeo, abuelos que bailaron fandangos a la orilla del río, que tocaban marimba e instrumentos musicales que llegaron por el Sotavento.
Reconoce que el mayor reto ha sido obtener los instrumentos y un lugar para ensayar. Las marimbas tienen más de 10 años, estuvieron guardadas y fueron restauradas. A los tablones se le notan los remiendos. Los niños deben tocar apretados y esperar turnos, pues dos marimbas alcanzan únicamente para que toquen seis de ellos, por lo que la mayoría debe esperar turno en los ensayos y en los conciertos.
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40 años de marimba y danzón
Ojitlán es un pueblo en la cima de las dos presas hidroeléctricas más grandes del sureste de México: las presas Miguel de la Madrid y Miguel Alemán. Ambos megaproyectos bordean sus cerros, es un enclave donde inicia la frontera imaginaria con la Sierra de Flores Magón y la tierra de los hechiceros de Huautla de Jiménez.
El pueblo habitado en medio de los cerros se encuentra a 275 kilómetros de la ciudad de Oaxaca y tiene una cabecera municipal de poco más de 19 mil habitantes, 80% de ellos hablan chinanteco. A nivel local hay una fuerte influencia afromestiza y una conexión comunitaria: la marimba es uno de los rastros más evidentes, a diferencia de otros pueblos oaxaqueños indígenas, en Ojitlán se oye música de percusión más que la música de viento.
“En la región de la Chinantla, las primeras marimbas que se pudieron ver y escuchar fueron las de la ciudad de Tuxtepec, y tuvieron su momento de gloria de 1950 a 1980”, dice Simón Castañeda, ejecutante de este instrumento desde hace décadas.
De acuerdo con XEOJN La Voz de Chinantla, una radio comunitaria en el municipio, la marimba fue desplazada por lo comercial, pero hubo una época que estuvo presente en todas las fiestas patronales, familiares y sociales en las que se bailaba al compás del danzón.
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Financiada por las madres
A Aby, de 12 años, lo que más le gusta tocar es el danzón Nereidas. Es la música que la ha salvado un poco de la soledad en el pueblo. Su familia tiene una historia de migración a Estados Unidos y ella ha tenido que enfrentarlo al lado de su madre y su hermano pequeño.
Su experiencia más importante fue cuando en 2023 viajó a la Guelaguetza. La aventura de su vida fue ir primero a Tuxtepec, después cruzar la Sierra Juárez en un camión especial y en la capital oaxaqueña visitar lugares que no imaginaba que existían. Le gusta participar con la marimba en los festivales de días de las madres y viajar con sus compañeros por la región, aprender que hay mundos distintos.
El proyecto de la marimba infantil tiene el apoyo del municipio, ellos facilitan los vestuarios y parte de los traslados a donde representan a la comunidad chinanteca del Alto Papaloapan, indica el profesor Joel Narciso. Sin embargo, la mayoría de las necesidades del grupo es por cuenta de los padres de familia.
Señala que solicitaron apoyo desde hace años a la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca (Seculta) para que el proyecto no se olvide, pero no tuvieron respuesta. Les prometieron incluirlos dentro de un programa llamado La Ruta de la Jarana en la Cuenca del Papaloapan en mayo de 2023, junto a otras expresiones artísticas de Loma Bonita, San Pedro Ixcatlán, Valle Nacional, Jalapa de Díaz, San Juan Guichicovi, Santiago Jocotepec, Cosolapa, Acatlán de Pérez Figueroa, pero no volvieron a saber nada sobre el tema, lamenta el profesor.
Joel Narciso evita hacer críticas a la falta de apoyos, es un hombre optimista que sostiene que las comunidades saben arreglarse entre ellas para organizarse. Aunque hay un dejo de desilusión compartida con las madres de los niños. En 2023 acompañaron al club de danza oficial Tierra de Ojites, en la Guelaguetza, y ni con esa presentación exitosa y aplaudida han podido tener marimbas nuevas o instrumentos en condiciones óptimas.
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La Guelaguetza está por venir
Se juntan los niños bajo el techo de un mural que está frente al palacio municipal donde la imagen es un viejo músico de marimba emergiendo de flores. Unos se guarecen de la llovizna un poco, mientras los mayores guardan los instrumentos en una oficina pequeña unas calles abajo.
Los niños cargan los maderos de los instrumentos reparados en medio de la lluvia, dicen que por la mañana volverán para ensayar en un salón de juntas improvisado, entonces no habrá truenos, limpiarán el bajo, el plato de tonos, la barra de láminas, los clavijeros, porque la Guelaguetza está por venir.