La capital de Cuba está de aniversario. Cumple 500 años y lo hace atrapada en el tiempo en el que se congelaron sus edificios y coches, en la celebración de la mezcla de pieles y culturas y en el ritmo de la salsa, a veces acallado por el reguetón . Festejemos el cumpleaños de la ciudad recorriendo sus calles y algunos de sus lugares más icónicos.
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“Vamos a caminar, se está poniendo el sol y La Habana se muda al malecón”, reza la canción del trovador Ireno García. No son los únicos versos dedicados a una ciudad donde cierta decadencia se convierte en poesía. Con sus claros y sus sombras, La Habana lleva 500 años enamorando a quienes la visitan.
La Habana de ayer
Diego Velázquez de Cuéllar, en nombre de los Reyes de España, estableció su tercer y definitivo asentamiento en La Habana en 1519, tomada como fecha oficial de la fundación de la ciudad.
Según el portal oficial de turismo de Cuba, la ciudad sufrió varias embestidas de piratas y corsarios franceses durante la primera mitad del siglo XVI. Fue por eso que la Corona Española decidió blindar la bahía y los puntos estratégicos de la ciudad con diversas construcciones de las que algunas aún se conservan.
Durante el siglo XVII, por la omnipotente fuerza del catolicismo traída por los colonizadores, templos, ermitas y residencias religiosas proliferaron en La Habana moldeando su arquitectura.
Un siglo después, los británicos se hicieron con el control de la ciudad y, tras 11 meses, la devolvieron a los españoles, a cambio de la Florida.
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Durante los siglos XVIII y XIX, La Habana era una ciudad de referencia, floreciente… Se construyeron una red de ferrocarril y puntos de encuentro culturales como El Liceo Artístico y Literario y el Teatro Coliseo.
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Bajo la influencia estadounidense en el siglo XX, “la ciudad creció y se enriqueció con numerosos edificios de los años treinta; se levantaron suntuosos hoteles, casinos y clubes nocturnos”, dice el sitio oficial de turismo de La Habana . A mediados de siglo, la Revolución acabó con el régimen de Batista y el control estadounidense.
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Todas las gentes que pasaron por esta capital caribeña dejaron tras de sí un rastro: desde los europeos, los esclavos traficados desde África, los indios taínos y chinos, a los corsarios y piratas. La Habana es música, sabor, identidad y luz. La Habana es muchas Habanas en una.
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Eusebio Leal, historiador centrado en la ciudad, dijo de ella que es un estado de ánimo: “cuando uno llega a La Habana , siente que algo le seduce, le atrae, le atrapa; no deja indiferente a nadie. A veces está cubierta por un velo de decadencia. Pero cuando rompes el velo aparece el esplendor de su urbanismo”.
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Un día en La Habana
La urbe vibra entre la historia de su centro histórico, una gran oferta cultural y el latir del malecón. Se camina serpenteando entre el pasado y el futuro y no hay una única manera de recorrerla.
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Para acercarse a los primeros años de la ciudad, los viajeros deben conocer la muralla, más bien el fragmento que queda de ella, que la defendía de invasores. Su construcción terminó en el siglo XVII y tenía casi cinco mil metros de largo, metro y medio de ancho y 10 de alto.
Perderse por las calles de La Habana Vieja siempre es una buena idea. Parte de esta zona ha sido rehabilitada en los últimos años y, aunque la presencia de turistas es más alta que en otros lugares, su belleza es incomparable. Algunas paradas obligatorias en el barrio son: la farmacia Taquechel, la Casa de la Obra Pía o el callejón de los Peluqueros.
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Para salir de los cauces turísticos, el barrio de Playa y Habana Centro son las apuestas. En sus calles se respira vida habanera con diferentes cafés y bares para disfrutar de lo auténtico.
Para comer, los Nardos es un restaurante muy conocido y frecuentado por turistas y locales, aunque a veces la proporción no es equilibrada. Encontrarlo es fácil: en las escaleras del Capitolio se ve una cola larga de gente esperando acceder a un edificio verde. Es ahí.
El museo de la Revolución es una oda a la resistencia de Cuba frente a Estados Unidos. En él habitan objetos y documentos que atestiguan los años de guerrilla de Castro. Para los que más se interesen por la etapa revolucionaria del país, la visita a la Plaza de La Revolución es obligatoria. Allí se contempla la silueta de Ernesto “Che” Guevara, sobre la fachada del Ministerio del Interior.
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Cuando va cayendo el sol, el malecón es un lugar especial, a la vera del mar, con una buena botella de ron y con el murmullo de los locales de fondo.
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A las nueve en punto, hay otra cita histórica y curiosa: “el cañonazo”. En la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, a esa hora se dispara un cañón. En la época colonial, a la que se remonta esta tradición, se anunciaba así el cierre de las puertas de la muralla.
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Y con la noche ya encima, las opciones para cenar son numerosas. En el restaurante Café Laurent, por ejemplo, se pueden degustar algunos de los platos más típicos de la gastronomía cubana. Para disfrutar de la música local, un nombre entre muchos: el Salón Rosado Benny Moré, con música en vivo.
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Hay muchas maneras de conocer la ciudad y disfrutar de la huella que han dejado en ella 500 años de historia, música y cultura. Y todas ellas válidas. El tiempo nunca es perdido por las calles de La Habana .