La cárcel de Lecumberri albergó a cientos de prisioneros durante 76 años, antes de convertirse en el Archivo General de la Nación. Sus pasillos, paredes y rejas cuentan muchísimas historias, una de ellas es la de Jacinto, el preso que espera todos los viernes a su esposa.
Si no haz escuchado esta leyenda, aquí te contamos a detalle.
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Esta historia comienza con Juan, empleado de limpieza de Lecumberri. En todos sus años laborando en este lugar, nunca le había pasado nada extraño, hasta que un viernes en la noche escuchó un gran suspiro: se encontró en la recepción con un hombre llamado Jacinto, quien le preguntó si alguien había llegado a verlo.
Al ver esto, Juan se asustó demasiado ya que nadie podía entrar al edificio de Lecumberri, mucho menos a esas horas.
“¿Quién es usted y cómo entró aquí?”
Jacinto, con voz triste y apagada le respondió:
-“Otra vez no vino, ¿verdad?”
-“¿No vino, quién?”, preguntó Juan
-“Amelia. No vino. ¿Usted no la vio?”
-“¿Quién es Amelia?, ¿trabaja aquí?”
-“Amelia es mi esposa”.
-“¿Por qué está usted aquí a estar horas?”
Conforme pasaban los minutos, Juan le fue perdiendo el miedo a Jacinto, pensando que, probablemente, era un indigente que logró burlar a los guardias para poder entrar al edificio. Continuó charlando con él hasta que en una pequeña distracción, Jacinto desapareció.
Al otro día, y luego de hacer memoria, Juan recordó que Jacinto vestía un uniforme color gris: así era como vestían los presos de los años cuarenta.
De acuerdo con lo relatado en el Podcast Leyendas Tenebrosas, con ayuda de un compañero de trabajo, Juan comenzó a investigar en los archivos y descubrió algo que lo dejaría helado; la persona que estuvo con él aquel viernes por la noche era un preso de la cárcel de Lecumberri al que le apodaban “El venado” ya que su mujer le había sido infiel con uno de sus mejores amigos.
La esposa y el mejor amigo entraron a robar una casa en donde Jacinto trabajaba y mataron a la dueña de la propiedad. Los delincuentes lo culparon, a pesar de que este no sabía nada sobre los actos delictivos de su esposa ni de su infidelidad.
Jacinto se hizo responsable del delito asumiendo todos los cargos. Su esposa prometió visitarlo todos los viernes, cosa que nunca pasó. El preso inocente decidió quitarse la vida colgándose del segundo piso del pabellón cuatro. ¿Triste, cierto?
Como toda leyenda, no hay documentos oficiales que avalen esta historia. Sin embargo, esta ha prevalecido a través de los años. Y tú, ¿qué harías si se te apareciera Jacinto?
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