SOFÍA es un programa que cuida y brinda experiencias seguras a las mujeres que viajan solas en Costa Rica. Igualmente promueve la equidad de género, la inclusión, la sostenibilidad y el reconocimiento de aspectos sociales y culturales.
Y, es así que, en compañía de guías certificados por la Red SOFÍA, encuentro una tribu de viajeras que, al igual que yo, han dado libertad a su espíritu para ir al llamado de la acción y la aventura...
El dicho reza: “uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida”. Y es frente al inmenso cráter del volcán Poás donde mi corazón late con frenesí al estar nuevamente en el país que preserva el 5% de todas las especies conocidas en el mundo.
La emoción explota al contemplar su laguna turquesa de fondo, cuyas aguas son tan ácidas que solo los científicos tienen permitido acceder para seguir buscando pistas de cómo pudo ser la vida en Marte hace tres mil 500 millones de años.
A este escenario marciano se suma el rugido sutil y constante de vapores siendo expulsados, el olor penetrante a azufre y una espesa neblina que, de pronto, eclipsa por completo el boquete de casi un kilómetro y medio de diámetro que da forma al cráter de este coloso activo perteneciente al Cinturón del Fuego del Pacífico.
El Poás está en la lista de los 100 patrimonios geológicos alrededor del planeta. Fue creada por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, y en esa misma también se encuentra la red de cenotes del Sistema Sac Actun (México) y el Gran Cañón (Estados Unidos).
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Miro el semáforo de monitoreo de la exposición de gas volcánico: la luz azul indica niveles bajos, por lo que puedo permanecer en el mirador, pero si cambia a rojo y suena la alarma, debo ir al búnker para visitantes con el fin de evitar un daño en vías respiratorias o lesiones en la piel ante la posible caída de lluvia ácida.
Por fortuna, el Poás hoy está apaciguado, como se ha mantenido desde su última erupción, a finales de septiembre de 2019.
Tras cumplir los 20 minutos permitidos para su observación, desciendo a través de la red de senderos del Parque Nacional Volcán Poás, en el que también cohabita un bosque frío y lluvioso.
Sin binoculares se pueden ver colibríes, tucanes y las “sombrillas de pobre” o gunneráceas, esas plantas con hojas enormes que alcanzan los cuatro metros de ancho y que eran utilizadas por los antiguos pobladores para protegerse de la lluvia.
En Sarapiquí, a tan solo hora y media de San José, la capital, hacemos parada en Pozo Azul, una finca que ofrece descensos sobre los rápidos del río Sarapiquí, con una clasificación que va del nivel II hasta el IV.
Yo y mis compañeras viajeras somos principiantes en rafting, así que optamos por el circuito que navega únicamente 13 de sus 35 kilómetros de longitud.
Después de colocarnos el chaleco salvavidas y el casco, más emocionadas que nerviosas, subimos a la balsa para entregarnos a la fuerza del agua.
Avanzamos los primeros kilómetros y todo parece sereno, con tiempo suficiente para admirar garzas, cormoranes y demás aves que se atraviesan en el trayecto. Pero no tarda en llegar el subidón de adrenalina: empiezan los remolinos que debemos sortear a punta de remo para que la balsa no se volteé.
En ocasiones, nos zambullimos en el agua, pero finalmente salimos a flote.
Las risas y los gritos del guía: “¡adelante, adelante, atrás, atrás!”, para dar dirección a la embarcación, retumban en toda la selva. La travesía en aguas cristalinas y templadas dura poco más de dos horas. Nos incluye un refrigerio en medio del río y unos momentos para lanzarnos al agua y flotar a gusto, mientras la mirada se pierde en el cielo.
Después del cambio de ropa y una comilona para recuperar energía, las viajeras nos dirigimos a ver el atardecer en la Reserva Biológica Tirimbina, a unos cuantos metros de distancia, y donde se protegen 345 hectáreas de bosque lluvioso.
Confirmo que Costa Rica es ¡pura vida! Es el hogar de asombrosas especies, como el murciélago blanco, la hormiga bala, el oso perezoso y, por supuesto, de 54 de las 135 especies de ranas y sapos que existen en todo el mundo, sin olvidar las más de mil variedades de mariposas y polillas.
Todos estos son visibles en Tirimbina, a través de nueve kilómetros de senderos y dos puentes colgantes que superan los 200 metros de largo. El verdor te envuelve por donde mires.
Lo llaman “laboratorio viviente”: es el Parque Nacional Carara. Hemos viajado por casi tres horas desde San José hacia la región costera del sur, con rumbo a Puntarenas, para conocer el hogar de una hermosa especie en peligro de extinción, la lapa, mejor conocida como guacamaya roja.
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Guardar absoluto silencio es regla de oro, no solo para ubicar con facilidad las parejas de guacamayas rojas que retozan en las copas de los árboles, también para escuchar el bramar de los congos o monos aulladores. Tenemos algo de suerte y rastreamos las pisadas de un tapir con su cría que se oculta entre la apretadísima vegetación.
Podríamos seguir sudando a chorros dentro del bosque, pero hay otro imperdible: uno de los ríos con más cocodrilos americanos en el mundo, el Tárcoles, con una población de casi dos mil ejemplares. Los guías no mienten: en cuanto la embarcación avanza, puedo ver los ojos de varios de estos reptiles asomándose en la superficie del agua.
El paseo entre los canales de los manglares nos lleva hasta la desembocadura del río, el punto justo donde se abraza con el golfo de Nicoya, en el océano Pacífico. Ahí, en una extensa porción de tierra, apenas bañada por el mar, nos cuentan que los márgenes del Tárcoles se han recuperado tras haber sido catalogado por mucho tiempo como “el río más tóxico de Centroamérica”.
La noche nos atrapa y el descanso lo tenemos garantizado en una de las cabañas de Villa Lapas, un santuario y hotel en la Reserva Biológica de Santa Lucía. De nuevo, mañana nos internaremos en la selva para ver monos capuchinos desde un circuito de puentes colgantes suspendidos a 60 metros de altura y que son parte de la propiedad.
Quizá, también nos sobre tiempo para ir a Jaco, en la costa del Pacífico, para hacer tranopy, actividad que combina un paseo en teleférico con algunos lanzamientos en tirolesas o canopy, como mejor se le conoce a este circuito de cables.
Esta noche dormiré arrullada por el croar de las ranas verdes de ojos rojos y las dardo, que hacen de los estanques de lirios su guarida nocturna.
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